Por honestidad intelectual hoy me sincero con los lectores de “Desde el FARO”, con quienes, he compartido mi opinión y más sinceras preocupaciones en torno a realidades políticas y sociales de relevancia. A la luz de este ejercicio quincenal que intenta alimentar la reflexión colectiva, he optado por comprometer mi apoyo activo a Comunidad Ciudadana (CC), y asumir desde el movimiento ciudadano que lo sostiene la tarea de enfrentar los desafíos que entraña la compleja y desigual disputa electoral con miras al próximo 20 de octubre, y a una eventual segunda vuelta. No es fácil abandonar la zona de confort personal y familiar pero, para alguien que, como yo, se impuso como designio vivir en democracia, la indiferencia y la observación de la realidad como “objeto de estudio” no son el camino.
Lo hago convencida de contribuir a neutralizar la tóxica influencia que, sobre el avance democrático tiene el entramado de prácticas amorales y el autoritarismo corporativo y clientelar prohijado por el MAS. Lo hago después de 14 años de desvincularme de la militancia partidaria de toda una vida en el MIR, extinto legalmente pero emblema de la generación de la democracia. En esta trayectoria, atesoré un cúmulo de experiencias convertidas en lecciones aprendidas. Lo bueno, lo malo y lo feo del espinoso pero apasionante oficio de la política dejaron una huella indeleble en quienes vislumbramos el horizonte estratégico de construir las bases, de convivencia institucional democrática en el país.
Desde 2006 observé y compartí públicamente mis temores respecto al rumbo de un “proceso de cambio” que sedujo al país y al mundo tras el colapso del sistema de partidos que precedió la victoria inédita de Evo Morales. ¡Qué paradoja!, las mujeres conquistamos los primeros espacios visibles en tiempos residuales del poder de un sistema político en franca declinación y desbordado por demandas insatisfechas. Desde el año 98, los gobiernos debieron sortear condiciones adversas no sólo producto del poder unilateral de los Estados Unidos tras la caída del socialismo real sino también de la crisis económica global y la ortodoxia de las imposiciones del Consenso de Washington combinadas con la acumulación de desaciertos y esfuerzos inclusivos de una democracia en octubre de 1982, no nació con una marraqueta bajo el brazo.
Hay coincidencias curiosas. A mis 17 años pasé de la intuición a reafirmar una vocación política como destino personal insoslayable. Ocurrió cuando presencie un trascendental debate en el parlamento canadiense a la par de sumarme al movimiento pacifista, feminista y ola ecologista emergente durante los años 70. Era difícil eludir la vigorosa influencia de eventos de la década de los 60 sobre el rumbo de las siguientes. 30 años más tarde, tuve el privilegio de visitar nuevamente Ottawa y su majestuoso parlamento en condición de congresista boliviana. El 17 me persigue. Hace días asumí, junto a otros ciudadanos, jóvenes en su mayoría, la condición de delegada territorial del Distrito 17 de la ciudad de La Paz, sin descartar mi aporte a otras tareas en mi ciudad natal, Cochabamba.
Lo hice pese a reconocer las dificultades, aciertos y debilidades que rodean la construcción a marcha forzada de CC como instrumento político en un mundo urbano enojado con el evismo pero desconfiado de la política y los políticos. Implica el retorno al trabajo menudo, escuchar y ejercitar capacidades persuasivas. La campaña no solo es transitar un sendero vertiginoso, tortuoso y sucio, sino también lúdico donde el mensaje contagie humor, alegría y esperanza a su paso. De alimentar el “ajayu” de una comunidad política que se modela bajo presión, y bajo fuego cruzado aunque convencida de revertir el influjo evolátrico complaciente con quienes destilan autoritarismo y odio que envenena el alma. Hay una juventud que toma la posta, su entusiasmo es contagioso. Seguiré con la columna, recordándoles que hoy me alineo a la causa de recuperar y reinventar la política, no desde la soledad del FARO sino desde el llano. La circunstancia es propicia. Hoy evoco la canción de Violeta Parra. Este retorno, es como “volver a los 17 después de vivir un siglo .es como descifrar signos…”.
La autora es politóloga y fue parlamentaria.