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¡Adelantémonos a la sequía!

La mayoría de los seres humanos tiende a reaccionar tarde a los acontecimientos críticos y hasta a subestimarlos (ocurrió, por ejemplo, durante la pandemia de COVID). Y es probable que esta conducta se repita también en lo referido a la amenaza mundial de escasez de agua dulce. Tanto países ricos como países pobres están desinteresados de cuidar el agua y el medioambiente (aunque, eso sí, por razones diferentes). Los primeros, porque lo que buscan es seguridad alimentaria, cemento y fábricas por doquier. Los segundos, en cambio, porque carecen de educación ambiental y están sumidos en protestas populares y peleas políticas internas. Entonces, esperar que los magnates dejen de desplegar industrias y carreteras y que los países pobres comiencen a poner el asunto ambiental en el foco de su atención, resulta siendo quimérico. Es por eso que, como ya dije en anteriores ocasiones, creo que el cambio positivo puede estar en manos de instituciones privadas y en las de los individuos comunes y corrientes, mucho más que en las del poder público.

Pequeños cambios en nuestra rutina (cambios que no suponen mucho esfuerzo ni mucho sacrificio), multiplicados por miles de individuos, pueden significar un pequeño gran aporte a que el medioambiente no se degrade con la velocidad con que lo está haciendo en la actualidad. Hace un tiempo, por ejemplo, me di cuenta de que mi lavadora (de 12 kg.) gastaba alrededor de 75 litros de agua en cada lavada, cantidad que me pareció desmesurada… A partir de entonces, decidí lavar mi ropa yo mismo… Hacerlo no me demanda ni mucho tiempo ni mucho esfuerzo: máximo 30 minutos cada tres días, y a cambio de ello ahorro mucha agua (además de electricidad). Además, decidí dejar de utilizar desodorantes y tomar duchas cada dos o tres días, y mucho más cortas que las de antes: no más de siete u ocho minutos, los cuales son suficientes, pues lo que muchas personas hacen en una ducha de unos 15 o 20 minutos es relajarse largamente en el agua vaporosa y gastar en esa sesión alrededor de 150 litros de agua…, cantidad que equivale a la que una persona necesita en promedio para beber durante al menos 40 días.

Hace unos meses escalamos con mi padre el Huayna Potosí y en el trayecto vimos que una laguna y un arroyo estaban secándose y que la mancha blanca del mismo monte estaba reduciéndose. En la excursión, los andinistas que nos guiaban nos dijeron que el siguiente glaciar en desaparecer podría ser el Charquini. Los permisos de desmonte no han cesado y la agroindustria sigue talando árboles y a sus anchas, las empresas mineras contaminando las aguas a vista y paciencia de los políticos y estos, pensando en estrategias proselitistas para la siguiente campaña electoral.

Es improbable que el estamento político vaya a hacer algo en favor del medioambiente, pues si lo hiciera, su rédito electoral y su apoyo clientelar se verían afectados. Pero, además, es muy poco posible que los políticos tengan la llave para salir del problema por estos dos motivos: 1) ellos —la mayoría desprovistos de ilustración en este y otros temas—entienden cada vez menos este mundo de creciente complejidad y 2) quienes podrían realmente frenar la contaminación y la deforestación son sus padrinos: los grandes empresarios e inversores.

¿Sabías que fue Alcides Arguedas (sí, el autor de Pueblo enfermo, tan injuriado y olvidado por la mayor parte de los bolivianos, sobre todo por nacionalistas e izquierdistas de todo pelaje) quien plantó los eucaliptos que hoy conforman el bosquecillo de Pura Pura? El aire que respiramos los paceños sería mucho más contaminado de no haber Arguedas tomado la iniciativa de plantar tantas semillas en su finca. He ahí una prueba de que los mejores cambios que pueden realizarse no provienen del poder público, sino de iniciativas privadas —y en muchos casos individuales—, como aquella de Alcides Arguedas. Y es que, si realmente lo quisiéramos, podríamos no solo dejar de derrochar agua, sino hacer algunas cosas más por el medioambiente: quizá ir a limpiar un estanque, dejar de usar tanto plástico, no encender más fogatas ni utilizar aerosoles, etcétera.

Si tienes más de 60 años, probablemente ya no vivas en este mundo para presenciar las carencias que tengan que soportar las generaciones jóvenes de hoy y las que les sucederán mañana. Pero tal vez procreaste hijos o tienes nietos, y quizás sus vidas te importen. En este caso, sí tendrás motivos para preocuparte desde hoy y hacer algo por cuidar la naturaleza.

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