Próximos a la reapertura, estamos obligados -más allá de la corrupción, los cálculos y las peleas de los políticos profesionales- a volcar nuestra atención a cómo hacerlo, porque suponer que se trata simplemente de volver a lo anterior nos dará el golpe de gracia.
Nos ahoga el zumbido atronador de tecnócratas, expertos y aficionados que, enardecidos, van contando los puntos del Producto Bruto Interno (PIB) que retrocederemos, los puestos laborales que perderemos y las desgracias que nos comerán el coco y la panza a quienes carecemos de herencias, amistades influyentes y estuches de herramientas para hacer huecos en las arcas fiscales para llenar nuestros bolsillos.
Ya estamos advertidos de que el desconfinamiento traerá un ascenso de contagios y decesos, pero ni el susto, paralelo al volumen de los rumores homicidas de que la enfermedad no existe, podrán detener el impulso de sobrevivencia que se impone en esa porción aplastantemente mayoritaria que, día a día, realiza actividades, se las inventa o improvisa para dar de comer a los suyos.
Las respuestas económicas más importantes y eficaces que tienen que adoptarse proviene, en parte, de alguna experiencia previa; en otra, se dibujan a partir de las características propias de esta pandemia o, en algunos casos, comienzan a asumirse en otros sitios y, lo fundamental: nacen de la necesidad impostergable de responder con nuestro propio ingenio y creatividad.
Necesitamos reimpulsar nuestra economía desde una visión completamente diferente a la gubernamental –tan parecida a la del MAS-, con su menú de exportaciones tradicionales, incremento de transgénicos, biocombustibles y su ampliación continúa y despiadada de la frontera agroganadera.
La primera medida de ese nuevo enfoque es que el pago de la deuda externa es la última prioridad a atenderse. La elaboración o reforma de nuestros presupuestos deben regirse por ese principio. Esos recursos, antes de atender pactos comerciales, opacos legal y éticamente, en gran parte de los casos, tienen que servir a nuestra reconstrucción y regeneración económica y energética.
La segunda consiste en frenar el gasto en estudios y proyectos incompatibles con nuestra realidad; esto incluye gran parte de los planes del régimen masista y la megalomanía de su Agenda 2025.
La tercera es la creación y sostenimiento de puestos de trabajo, que debe reemplazar la visión centrada en el crecimiento del PIB. Necesitamos rescatar y multiplicar empleos enfocados a producir bienes y servicios indispensables para la vida: alimentos, cuidados y prevención de salud, provisión de servicios de calidad. No son tolerables más “alcantarillas”, como las de Trinidad en el Beni; de frágil provisión de agua, como los que tenemos casi todos, y disposición de residuos sólidos, de la que todos carecemos.
La producción de alimentos que ahora importamos en cantidades masivas no requiere ni de ampliaciones de la enorme frontera agrícola y ganadera que hemos alcanzado.
Está a nuestro alcance producir quinua real orgánica y ecológica en áreas desérticas del altiplano, no aptas para la agricultura, con tecnología generada por científicos bolivianos, en cantidades suficientes para reemplazar las exportaciones de gas natural.
Necesitamos combinar esa producción con generación de energía solar y ampliación del hato de camélidos. Optimizar y procesar nuestra producción de castaña y cacao en la Amazonia. Desarrollar ganadería de migración limitada, para que el suelo retenga CO2; combinar el desarrollo de la industrialización de litio con la producción de fertilizantes.
El requisito para transformar nuestra matriz energética y productiva es detener e impedir, de una vez, el avance de los desbosques, chaqueos e incendios y preservar nuestras reservas naturales, parques nacionales y territorios indígenas, porque es en ellos que se asienta y desenvuelve un nuevo modelo de vida y desarrollo social, basados en la conservación de la vida: la nuestra y la del conjunto de la biodiversidad de la que dependemos.
La cuarta medida consiste en responder a la agonía del turismo convencional con una propia industria de visitantes, que multiplique los flujos previos, centrada en el atractivo de una sociedad que vive armoniosamente con un medioambiente rico y diverso, ensamblado con culturas de vida y respeto a la naturaleza.
Esta forma de salir no tiene eco ni espacio en la mente y oferta de partidos y coaliciones electorales. Está librada a nuestro ímpetu por renacer para vivir, no para seguir mendigando espacios de sobrevivencia, o temiendo nuestra extinción. Es una responsabilidad indelegable e impostergable.
Roger Cortez es director del Instituto Alternativo.