Márcia Batista Ramos
"Tenemos ya un presidente joven que ama la vida, que enfrenta la muerte. La tuya, la mía de un perro, de un gato. De un árbol, de toda la gente". Jon Kokura
Al borde occidental de Sudamérica se extiende Chile mirando al Pacifico, una franja de territorio larga y angosta con la cordillera a su espalda. Un país al extremo sur del continente que vivió casi cincuenta años de polarización, después que un grupo de militares se encaramó en el poder y se creyeron intocables, inmortales y dueños de la vida y de la muerte de la población y, sin reparo, en apenas 17 años, empedraron la historia de Chile con más de 40.000 víctimas. Siendo más de 3.000 muertos y desaparecidos que no son apenas nombres, porque eran sueños, eran esperanzas, eran vidas…
Después que el régimen militar que gobernó durante la dictadura, utilizó la censura, la violencia y la tortura contra los opositores y cometió numerosos asesinatos, desapariciones forzosas, en un escenario de completo terror contra todos los opositores, vino una sucesión de gobiernos electos democráticamente, en un país donde muchos ciudadanos, aceptaban con normalidad el terrorismo de Estado, porque los 17 años duros, calcó en el imaginario colectivo la normalidad de la violencia por parte del Estado.
Hubo mucha presión social contra de la dictadura militar chilena que culminó en el referéndum de 1988. El “Sí” suponía apoyar el régimen durante ocho años más (1989-1997), con Pinochet como presidente de la República, mientras que el “No” implicaba la convocatoria de elecciones para el año siguiente. El referéndum se celebró el 5 de octubre de 1988 y participaron más de 7 millones de votantes (más del 97% de los electores). El 55,99% votó en contra del dictador.
Como el pueblo chileno respeta la democracia ejercida por el voto, el 44,01% de la población que apoyaba el terror como norma, la violencia como estado de derecho, el abuso de poder como forma de gobierno, acataron la decisión de la mayoría y permitieron que el país escriba nuevas páginas en su historia alternando gobiernos democráticos de izquierda y derecha.
Tal vez, por falta de tino, los diferentes presidentes democráticos que sucedieron la sanguinaria dictadura militar, reforzaron el neoliberalismo de manera extrema, ahondando la brecha social en un país que día tras día, hacía de los pobres seres más pobres. Y que, además de sumidos en la pobreza, los tenía contenidos sin voz para manifestar las injusticias sufridas.
Como resquicio de la Dictadura Militar, quedó la consigna que vetaba al pueblo a luchar y querer mejor calidad de vida, pues el gobierno de turno, podía calificar un justo reclamo social como actitud desestabilizadora, o terrorista, etc. (lo mismo que pasa en países como Cuba o Nicaragua, donde quien reclama es tildado de derechista ya que los gobiernos totalitarios en la región, tienden a satanizar los reclamos por los derechos de los pueblos, de manera que la Derecha llama de Comunista al que pide justicia y las Izquierdas llaman de Derechista a quienes reclaman por justicia social, puesto que los discursos de los gobernantes tienden a oscilar según sus intereses personales, que siempre están alejados de las necesidades de las mayorías de nuestras poblaciones latinoamericanas).
El pueblo chileno salió a las calles para manifestar su descontento, a través de protestas que, muchas veces se tornaron violentas, por parte de la población que se sentía abusada por un modelo económico injusto. Expresado en un acumulo de deudas sociales: abusos y corrupción generalizada; carente sistema de pensiones; baja calidad de la educación pública que no permite la movilidad social; desprotección en salud; baja calidad en transporte público; desabastecimiento generado por la privatización del agua; en fin, un país para beneplácito de los ricos en detrimento de las mayorías.
Como respuesta a las protestas, el presidente de centroderecha Sebastián Piñera, en un acto desquiciado declararó la guerra a su propio pueblo, mandó a la policía antidisturbios, que pretendiendo seguir los protocolos para lo que están entrenados, cometieron violaciones generalizadas a los derechos humanos, recordando los tiempos de impunidad de la larga dictadura militar.
¿Cómo calificar al señor Piñera, ante 18 estudiantes de un establecimiento que perdieron la visión de un ojo, cuando marchaban pacíficamente?
¿Cómo calificar al señor Piñera, ante más de 200 chilenos cegados por disparos de la policía?
¿Es tanta la avidez económica? o ¿La incapacidad de gobernar pensando en todos?
La gente pidió pan y el gobierno les respondió con sangre: tortura, palizas e incluso violaciones sexuales. Olvidándose que ningún régimen que viola los derechos humanos está representado por personas dignas de ser llamadas personas. Olvidándose que su mandato no es eterno, que el pueblo no es su propiedad, que el país no es su feudo y que los crímenes de lesa humanidad se pagan y no prescriben.
Después que muchas lágrimas corrieron mezcladas con sangre por las calles chilenas, la población llego a las urnas buscando una vía de salida al caos, haciendo ganador de la contienda a: Gabriel Boric, del movimiento progresista Apruebo Dignidad.
El presidente electo de Chile, proveniente de Magallanes, de la punta más sureña del continente, en su primer mensaje celebrativo no oficial ante sus miles de seguidores dijo: “La esperanza le ganó al miedo”, refiriéndose a la capacidad de los pueblos de Chile de sobreponerse a la sistemática información anti izquierdista mediática.
El triunfo de Gabriel Boric en Chile representa un nuevo comienzo para éste país, por importantes factores sociales y económicos, además de representar un alejamiento de la izquierda desquiciada, esa que no merece que se la nombre, por la destrucción de la institucionalidad de sus países y el obligado éxodo de sus pueblos.
“Gabriel Boric: es de los pocos líderes de izquierda que han condenado las violaciones a los derechos humanos y apoyó las causas del pueblo cubano contra el régimen y criticó a Maduro”.
Gabriel Boric con sus 35 años, tiene claro que es de Centro Izquierda y promete cambios profundos en el país vecino que goza de una democracia consolidada, junto con la de Uruguay; y de lograr los cambios prometidos, demostrará que los viejos dinosaurios (violadores de los derechos humanos, disfrazados de izquierda) ya no tienen cabida en nuestro expoliado continente.
«Si logra implementar la mitad de lo que promete, se convertirá en alguien que defina e inspire a una nueva izquierda», dice Oliver Stuenkel.
Las expectativas y desafíos son grandes. Esperamos que el joven presidente haga todo mejor de lo que los chilenos y el mundo puedan imaginar y que marque una ruta de paz y progreso para Chile, ya que la esperanza le ganó al miedo.
Ahora en Chile Esperanza se escribe con B, de Boric.