En los últimos días se vienen desarrollando las reuniones entre la dirigencia sindical y la representación del gobierno para negociar el Pliego Petitorio de trabajadores en Bolivia, cuyo contenido es apenas público y se conoce principalmente lo referido al incremento salarial; sin embargo, es seguro que hay demandas no tomadas en cuenta.
En las imágenes que salen en los medios sobre las reuniones está algo evidente y a la vez invisible de tan normalizado que está. Se trata de muchas personas, podrían ser 30, reunidas en la mesa de negociaciones y todas, todas, son varones.
Ha quedado atrás la otrora poderosa Central Obrera Boliviana capaz de paralizar el país cuando declaraba una huelga general indefinida con bloqueo de caminos; capaz de levantar a miles de personas afiliadas y de convocarlas en multitudinarias marchas encabezadas por los aguerridos trabajadores mineros, que iban explotando dinaminas a su paso; los fabriles organizados y siempre penetrados por algún partido ya que eran los proletarios, la vanguardia revolucionaria; en unión a campesinos, que castigaban a latigazos a quien osara cruzar cuando ellos marchaban, mientras por detrás iban las mujeres con sus polleras coloridas. Una dirigencia, muy politizada y discurso revolucionario de izquierda.
Eran otros tiempos, hoy la COB parecería más light en discurso, convicciones y acciones, y desde el 2005 es aliada del gobierno de Evo Morales. Sin embargo, lo que no cambia es que toda esa dirigencia ha sido siempre masculina, testosterona a tope desde que fue fundada en 1952 por el carismático Juan Lechín Oquendo, tan glamouroso y mujeriego, pasando por personalidades del movimiento sindicalista como Simón Reyes, Víctor López Arias, Edgar (Huracán) Ramírez y Oscar Salas, hasta llegar a los últimos y ya más deslucidos Felipe Machaca, Guido Mitma y el actual Juan Carlos Huarachi.
Las mujeres siempre han estado muy activas dentro del movimiento obrero campesino, siempre organizando, poniendo el cuerpo y el trabajo, haciéndose cargo de las ollas comunes en las huelgas y marchas, y lo hicieron con sus criaturas y compartiendo las penurias que comportan las demandas sociales, pero sin salir en las fotos ni llegar apenas a las palestras sindicales. Son pocas las que se abrieron camino a codazos entre los hombres y llegaron a ser conocidas, entre ellas Domitila Barrios (Chungara por su marido) del sector minero y Wilma Plata de la Confederación de Maestros Urbanos de Bolivia; y hay una sola organización sindical femenina con presencia importante en la COB y es la de mujeres campesinas Bartolina Sisa.
Las representaciones sindicales remiten además a espacios laborales muy masculinizados (mineros, petroleros, ferroviarios, fabriles, construcción) y si son mixtos quien es dirigente es un hombre. Entonces las reuniones se convierten en un mundo de varones, con sus propios códigos y complicidades, cada uno con el poder de su representación y la seguridad de su cargo. Allí las mujeres son ajenas y, si no son ignoradas, son revisadas de arriba abajo con mirada libidinosa o con desprecio. Incorporarse en un espacio así implica tragar muchos sapos y abandonar el género, volverse masculina, ser “uno” más, pero de los que cuentan menos.
¿Cómo un grupo así de dirigentes puede representar a todo el conjunto de personas trabajadoras? ¿Cómo pueden saber lo que la mitad de la población trabajadora necesita? Hay sectores laborales feminizados ausentes porque no son masculinos. Además, así se tratara de “amas de casa”, se trata de trabajadoras y son las que más demandas laborales tienen. Esta ausencia de mujeres hace que sea un Pliego petitorio sin legitimidad, porque es incompleto en contenido y en representación.
Los hombres no pueden representar a las mujeres y no deben representarlas. Si bien hay pedidos laborales comunes, también existen especificidades que en cada sector y género se deben tomar en cuenta. Eso incluye a los empresarios, también siempre hombres, que entran en las negociaciones laborales. Un mundo de machos que hay que cambiar.
Drina Ergueta es periodista.