Desde hace unos meses hay grupos que insisten en destrozar la estética de algunas estatuas en las principales avenidas y parques de La Paz. Quizá lo hacen porque está de moda derribar figuras que recuerdan épocas históricas. Quizá porque es la posibilidad inmediata de salir en una foto impresa y gozar 15 minutos de fama.
Quizá estas personas son instrumentalizadas por otros poderes, los nuevos fundamentalismos, las histerias colectivas. Es probable que ignoren las verdaderas motivaciones de los monumentos dedicados a europeos que se relacionaron con el continente desde 1492.
El caso más emblemático es el de Cristóbal Colón que acompañó durante décadas los paseos apurados o enamorados de cientos de paceños y de visitantes en la vía principal de la ciudad: El Prado o Avenida 16 de Julio.
Esta escultura ha sufrido una serie de agresiones, calificadas por la opinión pública como vandálicas, por sus características. La más agresiva fue la rotura de la nariz, luego pintarrajeada de negro. La jardinera que la rodea está resguardada con calaminas. Una imagen de lo que sucede en la sociedad boliviana: agresión, odio, fanatismo, confrontación.
Esta figura de fina hechura en nobles materiales fue un obsequió de los migrantes italianos como muestra de agradecimiento a su nueva patria. Bolivia recibió a decenas de forasteros, principalmente desde fines del siglo XIX hasta la Guerra del Chaco, entre ellos cientos de ítalos.
Las leyendas sobre la quinina y la goma, pero, sobre todo, las historias fantásticas sobre la riqueza minera boliviana eran un polo de atracción. Los países vecinos tenían políticas específicas para recibir a europeos de diferentes clases sociales, religiones, procedencias y pudieron multiplicar su población con quienes bajaban de los barcos.
Entre los italianos que llegaron a La Paz y a Oruro estaban los hermanos Figliossi, que difundieron desde su factoría en San Pedro el pan de origen griego, la marraqueta. Ese alimento es patrimonio de los paceños. Los Figliossi dieron su aporte para construir la estatua. ¿Nunca disfrutaron de ese bocado los que ahora destruyen la herencia de los famosos panaderos?
Otro migrante famoso fue Dante Salvietti, que con sus conocimientos inventó una gaseosa de una fruta tropical que le encantaba. La Papaya Salvietti se convirtió en pocos años en otro símbolo de la paceñidad. Dante aportó con sus ahorros para adornar con esta talla de mármol el paseo de la coqueta ciudad.
Salvietti, como tantos otros italianos, alemanes, turcos, judíos, ayudó directamente con sus productos a los combatientes del Chaco y regaló su camión. Sin los alimentos industriales de larga duración, los soldados bolivianos no habrían podido resistir en el frente de batalla. ¿Probaron la Papaya Salvietti los que atacan la representación del navegante genovés?
¿Acaso sus abuelos beneméritos no les contaron de las frazadas que producía la Soligno? ¿Nunca escucharon hablar de la Fábrica Forno? Los mismos migrantes que aportaron para dejar un recuerdo en El Prado también donaron dinero para crear una escuela de oficios para los huérfanos de guerra.
Otros entregaron sus ganancias para ayudar a bolivianos con servicios de transportes, de correo, de espionaje, durante la guerra Los italianos crearon familias en Bolivia, fundaron centros culturales, compartieron su comida. ¿De dónde apareció el fideo que tanto degustan los hogares? ¿O el panetone, el tuco, el pesto, la pizza, los tallarines, las salsas, la lasaña?
Antes de perder el tiempo y de dañar el ornato de la ciudad, los agresivos deberían reflexionar cuánto en su vida está relacionado con lo que llegó de ultramar. Verán cómo quedaría su cotidianeidad si, tratando de ser coherentes, renuncian a esas herencias.