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Trump y el desbarajuste global

Donald Trump quiere romper la alianza entre China y Rusia. Pero su plan, lejos de debilitar a sus rivales, está provocando un caos geopolítico que podría jugar en contra de Estados Unidos.

Durante la campaña presidencial de 2024, en una entrevista con Tucker Carlson en Arizona, Trump fue claro: acusó a Joe Biden de haber empujado a Rusia hacia los brazos de China por la guerra en Ucrania y prometió trabajar para “desunirlos”. En Fox News se jactó de haber estudiado historia, haciendo alusión al acercamiento de Nixon a China durante la Guerra Fría, aunque el artífice real de esa jugada fue Henry Kissinger.

Trump intenta reeditar esa estrategia, pero el escenario es muy distinto. En los años 70, China y la Unión Soviética estaban divididas por profundas diferencias ideológicas. Hoy, Pekín y Moscú mantienen una alianza basada en intereses económicos y estratégicos, no en afinidades doctrinarias.

Ambas potencias son capitalistas. Rusia aporta petróleo y gas. China, tecnología y manufactura. La relación se basa en la necesidad mutua y en un enemigo común: Occidente, con sus valores democráticos, derechos humanos y libertades individuales.

En materia de seguridad, también hay sintonía. Rusia quiere dominar Ucrania. China no acepta la independencia de Taiwán. Actúan como imperios del siglo XXI: uno con visión globalista (China), el otro con pulsos nacionalistas (Rusia).

Trump ha intentado debilitar ese vínculo mediante su política arancelaria. Durante su mandato impuso un 145% de aranceles a productos chinos, mientras excluyó a Rusia y Corea del Norte de las penalizaciones. Pero la fórmula —una mezcla de proteccionismo económico y presión geopolítica— no parece dar resultado.

La relación Moscú-Pekín es hoy más sólida que nunca. Y aunque sigue siendo desigual, ahora es China quien tiene el control. Ya no es Rusia el hermano mayor. Pekín no abandonará a Moscú, como Trump parece esperar.

Su política de “golpes de efecto” ha generado consecuencias inesperadas. El FMI, por ejemplo, decidió no publicar su informe Outlook anual debido a la incertidumbre económica generada por las medidas del expresidente.

Tampoco ha logrado acercarse a Europa. Trump se ha negado a recibir a Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea. Prefirió reunirse con la italiana Giorgia Meloni, quien intentó hacer de mediadora. Pero su rol no representa al conjunto de la UE.

Meloni dejó clara su posición. En su visita a Washington, evitó la traducción simultánea al inglés al declarar que “el invasor es Putin”. Fue una forma de marcar distancia con la ambigüedad de Trump respecto a Rusia.

Una cumbre entre Trump y la UE en Roma quedó anunciada, pero sin fecha concreta. Y como muchas promesas del expresidente, podría no cumplirse.

Trump también ha fracturado a la propia derecha europea. Muchos partidos conservadores que en su momento lo apoyaron, hoy se distancian. El motivo: los aranceles y el giro proteccionista.

Históricamente, la derecha europea defendió el libre comercio. Lo mismo que los liberales y algunos sectores socialdemócratas. Ahora, sin embargo, los extremos coinciden: la izquierda radical y la extrema derecha —desde Jean-Luc Mélenchon en Francia hasta los socialistas del Siglo XXI— proponen un capitalismo proteccionista, igual que Trump.

El mapa político está revuelto. La alianza entre China y la UE como polos del capitalismo global contrasta con el eje proteccionista que une a figuras tan dispares como Santiago Abascal, Alice Weidel o Donald Trump.

En este nuevo escenario, todos buscan nuevos aliados. China estrecha lazos con Vietnam, Camboya y Laos, mientras Japón y Corea del Sur observan en silencio. La UE busca acuerdos con India, Sudáfrica, el Mercosur y otras potencias intermedias como Canadá, Australia y Nueva Zelanda.

Trump quiso debilitar la alianza entre China y Rusia. Terminó fortaleciendo sus vínculos y empujando a Europa a buscar acuerdos con Pekín. El desbarajuste global está en marcha. Y el país más expuesto al daño podría ser, irónicamente, Estados Unidos.

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