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Adiós hermano Fer

Heberto Arduz Ruiz

Bueno, amable y de pocas palabras, eran algunos epítetos aplicables al carácter de Fernando. Me asiste la certeza de que la bondad que mamá Rosenda –la abuela materna que vivía en nuestro hogar–, expresada con infinita dulzura, le transmitió a Fer desde muy niño su temperamento suave; pues ella, doblemente madre, le profesaba mucho cariño y se encargaba de su cuidado personal.

En las oportunidades en que solíamos ir a caballo, único medio de transporte en la época, a la propiedad rural llamada Cajas, durante las dos vacaciones anuales, la abuela lo trasladaba en brazos al bebé, en tanto mi madre se ocupaba de llevarlo en su caballo a Marcelo, de un poco más de cuatro años de edad. Y cuando Fer asistía al kínder Santiago Vaca Guzmán en la ciudad de Sucre, la abuela lo conducía del domicilio cercano, quedándose sentada en un banco hasta que concluyeran las clases. La profesora Martha Fortún la adoraba a la viejecita santa.

Otras personas especialistas en el quehacer musical en sus variadas gamas resaltaron la notable contribución de Fernando, ya como profesor, compositor y concertista e intérprete de la guitarra; por lo que no me ocuparé de esta tarea.

Quiero más bien tratar el origen de la afición inicial por este instrumento. Nuestro padre, militar de carrera, dado de baja por el M.N.R. en el año 1952, en un cuarto de la casa antigua que habitábamos en Tarija tenía colgada en la pared una guitarra, tal vez como trofeo, en razón a que durante la contienda del Chaco con la república del Paraguay gracias a saber rasgar las cuerdas se le brindó, en ciertas ocasiones, un trato privilegiado después de que junto a otros camaradas fuera hecho prisionero de guerra en Cambio Grande. Resulta que oficiales paraguayos le pedían que los acompañara a dar serenatas y él gustoso salía, ya que se aseguraba comida que escaseaba en los pabellones donde estaban retenidos.

Lo curioso resultó que de cinco hermanos hombres, el menor fue el que bajó la guitarra de la pared y por pura curiosidad, autodidacta adolescente, empezó a interpretar la canción Río verde de Los Iracundos hasta sacar la versión completa. Durante la época en que recibía lecciones de aprendizaje por parte de don Ernesto La Faye, la duración  de las prácticas sumaban cuatro horas seguidas después del almuerzo; además de haber conformado su propia banda con algunos amigos. A manera de anécdota cuento que mi hermano tenía un perro llamado Barrabás, inseparable compañero, que se acomodaba a sus pies y conforme desgranaba las primeras notas de la guitarra la mascota no se movía para nada, en señal de complacencia. 

El esmero de nuestros padres por apoyar los estudios de Fer fue patente, acompañándolo al exterior, principalmente a Montevideo, Buenos Aires y Madrid. En este último lugar ingresó al Conservatorio Superior de Música y Marcelo desde 1983 le dio hospedaje en su domicilio durante el primer tiempo y, después del cese de funciones diplomáticas por cambio de destino, Fernando se tuvo que quedar en uso de una beca concedida por el Instituto de Cooperación Iberoamericana hasta la finalización de sus estudios.

A su retorno al país, en los recitales de música selecta en las ciudades de La Paz, Sucre, Santa Cruz y Tarija mereció cerradas ovaciones del público asistente. Luego en su programa alternó con piezas del acervo nacional, entre ellas de corte andino y las típicamente tarijeñas. Dejó grabaciones de esta música que se puede escuchar en youTube.

En años posteriores, las dos presentaciones de mis libros en la Casa de la Cultura a cargo de Edmundo Torrejón Jurado y Eduardo Farfán, mediando palabras preliminares de Nils Puerta Carranza en ambas, a la sazón director de la institución, culminaron con la presencia de Fernando y sus manos prodigiosas posadas en la guitarra, en compañía de su hijo Pablo, intérprete de flauta dulce; significando algo así como el cherry sobre la torta en el acto cultural. ¡Ah, mi hermano querido, con qué altivez y seguridad ejecutaba su música!

Otro tanto aconteció en fechas importantes de la vida familiar, entre ellas el bautismo de mi nieta Luna y la bendición de aros de mi hija Cecilia y  Yannick Fondeur, junto a varios parientes llegados de París, en un escenario magistral en la iglesia  de San Felipe Neri de la ciudad de Sucre, donde resaltó el arte de Fer y su hijo.

Aparte de estas actividades que le fascinaban ejecutar, traigo a colación que desde muy joven escribió poemas, como uno dedicado a la madre que obtuvo un premio cuando cursaba estudios en el Colegio San Bernardo. Posteriormente en Presencia Literaria publicó algún otro y relatos vinculados a la naturaleza y otros de hondo contenido místico. La música, la pasión más arraigada en su alma, le sustrajo tiempo a la escritura de artículos.

No obstante, como queda registrado en mi libro De la Vigilia al Sueño (2017), novela autobiográfica, en el capítulo Senderos convergentes: “Un caso poco usual –diríase extraordinario—  aconteció en Presencia Literaria, dirigida por Juan Quirós, en la edición correspondiente al 30 de octubre de 1983; oportunidad en que se publicó trabajos de los hermanos Heberto, Marcelo y Fernando en el mismo número del suplemento dominical” (en orden a la aparición de los artículos). Fer contaba con 25 años de edad, Marcelo con 29 y mi persona con 38.

Y este otro comentario: “El poeta Pedro Shimose, desde Madrid, a tiempo de destacar la concesión del premio Eduardo Abaroa 2013 a Fernando Arduz Ruiz en la categoría de Arreglos de música folclórica para orquesta sinfónica, hizo un amable recuento de una veintena de intelectuales tarijeños como los más representativos; mencionando entre ellos a los tres hermanos Arduz Ruiz”.  

En el suplemento Cántaro fue corresponsable de su edición, habiendo publicado diversos trabajos suyos sacando tiempo al tiempo. A modo de ejemplo el artículo Paralelo entre el Himno Nacional y el Himno a Tarija (29.En.2017) y en verso Canto a la compañera del guerrillero (23.Ab.2017).  Y hace poco hizo conocer Ciudades (Cueca) Letra y Música de Fernando Arduz Ruiz (14.Nov.2021). Otra letra que conocí es Eterna pasajera, de muy buena factura, y que Fernando me aseguró que aún hasta esa fecha no grabó el tema.

Dejó varias obras sobre música, auspiciadas en su edición por la boliviana María Teresa Rivera de Stahlie, mecenas avecindada en Madrid.

Por último, destaco que también tuvo afición al dibujo, habiendo hecho varias ilustraciones en libros con unos cuantos trazos imaginativos. ¡Ah, Fernando!, como cuando era alumno en el Colegio, le gustaban las matemáticas igual que historia y geografía, o física y química incluidas. No tenía fobias a materia alguna, bien pudo ser excelente arquitecto, médico o ingeniero, pero su entrega total fue para la música en todas sus facetas de compositor, intérprete, profesor, director, investigador o arreglista. Y una fe inconmovible respecto a religión. Dios lo tenga en su reino. Hasta pronto mi querido hermano Fer.

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