Durante el siglo XX la nomenclatura usada en los momentos de grandes tensiones se los consideraba “prerrevolucionarios” y en consecuencia se suponía que, por una sucesión particular de acontecimientos sociales, económicos y políticos, una transformación de fondo asomaba las narices en el horizonte de la historia. Fueron los marxistas clásicos los que a partir de una aseveración del propio Marx calificaron estos tormentosos períodos como “partos de la historia”, denotando de esta manera el final de una época y el inicio de otra; pues bien, creo firmemente que lo que estamos experimentando en la actualidad es exactamente eso; un parto histórico en que concluyen 71 años del Estado Nacionalista Revolucionario que inició el MNR en 1952 y la emergencia de un tiempo nuevo que conlleva una visión diferente de la sociedad y el propio Estado.
Sostener que atravesamos un periodo de esas características supone algunas aseveraciones que voy a exponer de forma sintética pues se trata de un momento en que todas las estructuras políticas, ideológicas, representativas y participativas de la sociedad civil en el Estado están, en el mejor de los casos, en tela de juicio, y en otros definitivamente desechadas por la sociedad civil. Esta situación es producto de la crisis de representación que afecta las democracias en todo el mundo. Una crisis en que los ciudadanos sienten que su presencia en el Estado y los mecanismos de participación se han reducido al punto en que el Estado le resulta extraño y alejado de sus expectativas e intereses ciudadanos.
En el caso boliviano, en 2016, momento en que cristaliza el proceso que culminaría el 2019 con la renuncia y fuga de Evo Morales, ya es posible identificar con cierta precisión la crisis del Estado del 52, una crisis acelerada por la pretensión de refundar un Estado sin más propósito que diferenciarse bajo el signo de raza que le imprimían García Linera, Choquehuanca y el propio Morales al Estado fundado por la Revolución Nacional, empero, en los hechos todo lo que Bolivia necesita para instalarse en la modernidad capitalista lo había consumado el MNR, de manera que la Refundación Plurinacional del MAS no pasó de ser un acto demagógico que, a pesar de ello, se llevó por delante toda la institucionalidad democrática y republicana.
No sé si todo esto retrasó o aceleró el final del ciclo revolucionario del MNR, pero lo que me parece claro es que abrió un periodo de transición histórica en el que buscamos una solución de continuidad que supone la emergencia de la ciudadanía como el nuevo interlocutor frente al estado, nuevas formas organizativas en reemplazo de las rígidas estructuras de los partidos tradicionales, (como las plataformas ciudadanas) una “visión” amplia y flexible del mundo en remplazo de las ideologías y los grandes discursos del siglo XX, y una clara vocación participativa (particularmente femenina) que busca diseñar nuevos mecanismos de participación y representación real en el Estado. Es decir, una democracia más real y menos formal. Esto es lo que en términos generales designo como un “doloroso parto de la historia”.
Nos agobia el hecho de que la oposición pareciera girar en círculos sin producir un efecto perceptible en la coyuntura, es posible dadas las condiciones del todo adversas en que se desenvuelve, de lo que yo estoy seguro es que, la crisis actual del MAS expresa los estertores funerarios de la hegemonía racial del MAS y el fin del Estado del 52. Una crisis de Estado del que emergerán nuevos liderazgos y estructuras de poder ciudadano abriendo un nuevo periodo de la historia que prefiero llamar el Momento democrático-ciudadano, heredero directo del concluido periodo conocido como nacional-popular.