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Spiritus Domini y las mujeres en la iglesia latinoamericana

Iván Jesús Castro Aruzamen

A todas las mujeres acólitas y lectoras de mi pueblo

Hace dos años en la Biblioteca de la Facultad de Teología “San Pablo” (Cochabamba, Bolivia), encontré a un amigo exseminarista; después de unos minutos de charla, observé que llevaba consigo un pequeño maletín en el que guardaba todo el stock de la liturgia eucarística católica. Y me llamó la atención porque no concluyó los estudios eclesiásticos camino a la ordenación sacerdotal. Ahí le pregunté acerca de la razón de los accesorios sacerdotales en su poder ¿Celebras eucaristías? Y él me respondió sin titubear: Sí. Además de que me busca la gente para sus ceremonias, concluyó. Pero, tú no fuiste ordenado sacerdote, le dije, frunciendo el cejo. Su respuesta me abrió el horizonte de teólogo laico encerrado en la ortodoxia: «No necesito ordenación de ningún obispo ni cardenal ni papa alguno, para celebrar la eucaristía. A mí me ordenó Dios con su Santo Espíritu». Él es pienso un sacerdote que en el anonimato cumple la función del sacerdocio real recibido el día de su bautismo; no he vuelto a encontrarlo hasta el día de hoy.

A propósito de la Carta Apostólica en forma de “Motu Proprio” Spiritus Domini del Papa Francisco publicada y puesta en vigencia el 11 de enero de este año y en el que se modifica el canon nº 230 § 1 y se autoriza el acceso a las mujeres a los ministerios instituidos del lectorado y acolitado, dice: «Los laicos que tengan la edad y condiciones determinadas por decreto de la Conferencia Episcopal, pueden ser llamados para el ministerio estable de lector y acólito, mediante el rito litúrgico prescrito; sin embargo, la colación de esos ministerios no les da derecho a ser sustentados o remunerados por la Iglesia». Así como el amigo exseminarista no necesitó ordenación alguna para ejercer como sacerdote, miles de mujeres a lo largo del sub continente, en unas iglesias más y en otras menos, no necesitaron la modificación de ningún código para ejercer el ministerio del acolitado o lectorado, porque sobre todo a partir del concilio Vaticano II y las Conferencias del Magisterio Latinoamericano, fue un práctica común, por tanto no es ninguna concesión ni regalo alguno de la curia romana ni mucho menos de Francisco, pues la cotidianidad de la vida de fe de nuestras iglesias está años luz delante de la jerarquía vaticana, porque como solía decir Hélder Cámara, miran el continente desde una pequeña ventana.

En iglesias decadentes con un cristianismo colonial como las europeas, sí, es una concesión para las mujeres, porque el secante clericalismo, además alimentado por un catolicismo nacionalista fueron caldo de cultivo para dicha práctica. Es bueno recordar al mismo tiempo, que muchos misioneros de iglesias extranjeras que llegaron al continente de la esperanza, no solo se vieron y sintieron pasmados –esta experiencia a varios les llevó a la conversión evangélica– por una realidad cultural diversa y este desafío a muchos les empujó a repensar y cuando no muchas veces a olvidar su clericalismo o por lo menos esconderlo en la sacristía. Los ejemplos de iglesias clericales y colonialistas sobran y son harto conocidas: España, Francia, Polonia, Alemania, Italia, etc. Por supuesto que el ejercicio del poder desde el púlpito o la parroquia no fue una práctica solo en la Iglesia Católica, el protestantismo no es ajeno a la misma desde su ministercentrismo.

Las iglesias anquilosadas en la tradición antes que en la gracia del Dios uno y trino y su presencia dinámica en el mundo, se extinguen y tal vez las reformas ya sean jurídicas o doctrinales lleguen tarde; la agonía de su cristianismo es evidente, lo dijo ya Unamuno; y si su experiencia de Jesús el Hijo de Dios dejó de ser la sal y la luz para sus fieles, solo les queda quedarse como sepulcros blanqueados (Friedrich Nietzsche).

El acolitado y lectorado en este lado del mundo, si bien ya existe una reforma que ahora legaliza tales ministerios, para las mujeres que viven estos ministerios con entrega, desprendimiento generoso y dedicación silenciosa y claro jamás remunerada ni ninguna lo haría por esos motivos, no cambiará en su práctica en la eucaristía; por otro lado, que se lleve o no alba es secundario, pue esto ni quita ni aumenta su vigencia pastoral en nuestras iglesias. En las misas dominicales seguirán las mujeres participando y ejerciendo esos ministerios con modificación o no de parte de las Conferencias Episcopales; en el día a día de la vida para nuestras iglesias y quienes formamos parte de ellas como cristianos católicos, además de esos ministerios tienen otras exigencias; por ejemplo, cómo vivir la experiencia de Dios en la diversidad cultural y cómo esos ministerios pueden ser ejercidos en la interculturalidad del continente; y los laicos somos cada vez más conscientes de nuestro rol protagónico en el futuro de la Iglesia y el patrimonio natural de la fe.

Con reformas o sin ellas la efervescencia de un cristianismo más cercano a las primeras comunidades se va desplazando cada vez más a las iglesias como la asiática o africana; y en menor medida en Latinoamérica. Esta señal es un síntoma de que el Espíritu de Dios sopla donde quiere y que los secretos caminos de Dios son innumerables para manifestarse a su creación y caminar en la lucha diaria de los pueblos pobres, sobre todo cuando la presencia del mal es tan cierto y muchas veces inevitable sus consecuencias.

Iván Jesús Castro Aruzamen es Teólogo, filósofo, poeta y escritor

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