En los últimos tiempos la enfermedad lo hizo vivir enclaustrado en su casa. Por respeto a su privacidad y porque dijo que su estado de salud no le permitía ver amigos, no quise visitarlo en mis viajes a Cochabamba después de la pandemia.
A Adolfo Cáceres Romero lo conocí hace medio siglo, cuando ambos éramos jóvenes y le dedicábamos a la literatura nuestro mejor esfuerzo y entusiasmo. Solía visitarlo en su casa cuando él oficiaba como consejero o director editorial de Los Amigos del Libro. En ese momento era el escritor más próximo a don Werner Guttentag, quién publicó en su sello dos de mis primeros libros.
Adolfo fue un gran estudioso de la literatura boliviana y un narrador formidable que vivió entre libros gran parte de su vida, sin ver el mundo salvo en contadas ocasiones. Veía el mundo a través de los libros. Era muy amigo de otro gran escritor y amigo mío, Renato Prada Oropeza, él sí, viajero, con quién publicó un primer libro de relatos con dos portadas, Argal Galar (1968), título que siempre me intrigó. Mi ejemplar se extravió en algún traslado.
Cada vez que publicaba una nueva novela me la hacía llegar generosamente, incluso a otros países donde yo residía, como México o Guatemala. Siempre leí con interés sus obras y solía escribir sobre ellas, lo cual él agradecía con humildad y un dejo de aflicción porque muy pocos críticos o colegas las comentaban. A fines de junio de 2017 me escribió: “Cuando comentaste mi Charanguista de Boquerón, en mayo del 2013, comenzaste extrañado de que esa novela, a pesar de ser distinguida con el Premio Nacional de Novela Marcelo Quiroga Santa Cruz, fuera ignorada por la crítica. De hecho, mi querido Alfonso, ese es el único estudio que tengo sobre esa novela. El resto de mis obras, sobre todo los cuatro volúmenes de mi Nueva Historia… todavía se hallan inéditos para la crítica nacional. Es por eso que Willy Muñoz, que prepara un libro sobre mis obras, empezó con la tarea de invitar a varios escritores y amigos a escribir algo sobre ellas. El caso es que algunos se excusaron, aduciendo falta de tiempo. Esto me hace ver que mis lectores recién están naciendo”.
Adolfo, sin embargo, incluyó a todos los escritores en los trabajos de investigación que hizo sobre literatura boliviana, y siempre fue generoso en sus comentarios. Conmigo lo fue en grandes dosis de amistad y lealtad. Me incluyó en varias de sus obras, empezando por la antología Poésie Bolivienne du XX Siécle (1986) edición bilingüe publicada en Suiza por la Fundación Patiño, con prólogo nada menos que de Claude Couffon. En la antología Cuentos fuera de serie (2019), que hizo con Homero Carvalho, incluyó el cuento “Tiro fallido” que escribí a cuatro manos con Carlos D. Mesa. Siempre estuvo atento a mis publicaciones y fue magnánimo con ellas y conmigo. Me dedicó su cuento “Sola en su laberinto” y valoró mi primer libro, Provocaciones (1977), sobre el que ya había publicado un comentario a fines de 1991 en el diario Los Tiempos. En una carta que escribió en noviembre de 2012 me dice: “Hermano, donde sí te leí y exploté es con tus Provocaciones que son la base del IV volumen de mi Nueva historia de la literatura boliviana, dedicada al siglo XX y la poesía modernista y social de Bolivia”.
Mi correspondencia con Adolfo era de papel y tinta, hasta que se generalizó el uso del correo electrónico. Uno de los temas recurrentes era su estado de salud, que comentaba al mismo tiempo que leía algún relato de mis viajes: “Gracias por hacerme partícipe de tu recorrido. Se siente un aire habanero en tus palabras. No sabes el bien que me hacen tus reportajes, sobre todo desde que detectaron un bultito en mi estómago y decidieron extirparlo. Afortunadamente no era un tumor maligno; de todos modos, hoy me quitaron los puntos. Siempre te encontraba presente, abriéndome una ventana al mundo con tus palabras”, escribió en diciembre de 2009. En correspondencia posterior me dice que para terminar una obra pendiente postergó una cirugía de columna que debía hacerse en febrero del 2015: “Padezco de estenosis lumbar y trabajo con calmantes y fisioterapia. Le he preguntado a mi médico cuánto tiempo más puedo aguantar, antes de que se estreche del todo el conducto por donde pasa la médula, en la parte lumbar. Me sometió a una prueba de densitometría y, como revelaba que tenía buena calcificación, me dijo de cuatro a cinco años y que a la larga tenía que operarme. Como ya he pasado de los 80 años, he decidido dedicarme a los libros que me quedan, así que ahora he vuelto a La narrativa del siglo XXI y luego lo haré, si todavía Dios me asiste, con la Literatura Boliviana en el exilio. Esa es mi realidad, mi querido Alfonso, y te la revelo por el aprecio y la confianza que te tengo. Te abraza, tu amigo de siempre”.
Trabajó con ahínco hasta el final, descuidando su cuerpo, pero no su intelecto, consciente de que sólo algunos amigos lo leían y pocos escribían sobre sus obras: “En fin, lo que también me preocupa es concluir con otras obras más, teniendo en cuenta que estoy en la zona roja de mi existencia. No soy pesimista, pero así es la vida”. ¿Lo leerán ahora que ya no está con nosotros?