Múltiples e incansables esfuerzos contra la democracia se desatan sin cesar desde los tiempos del magnífico Pericles. Dos mil quinientos años desde entonces, y pese a sus esenciales, fundamentales y vitales mejoras, se ve gente que la dinamita, la ametralla y pretende aniquilarla. En ellos yace, y es visible, la mentalidad tribal, la sociedad cerrada y estática. Es curioso, porque esta misma gente cree en el determinismo histórico y ha cultivado y alimentado su credo por el bienestar social. ¿Es que acaso no advierten que la democracia los ha ido desvalijando de sus propuestas? Si razonaran con sensatez, incluso paladearían los logros democráticos como victorias suyas y se pondrían de pie en vez de esperar sentados que llegue el comunismo.
¿Qué motivó a Carlos Marx a sentarse y estudiar el problema social? La aberrante desigualdad entre quienes producían la riqueza y quienes, casi sin despeinarse, la acumulaban. La explotación laboral infantil, de género, el uso, abuso y posterior arrojo a la calle del obrero, del discapacitado y del frecuente supernumerario. ¿Acaso la democracia no ha venido subsanando estos temas y volviéndose cada vez más eficiente?
Merced a sendas leyes y predisposición política ha sido posible avanzar. Es más: debemos seguir en marcha con el pie en el acelerador. La explotación infantil es un delito; con el mismo énfasis, la de género; es creciente la mejora de salarios, hasta que el mismo Hegel gritó: “Están aburguesando a los compañeros proletarios”; existe la renta de vejez, de discapacitación, está reglamentado el despido y cada vez se tiene más defensa para el trabajador. Las demandas encaradas por los luchadores sociales concretan sus resultados en democracia. ¿Quién cree que es posible protestar en Cuba o en China? La sociedad cerrada es, y lo sabemos bien, totalitaria. La sociedad democrática es abierta y aún no la asumimos con convicción debido al dogma.
De acuerdo a Marx, a quien nadie debería negar su certero rótulo de “luchador social”, los países industrializados de su siglo (Inglaterra, quizás Alemania y Francia) debían haber derivado en el comunismo. Ha sucedido, más bien, que se han reinventado al interior de sus democracias añadiendo inteligentes “trabas” a su desarrollo. ¿Qué son las inteligentes “trabas”? Leyes sociales. Han frenado el abuso de la libertad de mercado y, aunque es muy cierto que deben seguir avanzando, otros países (Suecia, Noruega y Finlandia) tiempo hace que se sienten realizados en bienestar social.
¿Cuál fue su secreto? Se dice que cambiaron la dirección de las preguntas. ¿Quién debe gobernarnos? Eso se sabe: cualquier ciudadano con el apoyo del voto. La pregunta es: ¿para qué sirve el gobierno? Para lograr el bienestar del conjunto de la sociedad, porque las minorías existen: políticas, étnicas y de culto. Más aún: existe el intelectual disidente. Bueno: para todos ellos se debe gobernar. Si esto es cierto, este marco legal es primordial, amerita, sin dudas, nuestro mayor esfuerzo profesional: leyes para todos, que duren, en lo posible, una generación. Mejor si son dos.
Los enemigos de la democracia no deben multiplicarse. Esto es: fácil resulta que las sociedades democráticas (abiertas) encuentren en esquinas a sus detractores más virulentos. Debido a los derechos humanos (número, de verdad, creciente) es posible insultar a sus instituciones, despotricar contra sus tantas medidas y declararse anti-democrático apenas haya alguien que lo escuche.
Lo cierto es que ese individuo tiene el derecho de hacerlo. Casi seguro que niega que ese derecho no existe en sociedades no-democráticas. Pero los miles de comunistas que aún quedan (la mayoría sin partido, pues las “bases” y la sigla desaparecieron), deberían reconvertirse en operadores pro-democracia, habida cuenta que en esta forma de gobierno lograron sus únicas victorias, varias de ellas mencionadas.
La intervención política en la democracia sería de muy alto valor, a condición que no porfíen en quedarse sin respetar las leyes. Los partidos de izquierda en Europa devuelven el gobierno cumplido su mandato; esa sana conducta no la tienen en nuestra América. A cambio, contratan abogados escabrosos, funcionarios serviles y se hacen tejer, a medida, un estúpido discurso justificatorio que retrotrae la realidad social casi hasta las bestias de antaño.
El razonamiento de Pericles, bien leído, enseña más que un libro: “Si bien sólo unos pocos son capaces de dar origen a una política, todos nosotros somos capaces de juzgarla”. De eso se trata. Compartimos la vida, este es nuestro tiempo histórico, dependemos de nuestras decisiones, nada caerá del cielo, y no es bueno seguir esperando con los brazos cruzados.
Gonzalo Lema es escritor.