En mi anterior columna indiqué que el vértigo que impone la polarización, visibiliza y magnifica, en sectores opositores, expresiones de un “radicalismo marginal, eterna y tóxicamente descontento”. La renuncia de la presidenta del Tribunal Supremo Electoral (TSE) ha dado rienda suelta a comentarios diversos que, lejos de esclarecer, confunden a la opinión pública, particularmente, a aquella alineada al bloque político ciudadano opositor.
Hace unos días, no faltaban quienes acusaban al TSE de ser el títere que viabilizaría el inconstitucional proyecto prorroguista del binomio gobernante. Con ligereza, se comparaba a Katia Uriona con Tibisay Lucena, la impresentable presidenta de la corte electoral venezolana. De nada valían los argumentos en sentido de que ella representaba, junto a otros, el frágil referente de la corriente institucionalista que hacía contrapeso a los vocales nacionales y departamentales abiertamente sometidos al guión escrito en la Casa Grande del Pueblo.
Para algunos, Uriona debió renunciar por dignidad tras la aprobación de la Ley de Organizaciones Políticas, malograda con la puesta en escena de la farsa monumental y costosa de las primarias. Hoy, los mismos que sindicaban a Katia de “funcional” al MAS, sostienen que debió resistir y no tirar la toalla ya que su renuncia es “funcional” por dejar al TSE bajo el control de una mayoría abiertamente masista. Otros piden disculpas por haberla prejuzgado al dudar de su posición institucionalista.
¿Valía la pena que Katia contradiga lo que la conciencia le dictaba?, ¿debía inmolarse en el seno de un cuerpo colegiado asediado por una maquinaria de poder amenazante que tritura los valores y derechos constitucionales? ¿Esperaban que Uriona, sea la golondrina que haga verano, una heroína que eche por la borda el prestigio ganado defendiendo principios de independencia y transparencia que el pleno del TSE negaba? La posibilidad de imponer sano criterio, fue desahuciada a tiempo de aprobarse el reglamento de las primarias, gracias al voto del ex vicepresidente, José Luis Exeni, quien aquejado de problemas de salud hizo mutis por el foro al prever la inminente estigmatización de los responsables de la conducción de un órgano de Estado, deslegitimado, que comenzaba a levantar cabeza.
El oficialismo ha minimizado la salida de Uriona, no olvida ni perdona haber frustrado el intento de forzar un resultado favorable a la reelección indefinida en el emblemático referéndum del 21F de 2016. Sus voceros tienen razón al sostener que mientras exista el quórum aritmético todo sigue sobre ruedas, no les interesa su deslegitimación ni sometimiento a un proyecto político agotado y “fosilizado”.
Por otra parte, las reacciones incongruentes de sectores opositores sobre el caso Uriona son una referencia preocupante, comparable a posiciones descalificadoras que acusan de “funcionales” e “ingenuos” a quienes asumen hoy el riesgo de dar la cara en este desafiante y prematuro periodo preelectoral. Opositores radicales que exigen a las organizaciones políticas habilitadas se abstengan de terciar en este proceso amañado, debiendo limitarse a defender en las calles el 21F. Las calles importan, así como urge contrarrestar el radicalismo opositor con sus mismos argumentos. Es imperativo apostar y asumir la responsabilidad de jugar con las reglas de una democracia en retroceso cuando hay posibilidades ciertas de romper la hegemonía de la autocracia populista. Allanarle el camino al MAS, es una salida “funcional” y simplista ¿ acaso apuestan por salidas conspirativas? Hoy, invoco a no confundir al verdadero adversario evitando ingresar en una espiral descalificadora de actores del bloque opositor que, más allá de sus debilidades y fortalezas, competirán electoralmente en condiciones de desventaja en una cancha inclinada