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Vedetismo en la política

Sabemos que nuestro estamento político es decadente y que se ha arrogado desde hace mucho tiempo una representación que en realidad ya no tiene (¿alguna vez la tuvo?). Sabemos también que muchos de sus integrantes carecen de ética y son propensos a caer en la tentación del dinero y los puestos cómodos, dotados de seguro social, aportes al fondo de pensiones y salarios fijos mes a mes. Pero últimamente se ha ido manifestando otro fenómeno que es propio no ya de ese estamento político tradicional y rancio, sino de los nuevos actores políticos (generalmente jóvenes que no pasan de los 30 años de edad): el vedetismo político.

Muchos de los más jóvenes parlamentarios bolivianos (supongo que también de los parlamentos de la región) adolecen de este complejo psicológico, que en palabras simples es la inclinación inmoderada a la pose y a ser el centro de la atención pública. Decimos que el vedetismo político es propio no de los políticos viejos sino de los nuevos, debido a un fenómeno tecnológico conocido y utilizado por todos: la irrupción de las redes sociales y los artefactos digitales (tabletas o los teléfonos celulares inteligentes). Podemos decir que el vedetismo político no nació en el parlamento ni en el poder como tal, sino en las llamadas luchas ciudadanas o las plataformas políticas pos-21F, ámbitos donde este fenómeno ya se iba manifestando con intensidad.

El vedetismo político agrava más el problema del que adolece el estamento político porque no tiene que ver solamente con la carencia de ideas, formación intelectual o personalidad sólida de los políticos, sino con el amor desmesurado a las cámaras y los flashes, amor estimulado ahora todavía más por la posibilidad que se tiene de publicar fotografías y videos en cuestión de segundos y por cuenta propia. Entonces, los vedetes políticos no pierden ninguna oportunidad (puede ser alguna manifestación, algún mitin, algún desayuno-trabajo o alguna audiencia con cierto diplomático) para, presuntuosos y orondos, publicarla sin un sentido crítico, con el objeto de hacerse ver por un público generalmente también acrítico, y lo peor, sin tener en cuenta que ello no modifica nada —ni positiva ni negativamente— en el poder establecido y menos en la realidad pública nacional.

Como dijimos, los vedetes políticos son generalmente los más jóvenes, pues son ellos quienes hacen más alharacas de todo lo que realizan en su día a día (aunque tampoco se salvan de él los más importantes líderes tanto del oficialismo como de la oposición). El fenómeno está relacionado con un fenómeno cultural y comunicacional mucho más grande y más antiguo, llamado por el Nobel Vargas Llosa la “civilización del espectáculo”. Es decir, la cultura de la parafernalia pública y no del contenido profundo, la vida de la farándula y no el trabajo serio y creativo.

Esto se traduce en publicaciones digitales de políticos (opositores jóvenes en su mayoría) que se sacan fotos o se graban ellos mismos videos durante sus intervenciones, ya sea discurseando, entregando reconocimientos camarales, entregando maples de huevos a una que otra autoridad, viajando al exterior para dizque conseguir apoyo de parlamentarios para el censo 2023, respondiendo a sus adversarios con pobre sofística, o, peor aún, cantando baladas. Esas intervenciones, además de ser una burla a la confianza de las personas que los votaron, no tienen la menor trascendencia positiva y más bien empobrecen más la actividad política. Contribuyen a la destrucción de la racionalidad.

La actividad política, sin ser sacrosanta, mojigata o santurrona, debe tener siempre un prestigio reservado para los mejores y más serios. Es decir, debe estar reservada para élites pensantes. Esto hoy está muy lejos de la realidad debido al populismo de masas. Sin embargo, los parlamentarios de oposición deberían considerar al menos ya no hacer tanta alharaca en redes, pues deben saber que la política es fundamentalmente una actividad intelectual y ética. Silenciosa, por tanto. Para la causa del censo 2023, por ejemplo, mucho más hubieran servido parlamentarios pensantes y propositivos que bulliciosos badulaques que trabajan desde Instagram, Twitter y Facebook y cuyas intervenciones en marchas y viajes para captar el apoyo de la comunidad internacional las podría haber hecho en realidad cualquier persona que no tenga necesariamente las credenciales de un asambleísta nacional.

Saborear las delicias de la fama, salir bien trajeado en fotos y videos no está mal, pienso yo, siempre y cuando esa figuración esté justificada y, sobre todo, sea merecida. Cuando se estudia, innova y propone, creo, se puede y, es más, se debe salir ante cámaras. Pero hacerlo cuando se es un parásito del presupuesto estatal que cobra mes a mes, debería ser un delito.

Ignacio Vera de Rada es profesor universitario

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