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Vivir en un escaparate

De: Paz Martínez / Para Inmediaciones

Dicen que no se añora lo que no se conoce, aunque en esta época es difícil no escuchar, no ver, no saber. Quizás antaño fuese sencillo no enterarse de nada, pero en la era tecnológica… complicado ponerle puertas al campo. Me he movido un poco por el planeta, conocido personajes singulares, modos de vida tradicionales a punto de la extinción. He intentado visitar los libros de historia, lugares fosilizados y casas fantasma sin embargo, lo que más me motiva es preguntar y hablar con quien se deja. He atravesado diferentes husos horarios, jugando con la idea de un supuesto viaje en el tiempo. Lo que no sabía, lo que ignoraba, lo que no podía imaginar, ni en sueños, era verme en el medievo. Porque el país escaparate, es el chiringuito del reyezuelo de turno con intrigas palaciegas, derechos de pernada y ejecuciones en directo, incluídas.

En Arabia Saudí, todo está prohibido: reír, cantar, bailar, pensar, existir, incluso fotografiar según qué. Cafeterías, cines, teatros, discotecas… son lugares donde habita el diablo. Tan sólo hay museos, mezquitas y centros comerciales. Decenas repartidos por las ciudades porque lo único lícito, a parte de rezar, es comprar. Es, como dije anteriormente, un país escaparate. Escandalosamente moderno por la derecha, mientras sus habitantes se desangran -figurada y literalmente- por la izquierda. Las principales avenidas -derroche de luz, amplitud y lujo- recuerdan a los adalides de antaño y, milagrosamente, apellidados de la misma manera:los Saud. Ellos son los que sostienen la nación, para quienes se ha creado. Carreteras, palacios reales u horterada de mansión, joyerías, zapaterías, concesionarios de coches y yates -se venden miles, en el desierto-. Se estima que hay 15.000 príncipes en el territorio – faltan los bastardos, lo que hace crecer la cifra exponencialmente- todos sin dar un palo al agua, cobrando de las arcas del estado y chuleando el nuevo bólido por la ejecución que toque. Podría parecer una exageración, pero no. Desgraciadamente, sigue siendo obligatoria la asistencia a latigazos o lapidaciones, aunque también han modernizado el evento, cambiando la pedrada chusmil por el volquete. Más humano, dicen.

Ahora que se agota la vaca, que el petróleo ya no podrá mantener a tanto parásito, toca buscarse la vida y comenzar la era aperturista. Dicen que dejarán conducir a las mujeres, que no es obligatorio llevar niqab – velo que lo tapa todo menos los ojos-, que abrirán cines y algunos festivales musicales al aire libre. Que cambiarán el líquido sucio por limpísimas centrales solares, que luchan contra la corrupción, que les interesa su historia abriendo el país al turismo y no sé cuántas cosas más. ¡La revolussssión bolivariana! La misma que ha hecho el librero de mi calle cambiando los libros quemados por otros nuevos y, ya puestos al dispendio, pintar, que las moscas de hace 10 años tenían colon irritable.

Es cierto lo de las centrales solares, las mayores empresas del mundo se pelean por ser contratadas y enviar a sus ingenieros al páramo. Ganarán una pasta gansa, desde luego, mientras consuelan sus años de trabajo en cárceles más libres que el mismo país. Allí dentro podrán cantar, bailar, pasearse en bañador o bikini por la piscina, ir al cine y beber cerveza camuflada en latas de pepsi o coca-cola, aparecerán botellas de vodka y jamón del bueno en los árboles del desierto y así permanecerán día tras día, año tras año, hasta que sus familias huyan del encierro, del lujo, del asco. Porque este reino tiene muy poco que ofrecer. Esta apertura no es tal ya los clientes con poder adquisitivo suficiente, lo tienen en casa sin censura. Tampoco tendrán contacto con churris, que entrarán por una puerta diferente y se sentarán en lugares habilitados para ellas. No vaya a ser.

Tampoco se puede entrar sin invitación y, como tal se entiende un contrato de trabajo que alguien te facilita. Se estima que el 30% de la población son trabajadores no especializados de origen asiático. Hombres y mujeres de tercera división obligados a pagar un diezmo al Saud que los ha contratado -las empresas están en manos de la familia -, para malvivir en su grillera de las afueras con todas las obligaciones que exigen y sin apenas derechos. No tienen acceso a ciertas zonas de la ciudad, ni derecho a sanidad pública o son vigilados, muy especialmente, por la policía religiosa. La tasa de pobreza ronda el 60%, invisible, relegada a los barrios más alejados del centro, que no den mala imagen.

