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Un paseo por “pasaje a la nostalgia”

Melita del Carpio Soriano

En su ensayo titulado “Nueva refutación del tiempo” Jorge Luis Borges deja claro que:

“El ejercicio de la memoria no significa, exclusivamente, el simple acto de recordar, sino que implica un remontarse hasta los orígenes de los hechos con el propósito de actualizarlos. El que recuerda transfigura en palabra el origen, y pone en escena ese origen. Por lo tanto, al recordar el escritor hace presente un pasado, y cuando esa acción aparece asistida por la comunidad de lectores -o auditores- el escritor o narrador los está conectando con sus propios orígenes.”

“Pasaje a la Nostalgia”, la primera novela de Andrés Canedo, publicada en 1999 y luego en 2016 en una segunda edición bajo el sello editorial Kypus, es justamente un itinerario narrativo en el que la memoria transfigura la palabra en origen y pone en escena el origen de donde surge una gran y conmovedora historia de amor: el origen mismo de la nostalgia. Por todo eso, la memoria no es el simple acto de recordar, en definitiva y en palabras del autor:

“Uno es, finalmente, su memoria; desde allí se fue construyendo, sumando hechos y presentes que se vuelven recuerdo, a la arquitectura de su vida para ir elaborando el edificio, sin final, de su propio ser.”

Como lectora tengo el sabor de sus páginas intensas, emotivas, apasionadas, de tantos episodios y palabras que han removido mis propias nostalgias reconociendo hechos, lugares y tiempos, los caminos de tierra por los que viajamos por el país durante la infancia y la adolescencia en flota; las ciudades bolivianas de los 60 y 70; la atmósfera política de esos años… por momentos riendo por las ironías y paradojas, ganada en algún momento por la congoja; de pronto, atravesando mi propio pasaje a la nostalgia que me lanzaba también a evocar.  La experiencia de esta lectura, me hace pensar en un texto de la novela, en realidad son palabras de Liber Forti recuperadas por Canedo: “Poeta es aquel que dice las cosas que están en el corazón de los demás”.

El contexto: tiempo y espacio

La novela se remonta en los recuerdos de Carlos, la voz narrativa central, a su infancia y adolescencia en Tartagal. El estudiante boliviano vive intensamente su vida universitaria en los turbulentos  años 60 en Córdoba, donde va a estudiar medicina. Intensos años de profundos cambios en el mundo entero, principalmente para los jóvenes.

En Córdoba, los estudiantes universitarios y los obreros viven la efervescencia política muy marcada por el peronismo y la ideología marxista.  Son años de la guerrilla del Ché, de su derrota y muerte en Bolivia. Gobiernos militares, el anticomunismo, la lucha por la autonomía universitaria, el Cordobazo, los diarios enfrentamientos con la policía. Tiempo de dura represión, de tortura y muerte. Tiempo de idealismo izquierdista que creyó profundamente en un hombre nuevo y en un sistema socialista que supuestamente desterraría la injusticia como la gran esperanza de la sociedad latinoamericana. Como lo hace Tano y otros muchachos en Pasaje a la Nostalgia”, también en Bolivia creímos que valía la pena jugarse el destino.  Los amigos y compañeros de Carlos encarnan los diferentes discursos políticos, las teorías, posturas, opciones de los jóvenes de ese tiempo mientras Carlos, sin dejar de compartir esos ideales se reserva cierta distancia crítica expresada en las palabras de Tano que parecen dichas para hoy:

“Si no se construye sobre una auténtica justicia, entonces todo es en vano. Cuando unos grupos dominan a otros, aún en nombre de la libertad, entonces estamos jodidos. Y parece que ése es un caso bastante difundido, aún fuera del mundo capitalista.”

Pasaje a la nostalgia: tiempo, recuerdo y olvido

El título es un acierto pues actúa como significativa metáfora del contenido de la novela en su conjunto y además, convoca a la lectura. 

La novela nos conduce por un sendero de múltiples territorios subjetivos construidos con los recuerdos del autor. Con seguridad, dichos recuerdos, como en toda ficción, han sufrido transformaciones y fusiones; sin embargo, en esta novela, existe un gran predominio de hechos autobiográficos que pueden ser verificados como tales en otros escritos de Canedo como el texto testimonial “Los reflejos de la memoria” (Abrelatas literario, 2019).

