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Carcaje, donde la tierra resucitó gracias a las mujeres

Leonor Miroslava Férnandez Guevara

Una estructura de metal se impone en el patio trasero de la casa de Inés Tola (39). Es un esqueleto erguido sobre la tierra amarillenta característica de la zona. Pronto será un vivero. Esta vez, Inés no estará sola para el armado como hace ocho años cuando plantaba dos variedades de verduras a cielo abierto. Esta vez, tiene compañeras organizadas y decididas a terminar el vivero que dio esperanzas a esta zona castigada por la sequía, granizadas y heladas.

El comienzo no fue fácil para todas, nos cuenta Inés, “a mí me gustaban las plantas desde chica, pero hay otras compañeras a las que les costó. A veces cuando hay enfermedades en el cultivo no se puede controlar, y combatimos con cosas que preparamos orgánicamente. Las enfermedades son difíciles de manejar, entonces, ellas se frustraban cuando era más trabajo y se enfermaban sus plantas. Así varias compañeras se han rendido, porque era mucho trabajo y no podían progresar, para contrarrestar nos fortalecieron nuestros encuentros, reuniones para poder apoyarnos, eso ha sido lo que más nos ha dado fuerza para seguir adelante”.

La organización social de mujeres trabaja en el complejo Carcaje- Azirumani Bartolina Sisa que está a 20 kilómetros de la ciudad de Cochabamba, ubicada en pleno corazón de Bolivia. Forman parte 25 mujeres, de las cuales 11 se dedican, desde 2014, íntegramente a cultivar hortalizas, en una región conocida como el granero del país y que actualmente sufre por el cambio climático.

Según la Universidad Mayor de San Simón, en Carcaje la temperatura aumentó de 1,5 a 2 grados centígrados, en los últimos 20 años. La investigadora de la Facultad de Agronomía Dora Ponce Camacho explicó que en esta zona “la humedad desaparece rápido no solo por radiación solar, y el viento que hace que sus suelos estén mucho más secos, sino que tiene tendencia a ser desértico”.

Por ello, esta comunidad, situada en la región conocida como valle alto, acostumbra a producir maíz, trigo, papa, pero utiliza fertilizantes y químicos, lo que bajó los niveles de producción. “Desde el auge de la revolución verde de los años 70 y 80, esta mancha agrícola de producción convencional bajó su producción entre el 60 y 70%. Varias familias han tenido que ingresar a la técnica de huertos y agroecología”, dijo la investigadora.

En ese marco desfavorable, “ellas han logrado rescatar prácticas de la agricultura ecológica, recuperar la semilla y los fertilizantes naturales”, comentó la responsable técnica de la Coordinadora de Integración de Organizaciones Económicas de Cochabamba (CIOEC) María Eugenia Flores.

Indicó que el cultivo es a pequeña escala y de la manera más sostenible posible. Para esto –dice– incluyeron una diversidad de técnicas agrícolas, como la cosecha de agua, el sistema de riego por goteo y el aprovechamiento diferente del espacio.

La adversidad climática fortaleció y tecnificó la producción en la zona. Hace unos ocho años, los pobladores sembraban a cielo abierto y recibían agua por inundación y en tiempo breve. Entonces, al ser una zona maicera primó el monocultivo y dio pocas ganancias.

Una vez organizadas las mujeres, señalan que lo difícil no fue empezar, sino hacerse sostenibles, productivas y de autogestión. Las inconveniencias para producir y mejorar su economía de la forma tradicional las obligó a virar en su visión agrícola y a proyectarse solas porque, incluso, sus esposos se alejaron del trabajo de la tierra.

De la transformación a la producción de hortalizas

En una primera nueva etapa, transformaban el maíz y el trigo en galletas, fideos y panes. No era suficiente. Luego, decidieron arriesgarse a la producción de hortalizas.

“El cambio era poder incrementar y diversificar la producción, y buscar una buena comercialización para mejorar su economía. Hoy producen pepinos, tomates, pimentones, lechugas, apios, cebollas con calidad organoléptica, de mejor sabor, textura, olor y color”, afirmó Freddy Elías Carvajal, ingeniero del CIOEC que supervisa a las mujeres en Carcaje.

