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Pacto, más de lo mismo o verdadera renovación moral

Pamela Alcocer Padilla

            Contemplar la desnudez siempre ha sido considerado como algo extravagante, un lujo que solo pueden permitirse los artistas y bohemios. En otros contextos, estar desnudo es sinónimo de pecado, la señal sacrílega que, según algunos preceptos religiosos, obliga a esconder nuestros órganos sexuales como si se tratara de una maldición o el inicio perturbador de oscuras incitaciones donde se pierden el control, la honra o, simplemente, ronda el peligro de extraviar nuestras órdenes morales consideradas como sagradas.

            En uno u otro caso –la desnudez como estética de inspiración y bohemia capaz de desafiar a la autoridad moral, o como recato premeditado para enaltecer a dios– el problema es que se ha hecho un hábito imaginarse a Adán y Eva con una hoja de parra. Elemento que no solamente puede interpretarse como aquel cuidado de no mostrar el monte de Venus o el pene, sino también como una metáfora para mantener en secreto los verdaderos intereses que cualquier ser posee. Decir una cosa, pero después hacer otra. Pensar una idea, sonreír maliciosamente y expresar algo diferente en función de la situación. Mentir. Los intereses y beneficios que se esperan conseguir, según el santo y seña provenientes del cálculo estudiado a profundidad, constituyen eternos obstáculos que pervierten la posibilidad de obtener acuerdos duraderos fomentando la desconfianza.

            La lógica de una hoja de parra es lo que está amenazando con destruir, de inicio, las discusiones sobre el pacto social y político que, hoy por hoy, inundan las páginas de periódicos y reportajes televisados porque necesitamos la reconciliación. Sin embargo, ¿es posible construir una propuesta libre de intereses soterrados, ausente de dobles morales, desinfectada de intenciones contradictorias y de cualquier frío pragmatismo político?

            Nuestra metáfora de una hoja de parra se relaciona con el choque entre intereses manifiestos e intereses latentes. Lo manifiesto, algo claramente mostrado para delimitar una posición, un patrón ideológico y una identidad intelectual definida sin reticencias es lo que está dejando de existir en nuestra democracia. Por el contrario, lo latente, aquello que anida en el lado oscuro de la luna, detrás de la máscara de Rigoletto, por debajo de la alfombra o en el patio trasero donde está secando la ropa interior, es un claro envilecimiento que ha caracterizado a nuestro sistema político, a ciertos grupos de intelectuales ubicuos, un sin fin de tecnócratas reformadores y múltiples medios de comunicación incapaces de ser fiel a la vocación de informar con imparcialidad en los últimos 30 años.

Lo que se requiere es una renovación política a partir de una mayor transparencia; de los significados de las palabras tal como son, de las acciones y la fidelidad en lo que se plantea para alcanzar algunas transformaciones institucionales. Estar desnudo, muchas veces expresa la necesidad de mostrarse como uno es, sin filtros y fieles a la honestidad y la sensatez.

Inventando la pólvora

            Hasta el momento, probablemente son dos flancos desde donde han surgido los clamores para llegar a un pacto social y político. El primero viene de la sociedad civil ilustrada: la Iglesia católica y los activistas de Derechos Humanos. El segundo tiene su origen, cuando no, en los intelectuales y teóricos que en el pasado celebraron febrilmente la democracia pactada de partidos y coaliciones. De cualquier manera, habría que preguntarse ¿por qué la Iglesia y ciertos intelectuales no partieron, primero, de una auto-reflexión y autocrítica sobre lo que significaron el hundimiento del modelo neoliberal entre 1993 y 2005, las ambivalentes actitudes sobre la nueva Constitución y, cuando no, la doble moral en el caso de la demanda marítima, donde dos expresidentes, prácticamente arrinconaron al país en el desastre, solamente por quedar bien con el gobierno de turno del periodo 2014-2018? ¿Estamos ante la primera oportunidad de convocar a una concertación social? ¿Deseamos realmente pensar en términos globales, en el largo plazo de nuestro país, o solamente en el plano inmediato para devolverle cierta legitimidad al gobierno actual?