“Todo ocurre en el enigma del tiempo”, dice Amalia Decker, en el prólogo de la segunda edición;  en efecto,  “Pasaje a la nostalgia” está marcado por el misterio de la memoria que recupera el pasado en recuerdos específicos como si el tiempo no hubiera transcurrido. El poder del tiempo es la fuerza dual porque si a veces sepulta en el olvido hechos, palabras, personas, paradójicamente, también revive acontecimientos, resucita personas, sobredimensiona la intensidad de lo vivido. En su transcurrir inexorable, los recuerdos se resignifican o se diluyen pues el tiempo no solo cambia los cuerpos, el pensamiento, los afectos, las cosas, los espacios, también reconfigura los recuerdos porque el tiempo, como decía Borges, es ya parte nuestra:

“El tiempo es la sustancia de que estoy hecho. El tiempo es un río que me arrebata, pero yo soy el río; es un tigre que me destroza, pero yo soy el tigre; es un fuego que me consume, pero yo soy el fuego. El mundo, desgraciadamente, es real; yo, desgraciadamente, soy Borges”. (2005, 177).

 En su compleja naturaleza, el tiempo no es uno, son muchos y diversos los tiempos que hay que vivir dinámicamente. Mariana le escribe a Carlos: “…entonces sobre el tiempo del amor también viviré junto a ti otros tiempos, el tiempo de la búsqueda y por qué no, el tiempo del fuego”.

Carlos maldice la “horrorosa exacerbación de la conciencia del tiempo que impone la vigencia despiadada del diezmillonésimo de segundo” invadido por la angustia existencial de sentir el tiempo externo, detenido, invadiéndolo mientras siente que su vida se consume a velocidades absurdas lejos de su amor.  Mariana, por su parte, sufre porque el tiempo es cruel y parece actuar en contra de ellos que no tienen el tiempo que quisieran para estar juntos. En la ausencia del ser amado el tiempo es eterno y se empeña en dilatarse “… se vuelve gelatinoso como una baba espesa que nos envuelve” y en el breve tiempo juntos “…parece fugarse entre nuestros abrazos como si cada caricia, cada beso solo lograra acelerarlo. (…) No me dejes cuando debo separarme de ti. Quiero que te quedes cerca, que rondes de noche mi casa como un lobo, que aúlles si es posible, que arañes y lames las paredes. Yo sentiré tu grito y tu presencia porque estaré despierta. Quiero que me hagas sentir que puedes pelearle al tiempo, Carlos”.

PASAJE PARA UN ITINERARIO DE ITINERARIOS

En las primeras páginas de la novela hay un precioso diálogo que encierra algunas claves del relato.  Carlos todavía niño habla con su padre:

  • ¿Qué vas a ser cuando seas grande?
  • Me voy a ir de aquí
  • No te pregunté qué vas a hacer, sino qué vas a ser.
  • Lo sé. Pero no sé, papá, qué voy a ser.

 . Carlos habla del deseo de irse lejos de ese lugar porque todo es muy chico y “sin esperanza”:

  • Sí…- dijo papá- Es lindo viajar. Solo así vas a aprender también que se viaja no sólo recorriendo distancias, sino en cada persona, en casa cosa.

Dos claves emanan de este diálogo: el viajar,  recorrer distancias se vuelve su sino y el “ser” como una búsqueda permanente de identidad. Parecen dos mandatos paternos que marcan al personaje a lo largo de su camino. Más tarde Carlos dice:

Cuando era chico, mi padre me dijo que si viajaba, si vivía intensamente, tendría mucho para recordar y contar. Pero no me dijo cómo es esa memoria. También dijo que viajar no solo es recorrer distancias, sino que se puede hacerlo en las personas y en las cosas. No sé si con los años será solamente tiempo de recordar. Yo creo que siempre es el tiempo de vivir.”

La novela misma es una red de viajes físicos, psicológicos, emocionales, la mayoría de ellos en función de Mariana.   La distancia entre Córdoba y La Paz o de Córdoba y Buenos Aires es la distancia que Carlos necesita cubrir con los pocos medios económicos de que dispone para encontrar el sosiego de su alma atormentada sin Mariana. Los viajes también son oportunidades de encuentros con nuevos personajes, a veces, providenciales en su camino.

