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1 de mayo. 2020.

Rodrigo Villegas

1 de mayo, Día del Trabajo. Del trabajador, del teletrabajador, del desempleado, del que se quedará sin laburo cuando la cuarentena finalice (si es que sucede algún día). De los nuevos trabajadores, de los que no dejaron de trabajar, de los que trabajaron desde siempre, desde que abrieron los ojos. De los voceadores, de los caminantes, de los mensajeros.

La enfermedad que avanza, los bolsillos que se vacían, las palabras que se siguen escribiendo. Los bonos, los rechazos, las aglomeraciones. Los abuelos encerrados en sus casas, los niños hartos de ver a sus padres, los hermanos resignados a la compañía de sus similares.

Los servicios de streaming, los comentarios de Facebook, las nuevas reacciones. Los dígitos de la cédula de identidad, los delivery. El planeta respira, la humanidad se achica. Los murciélagos que vuelan en el día por los cielos de Wuhan. Entre las nubes de La Paz.

Militares en las esquinas, policías en las puertas de los mercados.

Puertas, más puertas. Barbijos, guantes, jabón.

Las calles son el silencio, esos espacios antes reverdecidos de inconciencia, de virtudes opacas, de voces que alumbraban la ruta. Hoy son nada, son escarchas, son memoria.

La conversación amanece con la enfermedad y culmina con el acontecer de la noche, acompañada de cifras, de bichitos diminutos que anuncian catástrofes, que advienen el regreso a esas calles que tienen nuestros párpados colgados de los cables, de esas calles que albergan esquinas, un montón de ellas, donde sentí el devenir de tus dedos encima de mis hombros, esas calles en las que te llevé de la mano hacia parques y árboles, ríos cubiertos y ventanas cerradas. Esas calles de las que ya nadie habla.

Es el tiempo del encierro. De las llagas.

Así como el silencio que abruma los sueños.

Qué se hereda.

Hay un colapso.

Explosiones, petardos, cantos, gritos. Noviembre. La memoria que estalla, la memoria que se implanta. Un mensaje: “Esto no se ha terminado, volveremos”. Un rayo que cae y destroza una montaña. Una carta, luces en el cielo que demandan algo. Voces disonantes. Piedras que rompen ventanas, también.

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