Eva Copa ingresó al Movimiento Al Socialismo (MAS) en 2014. Su nombre se situó de inmediato en el puesto 37 de la lista de aspirantes al Legislativo, pero gracias a la regla de paridad de género fue escalando peldaños hasta terminar como candidata a segunda senadora por La Paz, sólo debajo del Gringo Gonzales.
El escaño era suyo. Llegó pronto y muy alto por ser joven, mujer y alteña, atributos que podrían considerarse imanes de votos, aunque también tonificadores de la identidad partidaria. Sus padres militaban en otro partido, el ya extinto Conciencia de Patria (Condepa). Dicho antecedente revela la huella familiar de los Copa. Sus preferencias giraban y giran alrededor de lo que los sociólogos califican como lo “nacional-popular”.
Cinco años después, la vida de Eva ha dado un vuelco de campana. Vio llegar hasta su curul el vacío de poder provocado por el motín policial, la renuencia represiva de los militares y la huida de Evo Morales. Esos factores la colocaron en el ojo del huracán, aquel noviembre en el que contuvimos el aire. Mientras la oposición se hacía del Palacio, el MAS, descabezado, caminaba a tientas por el hemiciclo. Siguiendo instructivas duras de comprender, Adriana Salvatierra contestaba con evasivas las insistentes llamadas telefónicas de sus compañeros. La militancia le exigía órdenes, un curso, de acción.
En inicio, le habían pedido que asuma la Presidencia del Estado en vez de renunciar a la conducción del Senado. La joven cruceña cavilaba paralizada por la duda. Nadie imaginó que Añez y su bancada se atreverían a organizarse tan pronto como Gobierno sin quórum ni legitimidad y menos que también fueran capaces de echar a andar los engranajes estatales bajo nuevas órdenes. ¿Añez?, ¿quién es Añez? Dos meses después se murmura que puede ganar la elección.
Según los testigos, a la expectación paralizante siguió una extraña energía conciliadora. Las dos cámaras no podían dispersarse, era urgente funcionar con normalidad. Mientras los perpetuos portavoces del MAS empezaban a refugiarse en aviones o sedes diplomáticas, Eva representaba al MAS en terreno. ¿Qué sintieron los legisladores azules cuando vieron a un Evo solo, gesticulando con esfuerzo su renuncia ante las cámaras? Orfandad. Por eso Eva vio la urgencia de trascender el obstáculo.
Al periodista Tuffi Aré le dijo en Santa Cruz que desde que el avión mexicano despegó de Chimoré, ella no ha hablado nunca con Evo Morales. “Todo decidimos en consenso”, asegura. De pronto, un partido secuestrado por un presidencialismo esterilizante ha extendido sus alas. Eva quisiera conversar con Evo, pero no por teléfono, sino que la invite a Buenos Aires. Se declara dolida por la renuncia del “hermano Presidente” y se atreve a decir que esta se dio para precautelar su vida y no para evitar más muertos.
“Evo no debió de irse de esa manera”, subraya. Cuando Aré le pregunta qué opina del binomio del MAS, dice que hubiera preferido a Choquehuanca como número uno y a Arce para la vice. El periodista le pide una autocrítica y ella la entrega sin candor. Admite que haber desconocido el resultado del 21F fue un error y que una vez que estaba convocado y escrutado, sólo quedaba acatar el veredicto. Más adelante afirma que el MAS cometió el error de alejarse de la clase media y pide un país sin odios.
¿Qué le da a Eva Copa el valor para lanzar semejantes frases? Sus palabras son la prueba de que la salida de Morales beneficia más al MAS que a cualquier otra organización política. Quienes, como Eva, conocen los motivos de la renuncia presidencial e intuyen que el Comandante de las Fuerzas Armadas no fue el detonante, sino el facilitador de la fuga, no usan el discurso de la víctima, prefieren mirar hacia delante.
Eva no se manda sola. Ha forjado una atmósfera donde los senadores se sienten inclinados a cooperar y lograr acuerdos. Pero sobre todo, no obedece más a esa especie de comité central del partido, ese grupo cupular que de ser instrumento, terminó instrumentando a los sindicatos y juntas.
Gracias a Eva, el MAS ha vivido un repliegue ordenado, se ha hecho pieza central de la transición y se ha abierto una pista de despegue bajo las nuevas condiciones. Para que la transición sea perfecta, Janine Añez debería renunciar el día en que se habilite como candidata para permitir que Eva Copa conduzca el país hasta el puerto electoral más seguro.
Si las dos mujeres hicieran eso, se habrá extinguido para siempre el mal traído debate presidido por la pregunta: “¿fue golpe?”.
Rafael Archondo es periodista.