La guía técnica ayudó a las mujeres a garantizar el autoconsumo como prioridad y a aplicar un sistema renovable, variado y con plantas que revitalizan el suelo. Por ejemplo, las leguminosas captan el nitrógeno de la atmósfera y lo dejan en el suelo para las hortalizas.

El trabajo disciplinado de las combatientes agroecológicas cambió la faz de Carcaje. Una vez que se vieron los resultados en una casa, el ejemplo proliferó en otras. Las asociadas son invitadas a enseñar a armar viveros artesanales, y a compartir sus conocimientos y experiencias con los vecinos.

Una mano internacional para abrir mercados

Stefano Archidiacono, del Centro de Voluntariado Internacional de Italia, encontró a estas mujeres organizadas, eran parte de la Coordinadora de Mujeres en el Valle Alto (Comuva) desde 2008, que están dispuestas a experimentar cambios dentro sus concepciones ancestrales.

Uno de los principales problemas que enfrentaban estas productoras es la falta de espacios físicos para ofertar sus productos, ahí coadyuvó la CIOEC con una propuesta de comercialización asociativa y abordando la situación de manera integral, como tecnología, capacitaciones, calidad de producto, acceso a la información y fomento de redes de intermediación. De esa forma, se abren mercados para vender sus productos cada semana a través de Kampesino, una tienda agroecológica especializada.

La Fundación Abril les enseñó a cosechar agua de lluvia en el marco del proyecto Pachamama, el cual busca relevar el protagonismo femenino rural dentro la soberanía alimentaria en Bolivia, para un acceso equitativo y eficiente al agua para el riego y uso doméstico.

Bajo este paraguas institucional, estas mujeres desarrollaron competencias blandas, entre ellas: toma de decisiones, manejo de conflictos y planteamiento de objetivos estratégicos a largo plazo. Planifican sus cultivos por temporadas para su consumo y venta.  Es más, aprendieron a producir con amor para su casa y para el mercado.

Inés Tola comentó que ve a las plantas como si fueran sus segundos hijos. “Las reviso hoja por hoja, veo si tienen bichitos, mosca blanca para reaccionar en el momento como cuando se enferman los niños. Tratamos de curar a las plantas con nuestra medicina propia (fertilizantes naturales) para que se curen”.

Las mujeres en el área rural se enfrentan a políticas de Estado en cuanto la producción de alimentos agresivas e insostenibles. Pero con el cúmulo de conocimientos y pasión que tienen, crearon EcoMujer como agricultoras, cuidadoras de la salud, transformadoras y comercializadoras, y así dejar de ser invisibilizadas, desconocidas y subvaloradas.

La lideresa

Limbania Villagómez (26) es la lideresa del grupo. Ella las reúne cada semana en una casa, donde pesan la verdura, llenan planillas de control, hacen seguimiento a sus ganancias particulares y programan sus cosechas futuras, de acuerdo con la temporada y demanda del mercado.

“Comenzamos solo tres productoras. Entregábamos verduras por amarros y precio: 2 bolivianos ($us 0,29). Ahora, vendemos por peso y nuestras ganancias mejoraron. Por ejemplo, el tomate se vendía en chipitas (bolsas pequeñas) a 5 bolivianos ($us 0,72). Entregaban al tanteo, dependía de la mano de cada una. Ahora, ya sacamos un precio seguro y tenemos un mercado para vender”, dijo Limbania.

Emiliana, Inés, Limbania, Placida sonríen y bromean mientras terminan de armar el vivero. El ingeniero y uno de los esposos de las asociadas les ayudan, entre música, niños jugando y la olla común de comida preparada para celebrar esta reunión.

Estas mujeres se organizaron y forjan su futuro sin ayuda de autoridades. Absorbieron conocimientos, descubrieron nuevas herramientas y lograron resultados de largo plazo. Hoy, luchan por competir en el mercado.

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