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Criaturitas de Dios

Estas fiestas y su carácter gastrofilíco me resultan pertinentes para reflexionar sobre la vida de todas las criaturas del señor, en especial de los animalitos que tanto bien nos hacen. En efecto, al engullirnos cantidades babilónicas de puercos, vacas, pollos y pavos, amen de otras bestias comestibles y/o aves ufanas, uno no puede sino sentirse agradecido por la decisiva contribución que los animales tienen en el engorde hedonista de los humanos. Martín Fierro decía que todo bicho que camina va a parar al asadón, pero no sólo los bichos que caminan sino los que vuelan, los que nadan y los que reptan. Nos los comemos a todos ellos incluídas sus extremidades, sus entrañas y sus órganos internos, también. ¿O de dónde te crees que sale la morcilla?

Pero el hombre, no sólo ha utilizado a los animales para fagocitarlos, sino que también les ha pedido su ayuda en las pesadas tareas civilizatorias. Los animalitos cumplieron roles en la cotidianidad del humano desde tiempos mas bien barbáricos, roles de gran importancia para consolidar nuestro sino de ser centro de la creación. Desde que nos hagan compañía a la hora de asumir nuestra estúpida soledad ¿O para qué te crees que sirven las mascotas? hasta su domesticación para los trabajos como el arado, el transporte pesado, el desplazamiento veloz, la provisión de lácteos y la generación de prendas de vestir así como de huevos, que no de coraje, sino de esos que se vuelven omeletes. Pero también -y no fue tarea menor- los animales se constituyeron en la antiguedad en un soporte esencial para nuestro más sublime divertimento: La guerra.

Cuando uno piensa en animales asociados a la guerra, lo normal es que se nos ocurran perritos enmascarados en las guerras mundiales o caballos galopantes bajo brioso jinete. Pero no. No fueron sólamente ellos. Pensemos por ejemplo en los elefantes. Los persas hicieron estragos con ellos entre sus enemigos, Anibal se los llevó a cruzar los Alpes para sembrar el pánico en Europa, Herodoto prácticamente los clasifica como armas de guerra y es sabido que Alejandro Magno les tenía terror. Tuvieron que llegar los romanos para dar con la fórmula ganadora que neutralice el poder destructivo paquidérmico. Se las cuento toda:

Pirro fue un soberano rebelde que no quiso someterse a los engreídos romanos y mantuvo a raya a la poderosa Legión itálica a plan de soltarles sus elefantes, así que los astutos romanos se dieron a la tarea de estudiar a tales bicharracos y descubrieron que esas bestias gigantescas son, en realidad, fácilmente impresionables por no decir mariquitas. El elefante con miedo del ratón no es una figura retórica sino una verdad de la naturaleza ya que los roedores, en realidad, espantan a los elefantes porque se les meten por el culo y se los comen por dentro. ¡Cuánta incomodidad! Así que, cada vez que los elefantes escuchan ruidos muy agudos que les recuerden los chillidos de las ratas, suelen dar media vuelta y salir disparados como si los persiguiera el mismo Belzebú.

Enterados de tan interesante dato curioso, los romanos se dieron a la tarea de recolectar varios cientos -no de ratones- sino de cerdos a quienes pusieron en primera fila y, en el momento que las tropas de Pirro comenzaron a avanzar precedidos de sus elefantes, los romanos les prendieron fuego a sus chanchitos y éstos, abrumados por el calor, salieron en estampida chillando como cerdos lo que generó pánico en la comunidad elefantaria y diéronse la vuelta para huir como malditos cobardes que son, aplastando a sus propias tropas y así fue como Roma conquistó el mundo.

Pero los puercos ardientes no fueron las únicas bestias incendiarias. En la edad media, el poderoso Imperio Mongol a la cabeza del Khan, no Genghis sino su nieto Kublai, tenía la costumbre de conquistar poblados llegando sigilosamente a sus afueras y luego soltar miles de aves que tenía encerradas en jaulitas. El asunto es que previamente les prendía fuego y las palomitas, loritos, canarios y ruiseñores volaban hasta donde podían y después caían aún en llamas sobre los techos de las chozas e incendiaban toda esa mierda como si fueran bombas de Napalm. Todo un hecho precursor a los bombardeos sobre Londres, Francfort y Tokio. Así pues, valgan estas fiestas de fin de año para que en nuestras mesas, las bíblicas cantidades de alimentos de procedencia animal que nos zampamos como hordas de hunos, nos hagan agradecerle a nuestro dios creador y su hijito recién no parido de manera natural, que esos bichitos son también criaturitas de dios.

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