Maurizio Bagatin
“Nadie en el atolladero nadie en el sumidero de solitud nadie ante la multitud de nadie.”
-Javier Vayá Albert-
En las relaciones humanas hay que reconocerlos, existen dos posibilidades, la lógica o la guerra. Nosotros, seres aún tan prehistóricos, seguimos invocando a la guerra. Las palabras con las cuales Tolstoj describe al emperador ruso Alejandro I en su monumental Guerra y paz, siguen rodeando nuestras conciencias, siempre que a esta altura sigamos considerando que la conciencia sea una de nuestras facultades. “Si se admite que la vida humana puede ser guiada por la razón, se destruye la posibilidad misma de la vida”, ¿de esto se trata?
Hoy en Colcapirhua hubo muertos y heridos, después de muchos días de enfrentamientos, hoy corrieron balas y todo esto a defensa y en contra de un botadero municipal de basura. Así acabaremos, matándonos entre nosotros por haber producido demasiada basura. No hay guerra y no hay paz, solamente una fantasmagórica tregua a la farsa que estamos recitando.
En las redes sociales y en las televisiones europeas, y defendiéndose ya en todo el globo, se oyen a “ministros de guerra”, a políticos y a generales hablar de la inminente guerra. La locura no tiene límite porque es ya una locura normal. Se difunde el miedo, y el miedo se hace colectivo, de masa -lectura lúcida vendría ser hoy Masa y poder de Elías Canetti- y del miedo a pasar al dolor el camino es breve. A veces demasiado breve.
Desde el alba del mundo, las guerras son siempre un negocio. Tierra y territorio, vil metal y poder. Mucha retórica reduce todo a un simple maniqueísmo, mientras que mucha demagogia lleva a una narración simplista y superficial. Mientras los últimos de la tierra, de toda la tierra, siguen obedeciendo en ser carne de cañón.
Tolstoj termina el epílogo a Guerra y paz con esta frase: “La historia moderna es como un sordo que responde a preguntas que nadie le hace”.
