Irma Verolín
Necesito despertar a la noche
para que me abrace.
Estoy acurrucada
con la boca abierta.
Es enorme la oscuridad,
se pliega y se despliega
dentro de mí, voy a buscar
entre mis avejentadas memorias
para volver al punto exacto
en que todo comienza:
Hay una niña frente a una ventana
hay una voz detrás,
apenas ayer las palabras empezaron
a existir para ella
que terminará embriagada
por el deletreo de su propio nombre
cuando los años se encimen sobre los años
y el mundo haga implosionar sus acordes.
Igual que las palabras, esa ventana no tiene
principio ni fin.
Los ojos de la niña han sido traspasados por la oscuridad
la tensa oscuridad que tensa
cada una de las ventanas en la noche.
Mis ojos ahora se esconden
detrás de los ojos de la niña
como esa voz que se replica a sus espaldas,
los acontecimientos van a precipitarse
de un momento a otro
por la cornisa de la historia.
Habrá mucho que perder, dice la voz, otra voz
muy espesa sabrá decirme lo que quiero escuchar.
Más allá de la noche crecen las futuras noches
con miles de ventanas:
las niñas van a asomarse y mirar
eso que no se puede ver
eso que también crece
crece, crece en la grandura
de lo más grande
de lo increíblemente grande y desolado.