Blog Post

News > Ensayos > ¿Nos están idiotizando?

¿Nos están idiotizando?

Harold Kurt

Esa es la pregunta que muchos filósofos, pensadores, sociólogos y algunos ciudadanos con ciertas inquietudes se hacen hoy en día.

Idiotizar, para muchos, es algo análogo a robotizar, y es que en las sociedades de consumo, que son dirigidas por la obsolescencia programada, no se les entrega más perspectivas de vida que comprar, tirar y volver a comprar; haciendo girar su modo de vida por la ambiciosa rueda del consumo.

Ya vimos que el resultado de tales acciones o compulsiones genera eventos ridículos, como las de esperar que se flexibilice la cuarentena para hacer extensas filas con el fin de comprar joyas, ropas, accesorios electrónicos o peor aún, comida chatarra, dañina y hasta innecesaria. Como si lo único que el ser humano anhelara fuera lo trivial y superficial.

Por fortuna todavía existen personas con sentido común, aunque el sentido común sea el menos común de los sentidos. Pero regresando al término al que nos referimos, Voltaire hace una precisión: “La idiotez es una enfermedad extraordinaria, no es el enfermo el que sufre por ella, sino los demás”. El gobierno de los idiotas, la idiocracia, se expande vertiginosamente por todos los confines de la tierra, en mayor escala que el COVID-19, mermando la salud mental de los que todavía poseen un criterio razonable.

Basta ver las noticias para entender que el empleo del término idiotizar, que siglos atrás se lo utilizaba en sentido peyorativo, hoy en día tiene un uso común plenamente justificado. Aunque desde hace siglos también se lo empleó en otros sentidos. Incluso se referían con este término a los aislados y también a los iletrados.

Hagamos precisiones ayudándonos con la etimología. «Idiota» deviene de la raíz ἴδιος [⁠ˈ⁠idios] que en griego significaba ‘lo privado, lo particular, lo personal‘. Esto hace alusión a las personas alejadas de su entorno y que solo se preocupan de sus propias necesidades. De esta raíz deriva también el término idiosincrasia, que son los rasgos característicos de una región o comunidad. También «idioma» es el modo propio de hablar de una región. En el siglo XVII se añadió el término «Idiota» al vocabulario médico francés con la calidad significativa de carencia mental. En la significación que ahora se da, el idiota sería alguien cuyo horizonte perceptivo es minúsculo o, como se dice en la jerga popular, es alguien que no ve más allá de sus propias narices.

A diferencia de los altruistas que son personas que se trascienden a sí mismos y a sus propios deseos, los idiotas, son personas que no se interesan por el bien común, porque además son incapaces de hacerlo. Para otorgar aportaciones importantes a la sociedad es necesario que esos aportes trasciendan al propio yo.

La convivencia y la verdadera amistad requieren caminar en rumbo opuesto al egoísmo. Aristóteles en la Ética a Nicómaco a propósito dice lo siguiente: “…y esto [la amistad] puede producirse en la convivencia y en la comunicación de palabras y de pensamientos, porque así podría definirse la convivencia humana, y no, como en el caso del ganado, por pacer [comer el pasto] en el mismo lugar” (1170b11).

Ahora bien, ser idiota en el sentido anterior sería aquella persona que solo vela por sus propios intereses. Pero no debemos engañarnos, algunos que supuestamente luchan por los demás también pueden ingresar dentro de este género, si sus luchas son por sus propios intereses, y no por la lucha propiamente de la consigna, de un ideal, como se supondría. Es una lucha pública, social, pero mezquina. Lo mismo para aquellos que se oponen egoístamente a dichas causas. Por definición el idiota tiene pocos amigos, pero aquel que lo tiene, incluso en demasía, también podría serlo, si esa relación es interesada y egoísta.

La idiotización es una característica muy común de esta época llamada posmoderna y no podría ser de otra manera. En esta época el concepto es más amplio. El individuo se presta a ello porque cada día es más egoísta, narcisista y egocéntrico. Estamos en una época en que solo importa legitimar, de una u otra manera, lo que se dice a favor de ese su ‘yo’ a mero capricho personal. Los gobiernos lo saben y lo aprovechan. No puede haber un pueblo más fácil de gobernar que aquel idiotizado, incapaz de pensar. Heidegger llamó esto la “existencia inauténtica”. Una vida desorientada, impropia, que no decide, sino que permite e incluso busca que otros decidan por ella. El idiota al encerrarse en sí mismo no puede dirigir su vida en dirección creciente. No puede hacer nada por sí mismo, por ello, irónicamente, aunque encerrado en sí mismo necesita de otros para sobrevivir.

Otro término que está emparejado a ese concepto nos lo recuerda Einstein en su frase: “Hay dos cosas que son infinitas: el universo y la estupidez humana” y agregó que del universo no estaba totalmente seguro. Según el Diccionario de la Real Academia, la estupidez es torpeza notable en comprender las cosas. Tiene una relación con «estupor» que deviene del latín y significa ‘aturdimiento, embotamiento’. Cuando uno está aturdido por medio de un golpe moral o físico, no sabe lo que sucede alrededor, no sabe dónde está. En este sentido, el estúpido es alguien que está ‘ciego’ y no puede ver los acontecimientos que le rodean.