            La Iglesia jugó un papel central en la mediación de varios conflictos desde los años 2000, cuando organizó, patrocinó y financió muchos debates y diálogos durante el Jubileo 2000. ¡Dónde están las reflexiones y aprendizajes más importantes de tales acontecimientos! La actitud de la Iglesia fue muy imprecisa y apoyó acciones por fuera de la institucionalidad del Parlamento en la transición de Evo Morales (noviembre 2019) a Jeanine Añez. En alguna medida, la Iglesia debería ser más directa, ganar tiempo y sugerir el contenido y orientación de una serie de políticas públicas, el alcance y reconstrucción de reformas específicas en materia de políticas sociales y resolución de conflictos. Propuestas de soluciones inmediatas porque, se supone, no es la primera vez que descubren los problemas en Bolivia a raíz de sucesivas tragedias desde 2003. La Iglesia no propone nada para la reforma judicial porque tampoco hizo mucho en algunos casos de vejación sexual que involucra a diversos sacerdotes, o ante la falta de renovación institucional para defender los derechos humanos en los debates del siglo XXI.

Las declaraciones de algunos obispos parecen reinventar la pólvora llamando a un nuevo pacto social, después de haber presenciado otros tantos en el pasado. ¿No será que, inconscientemente, se está dando a conocer que su visión democrática y las acciones de mediación en que participaron fueron un fracaso y ahora ansían una reivindicación que trata de superar el pavor de conflictos violentos, que van de octubre 2003 a noviembre 2019?

            Los activistas de Derechos Humanos convocaron a diversas cumbres sociales que bien pueden ser entendidas como veladas acciones políticas de subversión. Sus portavoces afirmaron sin tartamudear que impulsarían la desobediencia civil, inclusive prescindiendo de los partidos políticos. ¿Por qué no existe más creatividad y revitalizan las discusiones o pertinencia de ejecutar acciones para modificar la Constitución y transformar la justicia? ¿Cumbre social, nueva Asamblea Constituyente, reforma constitucional o referéndum? ¿Los activistas no tienen claras las diferencias, implicaciones políticas, necesidades, compromisos y sus propuestas operativas son endebles sin solidez técnica o profesional de calidad? Parece que buscan espectacularizar ante los medios de comunicación, alterar los nervios todavía más en ciertos sectores de la población y, probablemente, lejos de ayudar, estén contribuyendo a traumatizar hasta el enardecimiento la crisis de nuestra democracia.

Ciempiés y ratones

            El misterioso entramado de intereses latentes y manifiestos, lo que se muestra y no se ve de la hoja de parra, alcanza también a los intelectuales de la gobernabilidad, analistas políticos ubicuos y acciones de tránsfuga del viejo modelo a un apoyo acrítico y pragmático hacia quienes tienen el poder. Algunos intelectuales han propuesto ideas globales sobre una hipotética ingeniería del pacto. Estos analistas no se autocritican para nada en sus viejas concepciones, teorías de la gobernabilidad y el apoyo al gobierno de Añez que fue un rotundo fracaso e influencia destructiva. Ahora muestran muchas incoherencias, no sacan a la luz lecciones guardadas que pueden haber surgido de una mirada fiel al análisis histórico y el sentido común para la objetividad. ¿Son viables las ideas que proponen?; qué hay de nuestra cultura política que habita en dos mundos: uno autoritario y otro democrático cuando conviene; estos analistas e intelectuales juegan a dos cartas y no son figuras de inspiración moral que tanto se necesita. ¿Están dadas las condiciones para llegar al éxito si se realiza un pacto social y político, o éste quedará también inmovilizado en una profunda incertidumbre donde las políticas públicas no resuelven problemas concretos? La crudeza de muchos líderes políticos puede tranquilamente utilizar aquella dialéctica de intereses latentes y manifiestos para entenebrecer una vez más cualquier pacto.

