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Microrrelatos – Colección de literatura breve CLXXVIII

El pueblo se convirtió en fantasma

Karla Gabriela Barajas Ramos – México

Algunos emigraron al purgatorio, al infierno o algo peor: un lugar violento en México.

Nostalgia

Felicidad Batista – España

Perdí la cabeza, pero no el alma que recuerda por mí. Todos admiran mi belleza escultural. Tengo coraje y arrojo. Y, sin embargo, sufro de nostalgia. Sueño con regresar a mi isla en el Egeo. Navegar en la proa de cualquier nave. Sentir la brisa marina meciendo mi ropa y el sol ardiente sobre mi piel blanca. Derrotada en mis ansias, aún me llaman Victoria de Samotracia.

Metamorfosis

Esther Andradi – Argentina

Ahora soy una hierba doméstica. Pero supe ser salvaje.

Orgías fueron aquellas: no te puedo explicar la de bichos que entonces se balancearon entre mis lianas.

Nada que ver con el perejil en que me he convertido.

Rosa de Jericó

Nana Rodríguez Romeo – Colombia

A Piedad Tello

 La mujer, radiante como la planta florecida que lleva entre los brazos, queda paralizada cuando de la sombra aparecen dos hombres que la intimidan con la actitud y un olor que produce miedo. La rodean, le dicen cosas. De pronto, continúan calle abajo. Ella toma aire. Uno de los hombres, de improviso, se devuelve, pega la carrera hacia la mujer que siente arañas en el estómago. El vándalo con la sonrisa desdentada y una ternura en los ojos le pregunta: ¿Y esa flor tan linda, cómo se llama?

Capilla Sixtina

Paola Tena – México

Ahora ya vestido, se da cuenta de que es cierto lo que le dijeron los ángeles. No es lo mismo. Pasea de noche por las calles del Vaticano embutido en pantalones pitillo, la camisa de seda negra abierta hasta medio pecho como un gigoló. Enamora a las monjas trasnochadas, bebe grappa a morro en los bares de los barrios bajos y discute de teología con los turistas.

Pero no es igual que en las fiestas nocturnas de la Capilla Sixtina: cientos de cuerpos semidesnudos contoneándose al son de las arpas y las cítaras, rizos de cabello, sudor y telas vaporosas apenas cubriendo los torsos magníficos. Cuando vuelve de madrugada a la Capilla, se quita esa ropa ridícula y la oculta dentro de un hueco invisible en el muro. Sube al techo y en un acto de reconciliación, toca la punta del dedo de su enfurecido Padre, el único que nunca baja de su pedestal a gozar un poquito la vida.

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