La virgen puta. Una novela negra y punk por entregas de Patxi Irurzun con ilustraciones de Juan Kalvellido.
-¿Te gusta?- preguntó Lorea enseñándome el comic-. A mi padre le haría mucha ilusión que lo publicáramos.
-¿Y por eso nos ha comprado el ordenador, y la cadena? Para publicar «Borraska» todo lo que me ha hecho falta hasta hoy ha sido una grapadora- dije, aunque también era cierto que su padre había comprado la botella de güisqui, tirada ahora medio vacía en el suelo. Por cierto, todo aquello de que el güisqui no dejaba resaca era una bola, de gruyere y rellena de gusanos, lo mismito que mi cabeza esa mañana.
-Piensas que soy una niña pija ¿verdad?- dijo Lorea, y sus dientes apretados me hicieron comprender que de algún modo algo comenzaba a resquebrajarse entre nosotros. Había pulsado la tecla prohibida. Siempre tenía que cagarla.
Pensé que la culpa la tenía el güisqui. Era mentira. El güisqui, la resaca, simplemente hicieron que no pensara lo que había dicho pero lo que había dicho era lo que pensaba.
-Lo siento- me disculpé.
Aquello también era mentira. El amor era una mierda. En el fondo lo mismo que el odio. Peor. Cuando dos personas que se amaban peleaban sentían mucha más necesidad de hacerse daño.
-Lo que pasó ayer me ha puesto de mala hostia- intenté excusarme.
-Claro- dijo Lorea, y el cuchillo se desprendió de sus dientes al dibujar una comprensiva sonrisa.
Le había contado nuestro encuentro con los caníbales y le había impresionado mucho. O al menos eso había dado a entender, porque ahora añadía:
-Espero que esta vez podamos ver las fotos de Picio.
Yo miré el comic de su padre. La verdad era que estaba muy bien. Ni siquiera pensaba que se pudiera follar en tantas posturas. Follar no era tan bueno, ni tan malo, como el amor pero desde luego tampoco era una mierda. Quizás sólo se tratara de eso lo que había visto en Lorea. Pensé que era un canalla, y también por qué tenía que pensar que era un canalla y por fin me tranquilicé pensando que no sería tan canalla si había pensado que era un canalla. El caso era que todas las chicas que veía en el comic se parecían a ella.
-Me gusta mucho, lo publicaremos- dije.
Lorea me besó en la boca. Ella debía sentir algo mejor por mí, porque estaba tumbado en el sofá-cama con aquel sabor a cloaca en la lengua, sucio, sin afeitar…
Era uno de aquellos días en que la cama es el
útero de tu madre, te acoge y te da calor, te aísla del mundo y de los
hombres y tú no deseas salir nunca de él. Quizás lo hubiera hecho,
quedarme allí para siempre, si no hubiese escuchado en la radio aquella
noticia:
-Sucesos: esta mañana ha sido encontrado en
los servicios de la estación de trenes el cuerpo sin vida de M.C.B.,
conocido por el sobrenombre de «El Tiñoso», popular intérprete de música
punk. Al parecer murió como consecuencia de una sobredosis.
El caballito blanco que había tragado sorbo a sorbo la noche anterior comenzó a cocearme el corazón.
-Creo que debería llamar a Picio- dijo Lorea.
-Sí, pero sé delicada- murmuré.
Salió de casa contando las monedas para la cabina del teléfono.
-Una sobredosis- pensé yo.
Una sobredosis quería decir siempre adulteración. Asesinato. Recordé lo que había dicho aquel tipo:
-Usted es como uno de esos detectives a los que empiezan a morírseles todos los que le rodean.
Pegué un brinco en la cama.
Antes de salir de casa introduje en el bolsillo de mi chupa la botella de güisqui. Una botella medio vacía era lo mismo que una botella medio llena. No es que descubriera América, pero así estaban las cosas.