Maurizio Bagatin
Entra el vino y sale el secreto. El pueblo elegido sabía también de eso a pesar de que ninguno de sus secretos aún se conoce. Los romanos decían In vino veritas, demasiada verdad y también el Imperio fue deteriorándose. Mi abuela me decía simplemente “toma un poco de vino, que el vino hace sangre”. Sangre, secretos y verdades están adentro de nuestros cuerpos, de nuestras conciencias, de nuestras mentes, en nuestro mundo.
Esta mañana pasé por Waterloo. Nuestra Waterloo, la que dejaron varios días de batalla campal entre comunarios de Tiquipaya y Colcapirhua. Sirpita, una lomita de cascajo y tierra para bloquear el paso a los vehículos, con este aroma a “quietud después de la batalla” y la yapa de un lunes de agosto con la entrada de Urkupiña. Quienes han visitado los lugares de las grandes batallas de la Historia sabe de qué estoy hablando. Narrar estos lugares es fallarle a la aritmética, dos más dos nunca es cuatro. Este país es dominado por dos eventos, el conflicto y la fiesta.
Los Sirionós aquellos estudiados por Allan Holmberg están desapareciendo. Nómadas con un profundo respeto por los territorios que recorrían, han sufrido todo tipo de violencia, la invasión y la religión, el progreso y el silencio. Nos recuerda Jared Diamond que el principio de indeterminación de Heisenberg en física, según el cual la observación en sí misma perturba y condiciona el fenómeno observado. En antropología esto significa que la mera presencia de extraños inevitablemente termina afectando de manera importante a poblaciones previamente no contaminadas. Su camino fue siempre el rio, y su autonomía la paz con la naturaleza que los rodeaba.
A los pies del monarca absoluto ha ido a arrodillarse el futbol. Eduardo Galeano sabía que, en una religión sin ateos, iba a terminar así; Pasolini, desde lo profundo de su poesía y de su lectura del Mito, reconoció que era la última representación sagrada de nuestro tiempo. Ahora que héroes y villanos irán cerca de La Meca y de Medina, ¿Qué pateará ahora el niño que Borges, él que nunca amó al futbol pero adoraba verlo patear en cualquier calle desierta de su amada y odiada Buenos Aires?
Si fuera por el nombre de las cosas tendríamos toda una nueva etimología, y el hombre quizás tendría otra oportunidad. Aunque los nombres, que nacen del lenguaje, seguirían siendo deformados por el mismo lenguaje, como un espejo alterado, siempre en fuga de lo real. Como la descripción que estoy haciendo hora. Como lo fue siempre, como siempre lo será.
Imagen: Diseño de Saúl Steinberg