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Vivir en-red-dado

En Grenoble (Francia) me encuentro con un libro tan provocador como reflexivo: La nuez conectadaLo mejor de lo peor de la innovación grenoblesa (2025). Se trata de una recopilación de publicaciones en la revista local Le Postillon que, unos años atrás, abrió una sección en sus páginas llamada La noix connectée que albergaba críticas a “la más estúpida innovación en Grenoble del momento” (hay que tener presente que la nuez es el símbolo de la zona). La sección fue exitosa convirtiéndose en la de mayor participación en el periódico, guardando joyas que luego devinieron el texto señalado.  

La intención era recoger delirantes innovaciones, reales, documentadas que fueran “sintomáticas del funcionamiento del mundo en la actualidad” que tendencialmente se dirige hacia a la robotización y la interconexión innecesaria. Se pretendía salir de la anécdota curiosa y develar el riesgo que está detrás de la conectividad delirante –de presupuestos millonarios–, cuyos efectos nefastos se reflejan en la socialidad y en el medio ambiente. Se trataba de ampliar el horizonte de la vida “lejos de los horrores del mundo conectado” (p. 5-6).

El resultado es un divertidísimo libro que comparte historias, caricaturas, datos y reflexiones sobre esta tendencia tan naturalizada a vivir enredados en la red. Se critica desde iniciativas como conectar a los caballos con un chip para conocer sus movimientos y que no se desvíen de sus rutas, hasta micropantallas en los lentes de ciclistas o deportistas que ofrezcan la información precisa sobre su rendimiento y entorno. No falta un inventor local que presenta en una feria en Estados Unidos la “papa conectada”, que es un dispositivo que se introduce en el tubérculo para que “capte sus ondas cerebrales y sus interferencias wifi y las envíe a una aplicación instalada en el celular”. ¿Para qué? Quién sabe. ¿Acaso importa?

Una de las reflexiones del texto que más me gusta es aquella viñeta que muestra dos jóvenes paseando por la montaña –hay que recordar que Grenoble se caracteriza por la cercanía de sus nevados invernales y las actividades que conllevan–, uno levanta la mirada hacia el cielo estrellado: “¡qué bello!” suspira. El otro dirige sus ojos al suelo, se encuentra con su celular y dice: “en la aplicación sólo hay dos estrellas”.

El simpático libro se inscribe en una corriente crítica de la hipertecnologización de la vida cotidiana. Da la impresión que se ha impuesto el principio de la conexión a la red como condición vital, todo tiene que atravesar por ahí, sin importar si es necesario o no. La innovación –noble palabra que en su origen significa mudar, renovar, perfeccionar–, ha devenido en una obsesión por el control total, el cálculo perfecto, el aprovechamiento implacable. Así, las relaciones sociales, la relación con el cuerpo, con la naturaleza, con los otros, con las emociones, con la materia, en fin, la experiencia humana está mediatizada por la red, con los riesgos respectivos y las consecuencias perversas que se oculta. Dicho de otro modo: vivimos la era de la tiranía de la conectividad.

Diversas voces refrescantes se han pronunciado sobre los riesgos la hiperrealidad virtual que, en resumidas cuentas, es una forma de deshumanización. Desde la serie Black Mirror hasta el libro No soy un robot de Juan Villoro advierten sobre el problema de existir a través del internet y reafirman nuestra esencia: somos materia, parte de la naturaleza viva cuyos ojos ven, cuya piel siente, cuyos oídos perciben, cuyos sentimientos no tienen por qué ser medidos y exhibidos en redes.

La chica que me presta el libro en cuestión, una encantadora estudiante de geografía, no usa celular inteligente, no acude a Google Maps, tiene en su departamento varios mapas donde marca los lugares a los que quiere ir, se desplaza en bicicleta, sube montañas, y cuando la necesita, acude a la tecnología de manera inteligente, que no artificial.

En fin, ahora que asistimos a la dictadura de la conectividad en la que todo indica que no somos nadie, que no existimos sin una cuenta en alguna “red social”, que el éxito se mide en likes, que nuestra conexión al mundo parece imposible sin un teléfono celular, es refrescante encontrarse con este tipo de reflexiones.

Termino. Hace poco, un video mostraba que un conductor se cayó del segundo piso de una autopista porque la aplicación le decía que siga una línea recta cuando, en realidad, la ruta estaba cerrada por reparaciones. Dejarse llevar con fe ciega en la instrucción de su celular lo llevó a la tumba. Es una buena metáfora. Todos estamos en ese coche, tal vez sea una buena oportunidad para acudir al instinto, usar el freno de mano y girar en otro sentido.

Hugo José Suárez. Investigador de la UNAM. Miembro de la Academia Boliviana de la Lengua.

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