En opinión de Guillermina Peroni, psicóloga argentina especialista en orientación familiar, “una mudanza significa una situación de cambio y de desprendimiento y por eso mudarse puede estar atravesada por una sensación de duelo”. Este es un concepto que desde hace tiempo lo tenía dando vueltas por mi cabeza. De hecho, lo consideré desmesurado, hasta que recientemente, y después de muchos años, fui protagonista de esa experiencia y comprobé que cambiarse de casa es mucho más que irse a otro lugar y comenzar de alguna manera una nueva vida. Además del duelo que importa dejar atrás sitios que en algunos casos fueron de décadas de pertenencia, por lo que ahora no pongo en duda que cambiar de domicilio es un acto de genuino desprendimiento. No hay otra forma de calificar la renuncia a cada rincón que, desde el último momento de su ocupación, ya solo será un recuerdo.
Pero una mudanza tiene otros componentes no de tanto peso emocional, pero sí de una carga física extenuante, porque en nuestra cultura, salvo excepciones, tenemos el hábito de acumular todo. Y es que todo lo que en el momento no nos sirve está destinado a ser guardado para una utilidad futura que probablemente nunca llegará: a través de los años hemos vivido en medio de cosas sin utilidad. En ese fatigoso proceso de embalar y seleccionar lo que sirve o se deshecha, siempre existen cosas de las que uno no se arrepentirá haberlas conservado, pero como nos sucede a menudo, el tiempo y las fatigas de la vida hicieron que, como las fotografías de antaño, hayamos olvidado su existencia.
El avance de la tecnología nos obliga, en la medida de cada economía, a sustituir equipos y aparatos que con el paso del tiempo se vuelven obsoletos, casi piezas de museo, y cuando pierden totalmente su utilidad porque se han dejado de fabricar los accesorios que les permitían funcionar, los guardamos en la ilusa creencia de que algún día podrían volver a servirnos. Pero la mudanza obliga a despedirse de todos esos objetos, y luego de la selección solo los recuerdos imperecederos viajarán con uno, para conjuntamente sus dueños habituarse al aroma de su nuevo hogar.
Este preámbulo se hizo extenso, pero por lo mismo vale la pena alertar que no todo es basura, porque ya el mundo está viendo, no como posibilidad, sino como un hecho, el regreso de los discos de vinilo, que en los últimos años han tenido más ventas que los mismos CD (que también están pasando a la historia). Las principales tiendas de discos en Estados Unidos y Europa han redescubierto que es muy posible que los casetes sobrevivan a las diferentes plataformas de streaming que existen para escuchar música y es una realidad que las radios que funcionan con pilas están salvando, en el primer mundo, los cortes de energía eléctrica que últimamente se están sufriendo.
La propia Unión Europea aconseja proveerse de un “kit de emergencia” para afrontar posibles catástrofes. En sus recomendaciones también figura una radio a pilas, porque si se agota la batería del celular, se corta el internet o, finalmente, no se puede alimentar con energía la tornamesa que pudo ser salvada de la basura, la radio será un recurso de información y el descuajeringado walkman salvará del tedio.
La nostalgia también es causante de que las cámaras Polaroid estén volviendo a tener popularidad, aunque nunca se equiparen a las sofisticadas cámaras digitales de hoy cuya resolución habría sido inimaginable hasta para el dueño de una Pentax de 35 mm., de las que funcionaban con película.
El mundo genera más de 2.500 millones de toneladas de desechos anualmente. Eso nos da una pauta de que en el hogar existen muchas cosas que pueden volver a ser reutilizadas como las botellas plásticas, los vidrios quebrados o la ropa vieja, transformándolos en trapos de limpieza, ayudando así a reducir la contaminación en el planeta.
Por último, hay que decir que ningún soporte digital podrá sustituir a la eficacia que tiene un libro impreso en papel y con tinta. No todo lo ancestral es basura. Hay cosas que no solo tienen un valor sentimental; de hecho, su valor utilitario en un mundo que marcha vertiginosamente en el avance de la tecnología no cede su lugar a los nuevos cachivaches.
Augusto Vera Riveros es jurista y escritor