El debate sobre la invisibilidad de la mujer en el masculino genérico de la lengua castellana se repuso con fuerza a partir de dos declaraciones de vicepresidentas: una, la del Gobierno de España, con repercusiones del académico Arturo Pérez-Reverte, más encaramada que la otra, la del Centro de Estudiantes del Colegio Carlos Pellegrini, dependiente de la UBA bonaerense. Los contextos fueron distintos pero ambas convergieron en la causa del “lenguaje inclusivo” o “no sexista”.
En orden temporal, la jovencísima representante de los alumnos del Pellegrini arrojó la primera bomba al desenvolverse ante los micrófonos de la televisión con absoluta naturalidad utilizando frases como esta: “Hay poques diputades que están indecises y queremos mostrarles que a nosotres…”.
Primero fueron los dobleces gramaticales (“todos y todas”, “los y las”). Después llegaron las arrobas y las equis (“tod@s”, “l@s”; “todxs”, “lxs”). Ahora, las ‘e’ reemplazan a las ‘o’ y las ‘a’ (“todes”, “les”). Incluso se han publicado guías de lenguaje con recomendaciones para combatir lo que se entiende por sexismo lingüístico, como parte de una campaña mayor, de tipo social, contra el machismo y la discriminación a la mujer.
Si bien las “soluciones” practicadas hasta ahora parecen haberse reducido al círculo de disconformes con el masculino genérico en la lengua (“los alumnos”, “los padres”, para referir tanto a varones como mujeres), la tendencia —sobre todo entre adolescentes y jóvenes— es clara; se riega por las redes sociales y ha comenzado a acomodarse en ámbitos “reales”, como aulas de colegio y universidades, en algunos casos con la satisfacción de profesores.
Fuera del entusiasmo de simpatizantes de alguna rama del feminismo (no pocas veces con fines ideológicos y con anclaje en una reciclada izquierda neomarxista), millennials y centennials (no todos, pero sí muchos) emplean a diario las antes mencionadas formas y, por eso, la academia debe prestarles atención —en su justa medida.
Pérez-Reverte insinuó por Twitter que si la RAE adapta la Constitución de su país al lenguaje inclusivo, tras el pedido de la Vicepresidenta española de un informe en tal sentido, él abandonaría la Real Academia de la Lengua. Y entonces algunos se preocuparon. Otros, se burlaron de la propuesta vicepresidencial. “No nos cabe un gesto más en el cerebro”, tuiteó el periodista Jorge Bustos, que tiene razón. No nos cabe un absurdo más en el cuerpo y aparecen los listos con penosos inventos en fingida neutralidad de género.
Valga la aclaración de que, ante la falta de seriedad de las propuestas alternativas, considero que no importa tanto la cuestión estética como la inclinación de sus promotores hacia el desprecio por la norma. Este mundo tiene un sinfín de injusticias que no vamos a resolver con (más) anarquía —lo cual no implica renunciar a denunciarlas.
La impopular —por antipática— RAE va ganando la batalla sin siquiera haberse mojado los pies; esto se debe a que se lo han hecho muy fácil. Es evidente el extravío de quienes empobrecen con exceso de creatividad la legítima aspiración de una igualdad de derechos femeninos y masculinos en sociedades claramente machistas.
El sexismo es hoy, como nunca antes, una mala palabra y está bien. Pero la causa de la igualdad de género merece acciones sensatas, no cualquiera ni a cualquier costa. La mujer no se verá más incluida en la sociedad con el derroche del “todos y todas”, menos con los exagerados “todes” o “ningunes”. En busca de un cambio de reglas, no impelemos a la institución rectora del idioma pegándonos un tiro en la lengua o en el dedo.