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Un plato de tortellini a I Carracci de Bologna

Maurizio Bagatin

“Si mangia piú a Bologna in un anno che a Venezia in due, a Roma in tre, a Torino in cinque e a Genova in venti” – Ippolito Nievo, Confessioni di un italiano

Tres de la mañana, el tren para Bologna. Dejamos la nieve de enero, las chicas romañolas y ebrios subimos al tren. Dejando Rímini, Roma nos esperaba, y el frio nos acompañaba.                                

El tren, llegando a Bologna, no pudo más, tal cantidad de nieve había enterrado toda esperanza de paisaje emiliano, una alfombra blanca cubría Piazza Grande y las puntas de las dos torres, la Garisenda y la Asinelli demostraban toda su vejez…blancor de pureza en la ciudad comunista y consumista, como decía de ella Pier Paolo Pasolini.

Perdido el tren por Roma esperáremos la aurora blanca…en la ciudad de las tres T, así todos la conocen, Bologna, por sus tortellini, por sus torres y por las tetas, las de las mujeres bolognesi…una canción con aún sabor a campo de Guccini, otra, ya urbana, de Lucio Dalla, y una politizada de Claudio Lolli, y al final, bajo un pórtico, una canción de Luca Carboni.

Eran el DAMS de Pier Vittorio Tondelli, las clases de Umberto Eco y el hachís que iba sustituyendo al vino, años del riflusso y heroína en cada esquinas de la ciudad. Radiofreccia que rockenrolea y alumbra…

Una hostería sin un plato de tagliatelle o mejor aún de tortellini, no es una hostería, puede ser todo, un bar, un caffé, un boliche del hampa pero Bologna es la dotta, la grassa y es la rossa, Bologna es la primera universidad en occidente, Alma mater Studiorum para Petrarca, Pico de la Mirándola y Copérnico, y Bologna es cocina abundante y opulenta, Bologna es la de los ladrillos rojos, Ferrari y Maserati, Bologna es también la comunista…soñando en aquel frio, aunque sea un plato de spaghetti al pomodoro, una copa de Trebbiano, una botella de Sangiovese, vinos fuertes, del color de su tierra y de sus esperanzas…luego caminar como unos   Stendhal, enamorado de sus cuarenta kilómetros de pórticos, esperando entrever aquellos pechos femeninos, los de la Gradisca en todo nuestro Amarcord…

Nos quedó esperar el despertar del chef, del mítico Christian, el cocinero oficial de I Carracci, restaurant de la creme bolognese y mientras todos a lanzarnos bolas de nieve y construir un muñeco con la misma…Christian llegó a las 8 de la mañana, nos invita a comer y nosotros lo agarramos a bolas de nieve y lo cargamos en las espalda, todos a desayunar, seguimos refulgidos y chispeando hasta primera horas de la tarde…cuando llega el titular de I Carracci y nos invita entrar al restaurante, nosotros, los borrachos de una noche en tren, con mal aliento y los ojos rojos…unas botellas de Verdicchio para empezar la tarde, en el salón entre reproducciones de los pintores, de Annibale Carracci, el rival de Caravaggio, misterios y melancolías en sus pinceladas fuertes, en sus colores y arte en sus frescos…Verdicchio y la historia de los tortellini, contada por un bolognese de pura cepa.

Plato legendario, del cual narran que se originó en un pueblo en provincia de Modena, la verdadera cuna de la Ferrari y de la Maserati, en Castelfranco Emilia, cuando una marquesa de una belleza deslumbrante, huésped de una taberna del pueblo, cautivó al propietario de la locanda hasta dejarlo con la poca luz existente toda la noche espiándola por el ojo de la cerradura. La poca luz le hizo ver solo el ombligo de la marquesa. El día después en la cocina de la taberna, se inspiró en la creación de los tortellini.

Nosotros seguíamos mirando el plato e imaginábamos el ombligo de la marquesa…

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