La última obra literaria de Ignacio Vera de Rada es audaz, y esta vez en un género nuevo para él: el ensayo. Cuando de boca de su autor escuché la presentación del libro El laberinto de la bolivianidad: Ensayo crítico de una realidad beligerante (Editorial 3600, 2024), el hombre de letras hizo una compendiosa justificación de lo que, antes de leerse sus 300 páginas, el engañoso título puede sugerir, y sin llegar a la ampulosidad hizo una exposición sobre la perspectiva política, pero ante todo social, de un tema que es central en el contexto del país: el mestizaje y el cúmulo de sus derivaciones.
Atribuida a Sócrates la expresión “Dios me puso en la ciudad como a un tábano sobre un noble caballo para ser picado y tenerlo despierto”, Vera de Rada, ya en la parte más cáustica de la obra, parafrasea al filósofo griego inspirándose en la metáfora que sugiere que los seres humanos deben buscar incansablemente la crítica, por lo que el autor hace, por ejemplo, un inflexible juicio sobre la Revolución del 52, que adoleció de ausencia de pensamiento autocrítico, lo cual hizo —y a las pruebas contenidas en el mismo libro se remite— que poco cambiara para bien.
El laberinto de la bolivianidad hace una contrastaciónentre dos obras referentes al mestizaje, como son La sirena y el charango, de Carlos D. Mesa, e Identidad boliviana, de Álvaro García Linera, exponiendo algunos desacuerdos con aquel y hallando profundas contradicciones en este, en un tema cardinal para comprender la complejidad identitaria del país. Para Vera de Rada, la simbiosis del arte barroco entre elementos propios de la Metrópoli y otros de las tierras conquistadas, no necesariamente son la prueba de un mestizaje como el antecedente primigenio que Mesa halló en diversas manifestaciones del arte. Y que la nación boliviana esté forjada sobre la identidad indígena, como plantea García Linera, queda desautorizado por la concurrencia más bien de dos grupos marcados (las naciones camba y aimara) que se identifican con su patria chica antes que con Bolivia, a la que consideran solo su país. Y claro, si bien hay una tendencia indianista radical de restaurar el Tahuantinsuyo, en el oriente, desde la intelectualidad, hay una aspiración solapada de pertenecer a la nación camba únicamente. Mas aún, Vera cuestiona el concepto constitucional de “nación”, término al que considera ajeno a nuestra realidad y en consecuencia delata el fingimiento de la tan trillada descolonización.
El libro aborda temas que los políticos prefieren evadir y cuyos problemas, por muy desatendidos que estén, no significa que no existan. Vera propone un ensayo crítico-argumentativo sobre la supuesta unidireccionalidad del racismo, que no solo es lesiva a los derechos y dignidad que tienen los no-indígenas, sino que es abiertamente contrario al texto y espíritu de nuestras leyes. También hace una defensa del liberalismo, pero criticando severamente las rigurosidades dogmáticas de la razón, decantándose más bien por un “liberalismo humanista”.
La lectura de El laberinto de la bolivianidad provoca una reflexión profunda por la densidad del análisis sociológico que hace del hombre boliviano y sus deficiencias como miembro de una sociedad abigarrada que, por tanto, no logra cohesionarse, y de los eventos más trascendentales como la guerra del Chaco y su primogénita, la Revolución de 1952, a las que alguna historiografía ha pretendido darles más virtudes en desmedro de los muy cuestionables resultados que en realidad tuvieron, porque efectivamente, esa casual confluencia entre cambas y andinos no fue ni remotamente expresión de un mestizaje que hubiera podido converger en una “identidad nacional” o cuando menos un sentido de comunidad. Entonces, hace énfasis sobre otra realidad subyacente: el antagonismo de lo nacional-popular y lo liberal-conservador.
Para el autor de este libro, no hay medias tintas, y es crítico como lo fue desde sus primeras incursiones en las letras y su fugaz paso por la política. Y como ya lo expresara él mismo, su más reciente producción no trata de probar ninguna verdad absoluta, sino más bien de provocar una honda reflexión sobre la “apatía y la irritabilidad del boliviano…”, que son signos de su carácter, un carácter que obedece a los insolubles problemas heredados desde el Alto Perú, o aún antes. Y como el ensayo es siempre un encuentro entre el ámbito de lo íntimo y de lo público, el autor no escatima en dar rienda suelta a lo más recóndito de su raciocinio como pensador y prosista, que hace de la escritura un arte mostrando el escabroso entramado social en un texto quizá sin más antecedente que el vilipendiado Pueblo enfermo, pero con la involución que desde esos primeros años del siglo pasado Bolivia ha sufrido en muchos aspectos gracias a una repulsiva confrontación entre blancoides y cholos, y entre cholos e indígenas.
Augusto Vera Riveros es jurista y escritor