Algo común entre ambos es que solo perciben su pequeña y privativa parcela. Peor aún, se han otorgado el derecho a proclamar (y a veces imponer) lo que creen, presuponiendo que sus opiniones valen más que las del resto. Es tal la cantidad que se ha instaurado por mayoría el gobierno de los idiotas, la idiocracia. Como diría Umberto Eco en una entrevista: «La invasión de los necios».

Muchos creen y piensan que, lo que hacen, lo hacen con autenticidad y, sin embargo, son pensados por un enorme sistema que piensa por ellos y repiten lo que otros dicen como discos rayados y les ahorra la terrible tarea de pensar. Este tipo de seres humanos viven en lo que Heidegger denomina «estado de interpretado». Las personas no piensan, son pensadas, no interpretan son interpretados por otros, lo que da lugar a las puras «habladurías» que cita Heidegger.

De esto en gran parte son responsables los medios de comunicación, la televisión, el cine y las redes sociales. Difunden ideologías o creencias que terminan siendo repetidas por millones sin pasar por un filtro crítico que, por supuesto no existe y por eso mismo no puede ser utilizado. El filtro, en este caso, debe ser nuestro propio criterio. Hace décadas se pensaba que uno de los grandes males de las sociedades era la ignorancia y, si se lograba erradicarla, gran parte de los problemas sociales serían resueltos. Con la llegada de la sociedad informática hubo una explosión de información que llega a raudales. El problema es que hay tanta información que uno ya no sabe qué elegir. No llegaron los datos dosificados, clasificados, estratificados, llegaron como un alud caótico que aplastó el sentido común.

Ante tal cantidad de información es muy difícil, sino imposible, diferenciar lo verdadero de lo falso. En este sentido, las redes sociales están inundadas de noticias falsas (fake news) que las personas viralizan y se convierten en intermediarios inconscientes de las agendas políticas de derechas, izquierdas, estrategias corporativas, desinformación, publicidad. En especial, el control de las masas depende de la difusión de todo a lo que podemos añadir el prefijo “pseudo”: pseudociencia, pseudofilosofía, pseudoperiodismo, pseudoespiritualidad, etc. Y es que en el campo de las opiniones puede decir lo inimaginable.

¿Por qué es más fácil llenarse de opiniones ajenas en vez de analizar, estudiar o investigar por nosotros mismos? Una de las razones es porque creer no requiere esfuerzo, es más cómodo admitir algo que nos parece cierto que ponerlo en tela de juicio. Lo importante, es saber distinguir entre lo que son las opiniones y el conocimiento. Como dice Gottlob Frege: «En verdad, no es la menor de las tareas del lógico indicar las trampas que pone el lenguaje en el camino del pensador».

A diferencia de los filósofos de la antigüedad ya no se busca la verdad en sí misma, sino se proclama que la verdad es la que cada uno o cierto grupo concibe. En la mayoría de los casos es una “verdad” infundada e inconsistente. La VERDAD, en mayúsculas, se ha vuelto trivial. Ahora la supuesta verdad la poseen los bandos. La verdad se ha reducido a un eslogan, cliché o peor aún a un chisme. Ante muchos hechos innegables y pruebas contundentes, no falta que un mandatario o un famoso salga a la palestra y diga que esto o aquello no es verdad, para que millones de personas se lo crean. La verdad se difumina en la brumosa espesura de la retórica.

Los presocráticos tenían dos términos para diferenciar las conversaciones superfluas y sin fundamento de las que podían aportar conocimiento. Eran la ‘doxa’ (opiniones) y la episteme (conocimiento). Hay una enorme diferencia entre pensar, conocer y creer que las cosas son de algún modo.

Las opiniones serían todas aquellas creencias que se tienen de las cosas y sobre las cuales nunca reflexionamos y pensamos, además que se acomodan a nuestras necesidades, a nuestros gustos y preferencias personales. Cuando una opinión está en común acuerdo con prácticas o doctrinas generalizadas se dice que es ortodoxa. Si la opinión contraviene dogmas y doctrinas generalmente aceptadas se dice que es heterodoxa. Las opiniones que tienen un sentido contradictorio, que aparentan una verdad y al mismo tiempo tienen algo falso, ilógico o irracional se dicen que son una paradoja (παράδοξα).

El dogma, que tiene parentesco con ‘doxa’, viene del verbo griego ‘dokein’ que significa parecer-opinar. El dogma puede convertirse en dogmatismo, un fundamentalismo que implica convicciones totalitarias. El dogmático afirma y sostiene tal o cual ideología sin haber comprobado o investigado si lo que habla tiene fundamentos sólidos. Simplemente lo defiende por credulidad y por fe.

