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Tiawanacu. Poemas de la madre coqa

Viviana Gonzales

Bolivia está viviendo momentos bastante críticos, hay ciertos temas que deben ser tocados con muchísimo cuidado porque, ahora mismo, cualquier comentario puede ser leído no de la forma que el autor quiere.

Estar fuera de Bolivia implica, de alguna manera, perder el derecho de opinar, sin embargo, desde lejos también vemos (con tristeza y dolor) cómo nuestros hermanos se matan unos a otros.

El pasado 6 de Noviembre tuve la oportunidad de presentar un maravilloso poemario de la poeta mexicana Judith Santopietro. Judith y yo no nos conocemos, por lo menos, no personalmente, solo nos conocemos a través de la literatura, ella me habló de mis poemas, yo de los suyos y así surgió esta conexión.

Realicé la presentación del poemario sabiendo que mi país atravesaba un momento crucial en su historia. No podía no mencionar lo que sucede en Bolivia ahora mismo, sin embargo, ese poemario me dio algo de luz, es decir, algo de esperanza (así suele trabajar la literatura, esa es su magia).

“Tiawanaku. Poemas de la madre coqa” es un recorrido por Los Andes. Judith se adentra en el mundo andino para dejar que éste, libremente, la maraville. Un recorrido por las culturas milenarias que poblaron aquellas tierras, en concreto por la civilización tiwanakota, así el lector se encontrará con poemas como Kalasasaya o Puma Punku.

Como escritora se que una de las cosas más terribles que nos puede suceder es enfrentarnos a la hoja en blanco. En poesía en concreto el trabajo del escritor radica en componer, cual si fuera una partitura, un texto que nombre “lo innombrable”. En este sentido creo que el trabajo de Judith fue doblemente arriesgado, se atrevió a hablar de un lugar al que ella no pertenece y tuvo, por tanto, que conocer aquél mundo para colocar la palabra correcta, incluso en aymara, en el sitio adecuado.

Borges decía que el poeta inventa una obra y que inventar y descubrir son sinónimos en latín, por tanto, el poeta inventa un algo, un lector descubre algo, momentos antes, el poeta ha descubierto un mundo nuevo y maravilloso frente a sus ojos, así poeta y lector forman entonces una alianza indestructible. En ese sentido, Judith descubre un nuevo mundo que la atrae y del que siente la necesidad de hablar. Lo importante de este poemario es el cómo habla la poeta de lo que ve.

Creo que el acercamiento que tiene la poeta es de un profundo respeto y conocimiento ante lo que ve. Judith se adentra en Los Andes, se funde en sus montañas, es una más de esas tierras. 

Y aquí viene lo más importante: la visión desde la que nos ve. Judith es una poeta ligada al mundo indígena en México, lectora y conocedora de sus tradiciones, de su poesía en lenguas originarias y eso permite acercarse a Bolivia desde una contemplación real y sin pretensiones, no hay palabra fuera de lugar, no hay tema que desconozca. Ella no es la extranjera que se deja deslumbrar por lo folklórico, ella no ve, en ese nuevo mundo, un lugar bárbaro y primitivo.

Decía Gabriela Mistral que hace falta como latinoamericanos acercarnos a los nuestros, ver aquello que somos, reconocernos en nuestra cosmogonía, ¿acaso son más grandes las diferencias que las similitudes que tenemos? La respuesta es no. Nos une todavía esas culturas milenarias latentes, no muertas. Culturas que existen pesen a la occidentalización de nuestros países. Palabras vivas de antepasados.

Este ejercicio de lectura de una mexicana sobre Bolivia nos debe invitar a la reflexión para que el día de mañana se eliminen los discursos de odio, discursos carentes de humanidad cuando decimos “que no entren los otros a nuestro territorio“. La literatura es pues, y siempre lo será, un puente que nos une en nuestra humanidad, en nuestra visión de mundo.

Una lectura fundamental en estos tiempos para ver al otro como hermano, para acercarnos a él como iguales. Una luz que me permitió ver que aun podemos, con la literatura, crear vínculos, no muros. Una América viva, unida, igual. Una utopía, no. Una realidad hecha poesía.

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