            El núcleo de intelectuales y analistas de la ambigüedad gobernable, han sido asesores durante procesos políticos cuyos resultados hoy sufren una crisis de credibilidad. La hoja de parra se ha caído para muchos moldes teóricos. Ahora sólo hay desnudez, frío y desconcierto, ¿por qué no, entonces, dejar de lado la vanidad y enfrentar una autocrítica necesaria antes de plantear soluciones que, probablemente, no funcionen? Las exigencias urgentes son muy claras: es fundamental dar luces operativas sobre la reforma judicial desde las aulas de derecho, la práctica de los juzgados, la protección de los derechos humanos, la reforma institucional de la policía y una auténtica ingeniería de planteamientos viables, comparados con soluciones en otros países, enfoques renovados, agendas y disposiciones éticas para inspirar a las nuevas generaciones porque se requiere cambiar, no por dinero, sino por amor al país y a un futuro promisorio para todos.

            En el campo intelectual, ¿dónde está el compromiso y la responsabilidad que muchos tienen cuando ensalzaban vivamente la llegada de alianzas partidarias como inéditos mecanismos de estabilidad política? De un momento a otro todo está dudoso, la hoja de parra se desliza, vuelve a su lugar, surge el pudor y, al parecer, lo no dicho es más importante que un montón de palabras.

Los intelectuales, además de jugar igualmente con lo latente y manifiesto, tienen miedo a perder la hoja de parra e incurren en errores que, para ellos, son de detalles. Esta actitud es igual al cuento infantil del profesor Edgar Lora Gumiel.

Un ciempiés consultó a una lechuza acerca de un dolor que atormentaba sus patas. La lechuza, desde su supuesta sabiduría, sentenció: ¡tienes demasiadas patas ciempiés! Si te convirtieras en un ratón sólo tendrías cuatro patas y un mínimo dolor, casi nada. En su ingenuidad, el ciempiés dijo que aquella sugerencia era una gran idea, pero, naturalmente, preguntó: ¿ahora dime cómo puedo convertirme en un ratón?

La gran lechuza replicó: ¡hombre, no me molestes con detalles de simple ejecución! Yo sólo estoy aquí para establecer la política a seguir. Orgullosa de sus ideas porque mucha gente le pedía consejo, la lechuza, prototipo de consultor político, se alejo sin el más mínimo empacho. El ciempiés nunca supo cuál era el verdadero interés de aquella inútil política o ingeniería genética para transformarse en ratón. Es por esto que Carlos Mesa, Eduardo Rodríguez Veltzé, Juan del Granado y muchos consultores de organizaciones no gubernamentales que trabajaban muy bien con USAID, no son creíbles y son parte de la ciénega pestífera para las nuevas generaciones y exigencias actuales.

Varias organizaciones cuando recibían mucho dinero de la cooperación, no fomentaron una campaña para la reforma judicial con mayor dureza. Los problemas en la administración de justicia no son nuevos, pues se arrastran desde hace 30 años, por lo menos, de manera que se requiere el liderazgo de profesionales jóvenes, creíbles y con ganas de impulsar cambios viables. El referéndum de consulta es un comienzo, pero su liderazgo con viejos caudillos le quita transparencia y efectividad.

Las discusiones sobre el pacto social son presa fácil de mucha oscuridad e intereses escondidos. Los detalles son importantes: autocrítica imprescindible y honestidad más allá de colores políticos, jugosas consultorías y prontos beneficios. Sacarse la hoja de parra no es algo vergonzoso, sino simplemente reconocerse como tal, falibles. Más que nunca, ahora necesitamos una oportunidad porque el país es de todos. Desnudarse para mirar de frente la verdad no es el fin de mundo, es una metáfora para lo que es urgente: un cambio político, más transparencia, nuevos liderazgos y renovación moral.

Pamela Alcocer Padilla es socióloga y especialista en reformas organizaciones e institucionales

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