Maurizio Bagatin
El lentísimo tren viaja desde Bari, a través del ultimo Tavoliere, una África y un Salento distantes, hacia Taranto, el Viaje en Italia de Rossellini es presente, entre arqueología y naturaleza, la fuerza y la brutalidad del paisaje, de su vientre histórico, de su belleza. Lento entre una estación y los fantasmas de las estaciones, paradas imaginarias, incandescente calor y miles fatas Morgana; unos campesinos con su “Coppola” cargan y descargan, sudan y se secan la frente, verduras para los mercados de mañana, para el invencible mediador, en esta tierra sin agua y con vinos fuertes.
Plantas enormes de fichi d’India afilados delimitan propiedades, decoran huertas y bordean los rieles del tren. El fruto se roba durante las noches o temprano en la mañana, antes que salga el devastador sol… una monja del Sudamérica dice que lo conoce muy bien, su fruto es la tuna y me encoraja en sacar unos cuantos, agárralos con este guante, y em lo pasa, luego con una destreza nunca visto antes, los corta trasversalmente y el perfume invade el vagón del tren… cuando llegaron a la corte borbónica aún se creía que Colón había descubierto las Indias, de ahí su exótico nombre. Las espinillas sácalas con el chicle me dice, mientras saboreo por primera vez este extraño fruto, un higo delicioso, tal vez tan bíblico come el higo con sus brevas, tal vez solo el mito de un México mágico.
Fumábamos a escondida, eran MS pestilentes o horribles Muratti Ambassador, a veces las proletarias Diana, quizás una que otra Marlboro, y tosíamos y tosíamos, hacíamos renegar los más expertos, los que ya fumaban desde hace unos meses atrás, para algunos eran años. Y ellos nos enseñaron como hacerlo. Si seguíamos tosiendo nos hubieran descubierto. Tomando agua no placaba la tos, con los dulces peor, fue entonces que mi prima nos dio de comer una patata americana, coman y les pasará la tos, nos aseguró. Lo que es el camote, la batata o la papa dulce, en Italia era la patata americana, otro fruto de la tierra que Colon llevó a su vuelta. Las papas llegando esta vez a la corte de Fernando IV de Borbón, fueron llamadas “Tartufi americani” más al norte eran la carne de los pobres, en Nápoles, junto a otro extraño fruto, el tomate, crearon lo que aun hoy se llama “il gattó di patate”. Para nosotros su dulce fue lo que nos aliviaba la tos, mientras el fumo de los primeros cigarros invadían nuestros inexpertos pulmones.
El jitomate, el tomate, el tomatillo, todos estos frutos de un coloradísimo arcoíris, sin fin, llegaron a la mesa borbónica, en Nápoles, y pomi d’oro o manzana de oro, encontraron su plaza de honor, en la pizza, pummarola n’coppa o pelati, para todo el año estar listos para el ragú.
Tres frutos que cruzaron el charco y llegaron al mismo tiempo en la misma tierra de adopción, cambiaron nombre, dos de ellos cambiaron los hábitos culinarios, revolucionando el sabor en todas las cocinas del mundo, el más humilde -sus espinas no lo ayudaron, es cierto- se quedó ahí, ni la cochinilla tuvo surte, y ahora mira el paisaje, la negra tierra que ofrece hospitalidad a los coloreados cítricos, bordean el Apia y si volvieran Heródoto e Plinio el Viejo, mirando desconcertados, muchas cosas exclamarían…