Uno de estos viajes, el que realiza Carlos desde Córdoba hasta La Paz es una representación de su viaje interior. Carlos parte de Córdoba pasando por Tartagal en medio de los calores veraniegos del norte argentino y todo en él ”arde”-en palabras del autor- arde su cuerpo vital de joven sensible a todos los deseos, lo mismo que la cabeza en las que arden las ideas. Se acoplan entonces dos planos narrativos: por una parte el trayecto real con sus diversas geografías curvas y contracurvas, del camino Santa Cruz, Cochabamba, el valle, el altiplano, finalmente La Paz.  Cada región con las distintas sensaciones que provocan en el viajero  y por otra parte, el itinerario de sus recuerdos: imágenes que Carlos  explora, rastrea obsesivamente por la geografía de sus recuerdos, su vida en Córdoba tan marcada por el estudio de medicina que lo atormenta, los dilemas de las ideas, las luchas políticas, las mujeres y el sexo, “recuerdos y sensaciones que se expresaban directamente en mi piel”.

La suma integrada de esos dos viajes simultáneos me hace pensar en el ascenso de Dante a lo largo del infierno, el purgatorio hasta el cielo donde solo Beatriz, ya ni siquiera Virgilio, la representación del arte, podrá guiarlo hasta Dios. En términos de esta novela Mariana es el eterno femenino, el amor sublime que, en este caso, sin dejar de ser real y cotidiano trasciende todo, comprende el mundo y sus contradicciones, su mundo, desde una sensibilidad superior que armoniza la vida, el pasado y el presente. Y en ese fin de viaje, vemos a Carlos y a Mariana una noche de frío paceño, tan cerca al cielo, contemplando La Paz desde el Montículo, escenario fantástico y místico donde las luces de la ciudad son una continuación de las estrellas.

La historia de un gran amor

El universo afectivo de Carlos es una constelación de mujeres, la mayoría chicas jóvenes estudiantes como él.  Desde niño Carlos ha hecho un camino en “el aprendizaje de la piel”, del sexo y del descubrimiento de la mujer. La paraguaya, Paola, Elsa, Graciela, Tatiana, Roxana, Julia, Verónica…Las describe bellas, cada una a su manera, deseables, interesantes, sorprendentes, libres en la relación íntima, con un misterio particular propio de cada una. El autor se detiene en la descripción pormenorizada de los encuentros sexuales.  Carlos se apasiona con cada mujer en su momento, pero también les habla de Mariana, su chica, su novia cambita que vive en La Paz.  Carlos habla acerca de su experiencia del aprendizaje de la piel:

“Es en el territorio de la piel donde con mayor certeza se pueden develar lo verdadero de lo falso (…) Y lo hace con certeza porque la piel es una extensión del alma. Es la mente a la que presionamos desde la voluntad la que después genera pretextos, monta fraudes y habilita terreno para las falacias, se cree lo que se quiere creer, es posible engañar a la conciencia, pero la piel como un órgano del espíritu en el momento en que suceden las cosas, reconoce el fraude”.

Y el aprendizaje de la piel es la oportunidad también del aprendizaje de la ternura, dice Carlos.

A pesar de su inmenso amor por Mariana estas jóvenes se adueñan por etapas de sus pensamientos y hasta de sus obsesiones, pero la nostalgia por Mariana es un proceso constante, creciente y deriva en una verdadera crisis existencial de vacío y desasosiego, que no es culpa ni dilema. Es su profunda necesidad de Mariana que está tan lejos. Finalmente, su decisión de no separarse más de ella y las acciones para no separarse más, le hacen encontrar el sentido y la armonía. En ese proceso y decisión, Carlos parece encarnar aquello que sostiene el psicoanálisis: que un hombre sólo puede salir de una postura infantil cuando es capaz de amar y desear a una mujer. Por todo eso, golpea al lector el final del libro en la última página. Y se convierte en un efecto narrativo para dejar al que lee en suspenso en el ultimo momento.

No conozco una novela boliviana en la cual se hubiera desarrollado el tema del amor de manera tan profunda, intensa y sostenida, en una novela tan extensa de 485 páginas, considerando además que no se trata de un amor ni vedado ni imposible para los amantes. En nuestra novelística siempre hay historias de amor, pero la fuerza está puesta en ficcionalizar sobre lo social, lo político, lo histórico, la tierra, el territorio, la muerte, lo existencial y otros.

