Yessika María Rengifo Castillo
Aquella mañana me senté en las escaleras recordando los momentos que traían su aroma. María detestaba el inclemente ruido de los buses y los vendedores ambulantes del centro de la ciudad. A tal punto que terminaba enojándose conmigo, y trataba de alegrarla pero nada era suficiente, deseaba que no viviéramos en ese lugar.
Mi dinero no alcanzaba para mucho y lo único que podía ofrecerle era la habitación de la pensión que nos regalaba esas margaritas en la ventana. Pasaron unos meses y ella no siguió quejándose, ni preguntando que sucedía en mi trabajo, y eso me desconcertaba.
Su actitud me extrañaba pero no arme dramas, quizás mi mujer comprendió nuestra situación eso pensé…
No era así, ese agosto sombrío María se fue de la casa destrozando mi corazón. La busque por tantos lugares y no la encontré, aniquilándome lentamente. El viejo José María me habría de contar; que ella se había ido con el albañil del barrio a un pueblo. Me dolía saberlo y pensaba que merecía una explicación por tantos años vividos.
Pero no seguí buscándola, y comprendí que agosto no era sólo sombrío sino que era un fragmento amargo de mi vida.
