La raza aymara
Mirad: las hordas nómadas en el dolor inerte
del crepúsculo… Lloran el rigor del destino
que vuelca sus tormentas y sus furores vierte
sobre el desconsolado rebano peregrino.
La raza que era grande, la raza que era fuerte,
Hoy riega con su sangre las piedras del camino.
En estas hordas nómadas que marchan a la muerte,
Hay algo muy grandioso que es hondo y es divino…
Los hijos del sol tienen sueño desolado…
su frente no se yergue, su corazón no late…
es porque ya no quieren con ímpetu sagrado,
haciendo de sus penas el mejor acicate,
desenterrar con brío del arca del pasado,
el hacha de la guerra y el arco del combate.
La sombra peregrina
I
Cuidar rosales, cultivar un huerto
en largas horas de labor ansiosa;
ser bondadoso con la mariposa
y sentir pena del canario muerto.
A la primera luz estar despierto;
y alegre como el alba luminosa,
hacer de nuestra vida silenciosa
un refugio de amor en el desierto…..
Abrir a la esperanza el alma mía,
Purificarla en sus remansos hondos;
Pedir a Dios para mis sueños vanos
la síntesis de toda poesía:
una muchacha de cabellos blondos
pupilas tristes y pequeñas manos!
II
Ser lago en que sonríe el firmamento;
Ser en la noche lámpara encendida,
Y luz y abrigo para dar aliento
A las sombras que pasan por la vida.
Ser fuente misteriosa y escondida;
Amar en soledad el pensamiento
Y comprender la voz estremecida
De nuestra vida, que es un ritmo lento….
Una serena paz. Renunciamiento
De todo afán que el otro yo nos fragua:
Coger la rosa y esperar la herida.
Y libre de pasión y de tormento,
ser límpido y humilde como el agua….
Amar y comprender: ¡eso es la vida!
III
-Tu sed presiente la jornada larga,
y tu cansancio la quietud invoca….
El sol, el yermo gris, la dura roca,
han de agravar el peso de tu carga.
Un vano afán tu corazón embarga:
agua que fluya de una fuente loca,
por acrecer la fiebre de tu boca,
para tu boca ha de tornarse amarga.
Desesperado de esperar en vano,
Verás la vida, más doliente y corta,
Correr hacia la mar, hacia el arcano.
Y sabrás al final de tu pasaje:
Que nada vale lo que tanto importa,
Y es siempre inútil emprender el viaje…
IV.
¿Cómo avivar sin juvenil aliento
la roja antorcha del amor humano?
Me invade, al esbozar un gesto vano,
La fatiga de un siglo en un momento!
Y nada exalta y mi pensamiento:
Ni los graves enigmas del arcano,
Ni los recuerdos. El ayer lejano,
Es una rosa deshojada al viento….
Me envuelve el tedio con glaciales tocas,
-melancolía de pasiones locas
que en tiempo inmemorial habré vivido…
Y cual viejo fakir indiferente,
sin la ventura que soñó mi mente,
¡sólo busco el reposo en el olvido
V
Yo soñé con un mundo que no existe;
Y al ir en pos de gloria y de ventura,
Quise olvidar por siempre la amargura
De haber nacido soñador y triste.
Hallo dolor en todo lo que existe;
Fue mi vida sin gloria y sin ventura,
Y un hondo hastío vuelca su amargura
Sobre mi vida soñadora y triste.
Al recordar mi juventud perdida,
El tedio se apodera de mi vida….
Y su paso la muerte no apresura!
¡Tengo piedad tan honda de mí mismo,
que quisiera perderme en el abismo
tenebroso y fatal de la locura!
VI
Resignado a vivir sin alegría,
Yo persigo el misterio alucinante
De mi ser verdadero, -caminante
Que me conduce por la obscura vía….
Porque su voz, maléfica y sombría,
puso en el sueño de mi vida errante,
tras el esquivo goce del instante,
la pesadumbre y la melancolía.
Triste de soledad y escepticismo,
contemplo mi alma con sutil mirada
en el cambiante espejo de mi mismo.
¡Y solo veo por distinto modo,
en este caminar hacia la nada,
la irremediable vanidad de todo!
La biblioteca
Urania rige el Cosmos. El estudioso labra
los versos de un soneto, pero no ve la mueca
y el desdén con que el fauno muestra la rama seca
desgajada en el bosque por sus cuernos de cabra.
Se oye gemir el cierzo: y en soledad macabra
La tarde teje el hilo de una invisible rueca
Mientras las sombras mudas guardan la biblioteca.
Grave como un sarcófago que oculta la palabra.
Bajo las altas bóvedas el aprendiz medita:
– hay que vivir; la gloria del Arte es infinita…
La voz del Tiempo dice: no sueñes… Nada queda;
¡Lo que vive en la tierra se acaba en un momento!
(Ante la fría ráfaga del viento en la arboleda
vuelan las hojas rojas del otoño en el viento.
Biografía
El poeta Antonio José de Sainz, nació en Uyuni (Potosí) el 4 de abril de 1893, aunque su infancia y su juventud se vincularon fundamentalmente a la ciudad de Oruro. Su preparación pedagógica básica la realizó el colegio particular Reekie de Oruro en 1966. En el colegio San Calixto de La Paz, cursó los estudios secundarios. En la Universidad técnica de San Agustín, de nuevo en Oruro, estudió Derecho.
En La paz fundó con unos amigos una página periodística llamada “Luces del Alba” donde en forma reflexiva vertió en versos y prosas opiniones sobre temas políticos, religiosos y sociales, enrolado en la denominada generación del 25 de pensamiento nacional, patriótico y antiimperialista. En Oruro dirigió varios números de la revista crítica “Argos”, fundada en 1923. Sus poemas aparecieron publicados en “La Industria” y “La Mañana” revistas de Sucre en 1918 y en 1927 escribió en la página literaria “La Patria”.
En el año 1913 se publicó un libro de poemas “Ritmos de lucha” en Bélgica, que fue su segunda obra luego de “Cantos del sendero”. En Bélgica participó de muchas actividades culturales, y comenzó a sentir el reconocimiento de la crítica literaria. Regresó a Bolivia en 1914 con el estallido de la Primera Guerra Mundial, ejerciendo la docencia y desempeñando el cargo de Rector de la Universidad de San Agustín. Fue además Director del museo Tihuanacu. Fue premiado por sus obras pero no concurrió a recibir los galardones, en muestras de su sencillez.
Entre sus libros en verso pueden citarse “Camino sin retorno”, cuya publicación data de 1937 y que fue reconocido con el premio municipal; “Cantos de sendero”; “Solar de Indias”, “Ritmos de lucha”, “Grandes voces”, “Tiempo”, “Collar de ópalos”, y Horas dolientes”.