Como arriba se dijo, la búsqueda del “ser” es una constante en las acciones y cavilaciones de Carlos. El tema se expresa en una constante búsqueda de su identidad, hay siempre una afirmación en escuchar: “Oye, boliviano” él se siente siempre boliviano, aunque hable como gaucho y tiene presente ese país, territorio de la desigualdad y la injusticia. Pero todavía es más fuerte la búsqueda de su identidad como ser humano libre que se horroriza verse reflejado en el espejo de la masa a pesar de que: “No sé si soy mejor o peor, no sé si vale la pena el sufrimiento de modelar un rostro propio que, finalmente, también sufrirá la destrucción de la muerte y el olvido”.

El arte está ligado íntimamente a las búsquedas de libertad de Carlos y también de Mariana quien finalmente encuentra su camino en el teatro. El arte, los libros, la música, el teatro son espacios en los que el amor crece y se articula en nuevos sentidos para ambos. Son terrenos erotizados que los reúnen incesantemente y son también motivo de encuentro con otros personajes que aman sus lenguajes.    

 Estructura y lenguaje de la novela

La estructura es coherente a la idea del recuerdo y del tiempo, por eso los textos se dan como en el recuerdo: fragmentados y móviles, no siguen un orden lineal, más bien saltan, vienen y van por asociación o superposición. Las marcas tipográficas como comillas, negrillas y cursivas sirven al autor en sus propósitos creativos; sin embargo, es posible para el lector organizarlos. En ese trabajo comprensivo las sensaciones y conclusiones pueden ser distintas de lector a lector.

La voz narrativa generalmente centrada en Carlos por momentos, cede protagonismo a otras voces, principalmente la de Mariana o de alguno de los amigos de Carlos. Así se articula la narración desde voces diferentes a través de monólogos en primera, segunda y tercera personas. El intercambio epistolar aún significativo en los años 60 y 70 en la comunicación, es una estrategia narrativa que tiene el efecto de generar monólogos interiores. Estos recursos y su carácter autoreflexivo hacen de “Pasaje a la Nostalgia” una novela metaficcional.

La prosa de Canedo fluye ágilmente, se desliza como si hubiera sido fácil escribirla permitiendo leerla con placer. Uno de sus secretos es un manejo admirable de la lengua. Es también una prosa llena de poesía, principalmente en las cartas que escribe a Mariana. Muchas de ellas son verdaderas prosas poéticas. Prosa dinámica que a pesar de tantas referencias a la cultura y reflexiones políticas y estéticas, el narrador no divaga ni cede terreno al ensayista, no se olvida que narrar fundamentalmente, es la esencia de la novela. Tal vez por todo esto, no permite al lector saltarse páginas y capítulos.

Dentro de la historia central se dan circunstancias que vive Carlos que constituyen verdaderos cuentos rotundos y completos que podrían ser separados del argumento sin perder autonomía, es el caso del cura que conoce rumbo a Buenos Aires, o del dueño del restaurante que amaba el cine polaco. Es parte de la arquitectura compleja, interesante y original de una verdadera novela.

Y hay mucho más que decir…

Más allá de lo literario, “Pasaje a la Nostalgia” es un hermoso homenaje del autor a la memoria de su compañera de vida y de arte, la talentosa directora de teatro Rose Marie Canedo, fallecida muy joven. Ella es Mariana, la recuperamos como ser humano diáfano y carismático en las páginas del libro y quienes vimos sus obras las reconocemos en los procesos de puesta en escena que el autor describe. Sahara escrita por Luis Bredow ha quedado en mi memoria por siempre.   Su muerte fue en el medio artístico del país lo que representó la de Peter Travesí. Para que estos artistas no fuesen olvidados, pusieron sus nombres a Festivales de Teatro o a lugares relacionados con el arte escénico; pero Andrés Canedo, con esta novela, ha encontrado la forma de inmortalizar a su compañera, de hacer que Rose Marie vuelva a la vida como él la recuerda en la magia de cada lectura.

Espero que este análisis los aproxime a Pasaje a la Nostalgia, y mejor, que los anime a internarse de lleno en él.   

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