Maurizio Bagatin
Bolivia no es un país para jóvenes.
El delivery parece ser el oficio que más demanda tuvo en estos últimos años. Por ende la venta y el contrabando de motos. Marcas chinas con nombres impronunciables. Los jóvenes del campo que tristemente han emigrado a las urbes, además de albañiles y demás oficios ligados a la construcción, se están dedicando al delivery, al rubro de transporte, taxi, micros, colectivos. Lo que transformó el minifundio revolucionario al minibús del proceso de cambio.
Metamorfosis que evocan las palabras del Alcides Arguedas de La danza de las sombras: “…en suma, las revoluciones -se ha dicho- son como los vientos: agitan la quieta superficie de las aguas, pero no remueven su fondo”.
Es desde hace décadas que los indicadores convencionales, los de desarrollo, del crecimiento y otras vainas más, no se mueven, están estancados y en mano del poder y el poder disfraza todo, moros y cristianos, el poder es discurso, discurso que amaga y embriaga, vendiéndote al final siempre gato por liebre. Así seguimos con un 80% de informalidad, como en época neoliberal, ni más ni menos. Con las solas sorpresas que podría ofrecernos un fantasmal Censo.
Las universidades, estatales o privadas son lo mismo, ofrecen lo que el capitalismo demanda: el abogado como político en potencia, el ingeniero ambiental para el greenwashing, el ingeniero comercial para vender departamentos en una inmobiliaria, el titulo para la gran fiesta. La utilidad del saber inútil ya es una ruina, un escombro más para un mundo sin deseos. Las herramientas del ayer, las que se transmitían de padre a hijo ya perecieron. Hay que ir al campo para verlas y encontrar su genio. Pero el genio está sin necesidades, hay demasiadas facilidades y demasiados engaños, sirenas engatusadoras sin cultura y sin dignidad. Así tan lejos de la metis de Ulises, así tan cerca del cuento del tío.
Volvemos y venderemos mockochinchi en la esquina, el desencanto provincial de una realidad que nunca logró hacerse país. Hay que ser titanes o recordar el esfuerzo de Sisifo, con las debidas excepciones, aquí y en la China, como dice el eterno refrán.