¿Por qué se cree en todo lo que se dice sin pensarlo ni investigarlo? Sencillamente porque es más fácil. No requiere esfuerzo. Las creencias se transmiten por vía emotiva. Si la frase divierte, gusta, impacta, no habrá reparos en transmitirla. Con las ideas, al contrario, habrá que tener por lo menos el cuidado de transmitirlas bien, merced a haberlas comprobado.

El sistema cuenta con medios para que las personas se diviertan, pero no piensen. En su momento la televisión, el cine, ahora las redes sociales. El espectáculo atrapa. Eso ya se conoce desde la época de los romanos. Pan y circo y el pueblo estará tranquilo. La persona que llega de un trabajo agobiante, enciende la televisión o se ‘conecta’ a las redes, encuentra a su disposición infinitas posibilidades de pasar el tiempo o perderlo. Esto le impide pensar, reflexionar. Se lo cansa en el trabajo y luego se lo atonta y enajena con un programa de televisión.

Se habla de la televisión basura. Programas sin sentido, superfluos, entrenamiento tonto, es lo único que uno encuentra luego de una ardua jornada de trabajo. La gente décadas atrás encontraba cultura, educación, hasta que las emisoras comenzaron a experimentar con temas más livianos y con ello llegaron a un mayor público. A mayor público, mayor difusión de televisión basura. Al final se ven esos programas porque es lo único que se encuentra, convirtiéndose todo ello en un círculo vicioso. La misma lógica para el cine y las redes sociales. Hay que buscar con pinza algo bueno e inteligente. Ha llegado a tal grado de absurdo que ahora los medios se usan para criticar a los medios. Como se observa en la última película de Adam McKay “No mires arriba” que ilustra muy bien la idiotización de las masas con los mecanismos que el establishment posee. Aunque divertida, debemos admitir que la distopía es real. La sátira no podía tener un mejor final.

Conocimiento versus diversión y entretenimiento. Las personas no buscan pensar, ilustrarse, sino entretenerse y, por tanto, se idiotizan. Si la pandemia del coronavirus ha sido grave la estupidemia es aún mayor. Idiotizarse es fácil. Como una droga solo requiere dejarse llevar. Al contrario, el conocimiento se forma luego de una investigación, experimentación y comprobación lógica y evidente, en definitiva, es algo pensado, reflexionado, requiere esfuerzo. Todo pensar parte de la duda y las respuestas que encontremos probablemente no se acomoden a nuestros gustos o intereses personales, lo que afectará nuestro modo de ver el mundo y por tanto modificará nuestra conducta y nuestras acciones. Por eso se dice que filosofar es un estilo de vida que puede transformarnos.

Como bien lo diría Ortega y Gasset: «Conocimiento es aquel hacer del hombre que empieza con hacerse una pregunta esencial del tipo, ¿qué es tal o cual cosa?».

Conocer es algo activo que modifica nuestra conducta. Se cometen muchos errores por ignorancia y si bien no es posible realizar acciones perfectas en el mundo, aprender y conocer sobre muchas cosas nos permitirá tener una vida más consciente y con más sentido. En la caverna de Platón el que se libera asume la actitud del filósofo, de alguna manera lo sacaron de la caverna y ante la perplejidad de lo que ve el prisionero comenzó a darse cuenta. No se dice que el que se escapa se convierte en un erudito ni en un hombre intelectual, de ninguna manera, puesto que ese no es el sentido de ser filósofo sino el de ser alguien que se da cuenta.

Aprender a preguntar puede cambiar por completo nuestras vidas. Nos preguntamos ¿qué es conocimiento? ¿Qué es opinión? ¿Qué es pensar? ¿Qué es creer? Y marchamos por un camino filosófico empedrado por las preguntas. La tarea de la verdadera filosofía no es dar respuestas a las preguntas, que es más bien la función del diccionario. Si bien surgen respuestas a su preguntar esa no es su finalidad esencial, sino iniciarnos en un camino, en una aventura. La filosofía es ser afectado por ese recorrido. El preguntarnos ¿qué es? se parece a encender antorchas en ese camino de sombras.

En la socialización, la educación, los comentarios que escuchamos de los demás, uno se va formando opiniones. La sociedad inocula imágenes, conceptos, que las personas a la larga irán repitiendo de forma irreflexiva. Quizá para algunos, todo este tema de las opiniones y el conocimiento les parezca obvio y para otros no tanto. En todo caso el hecho de que uno siga las opiniones de otros sin ton ni son no deja de ser sorprendente. En esta época en especial, las personas recurren a lo fácil. Pensar es algo que requiere esfuerzo y esa es una de las razones por las que no se piensa. Se hace evidente la incapacidad de la gente para pensar por cuenta propia. Ante tanto estímulo las personas viven extravertidas. Es decir, fuera de sí mismas. Para pensar es necesario ensimismarse, interiorizarse. La reflexión, el pensar, requiere meditación.

error

Te gusta lo que ves?, suscribete a nuestras redes para mantenerte siempre informado

YouTube
Instagram
WhatsApp
Verificado por MonsterInsights