Son muy curiosas las llamadas a la oración. El país se detiene, literalmente. Cuatro veces al día, las mezquitas hacen sonar sus megafonías avisando el momento y, en punto -no vale minuto arriba, segundo abajo- bajan las persianas de los fast food, zapaterías, fruterías, zocos en pleno, y a rezar. Dicen estar exentos cirujanos con las manos en la masa, pilotos de avión y cosas por el estilo, no vaya a ser que asociemos Alá y muerte.¡Ups! Lo ideal es acercarse al templo más cercano, pero cada uno ora donde puede y le toca y así se forman las hileras en la acera entre las que deambulamos los boquiabiertos, porque nada puedes hacer durante la media hora, mas menos, que dura el evento.

El tema de la segregación sexual, es un capítulo aparte. Por un lado tienes el lío de las filas y entradas diferenciadas para familias y solteros. Se ve que nadie contempló que una mujer podría salir a comer sola, aunque vayan, así que…hay que adaptarse y entender. Que vas acompañada de un chófer y dos compañeros, familia; si de catorce chicas y un rapaz con granos, familia; si de un móvil, familia. Porque si engendras, eres familia. Lógica aplastante. También han pensado en el problema con las compras y los centros comerciales, las compras y los zocos, las compras y mujeres y hombres juntos; por eso han hecho locales exclusivamente femeninos y, donde no hay posibilidad de diversificación, un comodísimo sofá en la sala más apartada del negocio. Ahmed, me mostró la solución.

El niqab o velo de la muerte, no es obligatorio aunque la decencia femenina siga ligada a él. Sí lo es la abaya, saco patatas negro que ahora se moderniza a base de colores, y ya se encargan los servidores de la moral y buenas maneras de recordarlo. Conocida mi indecencia, quise probar suerte en la orilla contraria y ya puestos a taparse, hacerlo del todo. Puedo decir que tiene los mismos poderes que la capa de invisibilidad de Harry Potter, por lo que hice lo que siempre quise: mixturar. La mejor parte de desaparecer es la inexistencia del pecado. Aprovechando que mis maravillosos compañeros se tomaban un zumo de naranja fresquito, convencí a Ahmed y su sabiduría en negruras. No hacía falta salir del templo consumista, tan sólo subir dos plantas en ascensor. Nuestro encantador chófer insistía en que que nos acompañaran pero la vagancia europea es mayor que cualquier deseo saudí y no le quedó otra. Mientras esperábamos, hablaba de la modernidad de las escaleras mecánicas, de la cercanía de un local para nosotras, hasta que pregunté directamente y respondió a su manera:

  • No podemos subir los dos en el ascensor

  • ¿Por?

  • El tercero en discordia

Mi primer segundo fue de total ignorancia, hasta que recordé las enseñanzas de madre, allá por cuando crecía: “el diablo nunca duerme y tienta a cualquier hombre y mujer a solas”.

  • Tengo un arma infalible para el diablo, le contesté, mientras doblaba la rodilla

  • Irás a juicio si haces algo así

  • Sí, tal vez me convierta en muro, pero tú vivirás impotente el resto de tus días.

Y el diablo voló a puertos mejores

Por supuesto, durante los dos días que duraría el experimento, debía permanecer pura y angelical, como nací, con la única compañía de zapatos, documentación, móvil y spotify- contradicción: está prohibida la música, pero no la aplicación- Fresco y de una sencillez apabullante, siempre que sea por tiempo determinado y voluntario. He de confesar que se respira mejor con la nariz descubierta.

Nuestros días en Riad, han terminado. Nos espera el mar rojo y Yidda, lo más cerca que podremos estar de La Meca – vetada a los no musulmanes-.Nos seduce muchísimo la primera y su centro histórico patrimonio de la humanidad. No puedo imaginar la cantidad de edificios que habrán asolado los integradores de la cultura para construir estos insultos al buen gusto. Lo normal sería viajar en avión, sesenta minutos de nada, pero nos sobra tiempo y ganas de contemplar desierto y finalizar en la montaña. Ahmed nos acompañará hasta el final, la frontera de Jordania, con el flamante Porsche Cayenne y la tarjeta de crédito echando humo. Ocho horazas de carretera suroeste, aire acondicionado, música y fruta. Por fín podré verificar si el color es de verdad o sólo de boquilla.

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