Márcia Batista Ramos
Tomillo, manzanilla, albahaca, menta, apio y perejil, una madre ucraniana alista un ramo para la Trinidad, mientras Rusia intensifica su ofensiva en el Donbass. Los medios muestran, día a día, la guerra en Ucrania: datos y cronología sobre la invasión, con la naturalidad de quien se sirve un pastel de cereza. El sol, invariablemente, ilumina cada día con sus rayos, aunque las sirenas siguen perturbando la ciudad, anunciando que el enemigo acecha como un monstruo de trueno y fuego, que huele a dolor y a miseria. Las preocupaciones personales, son una excusa para no orar por aquellos que están experimentando el infierno en carne propia. Ahora ellos saben que no hace falta ser pecador o morir para arder en las llamas del infierno. Todas las guerras son despiadadas y los más vulnerables, los niños, tienen que llorar sangre. Desgraciadamente, las mayorías, piensan que no les corresponde el problema y siguen sus vidas con sus anhelos de consumo y su interés por la farándula, olvidándose de hacer un minuto de silencio por tantas inocentes víctimas del tirano.
Miro por la ventana y siempre hay ahí afuera un amanecer, mismo cuando los muertos son apilados y los escombros son amontonados. Rusia tiene el control de gran parte de Severodonetsk (a costa de muchas vidas) y ahora, a nadie ya le importa que Will Smith haya propinado una bofetada a Chris Rock. Todos los muertos serán recordados en el azul. ¡Maldita primavera de misiles y sangre! En el sur, el otoño ya se rindió al invierno. Mi alma tiembla de bronca por la guerra… Preferiría no sentirme uno con la humanidad. Preferiría sentirme arraigada a tener cielo en cualquier lugar y sobretodo, preferiría no saber de la inmundicia del mundo. Y si pudiera elegir, es obvio que el mundo sería mejor: sin odio ni maldad, sin guerra, sin malditos desgraciados que arruinan la vida ajena…
¡No me acostumbro a la guerra! Tampoco, la miro con naturalidad. Me enfada que los trapitos sucios lavados en público de Amber Heard y Johnny Depp, preocupen más que el hambre, los sótanos, la falta de agua, los cuerpos mutilados, los desplazados y la Gran Guerra que se avecina para todos.
No existe manera de afeitarme el alma, ni de planchar sus cicatrices en alto relieve. Sirvo miel y pan a la mesa. No miro televisión y cuando me preguntan por una serie que está de moda, digo que no la vi, pues no me importa ser socialmente aceptable.
A lo lejos, la cruz de roble permanece erguida para recordar a Dios. Y aquí en casa, la realidad exige levantar mis manos y boca arriba hacer una plegaria cada mañana, por la humanidad que sufre y sufre en el feo año en que caminamos.