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La Mora, la de Cien años de soledad (Los personajes de mi pueblo)

Si a Cecchini (Tzechini…) hubiera vivido Edgar Lee Master, su Spoon River hubiera sido aún más considerable, más abundante, con más alma y más cuerpo. Nosotros gozábamos de un rio, el Meduna, que fue nuestra infancia goliarda y nuestro océano, los piratas que soñábamos ser y Ulises que retornaba a su Ítaca. La Mora es la de Cien años de soledad, y fue solo por pocos la Norma Bagatin, los que buscan siempre un significado a todo y los que desean siempre darle a todo un significado, siguen buscando en su nombre lo que irá más allá de la mujer del norte (Nordmand…) y que su nombre no entra en el almanaque. ¿Quién la ha olvidado? Con su mirada clandestina atravesaba las gruesas paredes de la iglesia, hablándole al cura que intentaba sacar adelante el pedante sermón del domingo, desdeñosamente desafiar a los enamorados y a los eternos solteros del pueblo. Varios personajes literarios la acompañan, los sin desarraigo, una extraña Amaranta o una Susana San Juan, precursora de un realismo mágico pueblerino, en sus personajes míticos, en su originalidad.

La conocimos de una edad, nosotros, los niños que la vieron ayer y la recuerdan hoy siempre igual, extraída de un pasado imposible de encasillar y del cual nunca envejeció. Parece haya vivido un eterno presente, siempre ahí, siempre idéntica, sin cambiar. Era un poema de los lunáticos, tal vez, un barómetro popular, lo que conservan aun los pueblos pequeños y los infiernos grandes, jugadora que bien sabía que la mejor defensa era el ataque, tal vez consciente de su locura y de su inteligencia. Alegre y triste, como los niños en primavera.

Y ahora mientras miramos un poco más allá, nuestra memoria se vuelve la suya, cómoda e incómoda, una puerta y una ventana que abrimos cuando podemos, pero no cuando quisiéramos. Seguimos viendo en ella también el malestar de una época, lo que en casi todas las familias se ocultaba o, bien disfrazado llevaban todo detrás de sus máscaras. Y la libertad que para una mujer ha sido, y sigue siendo, siempre un tremendo compromiso. La recuerdo ahora en algunas poesías de Alda Merini, en la soledad de Emily Dickinson y en la excentricidad de Flannery O’Connor, nunca en la Penélope que espera, como nunca la podríamos recordar en Virginia Woolf que reclama el lugar femenino.

Tal vez la Mora es imaginación y memoria, que son las mismas cosas, cuando intentamos describir unos recuerdos, cuando en la memoria los imaginamos.

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