Jose Valenzuela
Carta a Bea n.º 1
Querida B.,
Me vas a permitir usar uno de los recursos más representativos de tu último ¿ensayo? (ya hablaremos más adelante sobre la necesidad de esos interrogantes) para redactar esta suerte de reseña sobre La chica muerta favorita de todos. Supongo que, al fin y al cabo, el hecho de que hayas tenido que recurrir al género epistolar para interpelar a Larry Harnisch, experiodista y uno de los investigadores más conocidos y activos del caso de la Dalia Negra, tu interlocutor-no-interlocutor, me inspira a dirigirme a ti a través de estas breves misivas nacidas de aún más breves anotaciones realizadas a lo largo de las jornadas de una lectura en las que traté de resumir lo que has hecho, y cómo lo has hecho, en La chica muerta favorita de todos, recientemente editado por Libros del KO. (Qué belleza de portada, por cierto).
Para empezar, estarás de acuerdo conmigo en que resumir que tu libro trata del asesinato de Elizabeth Short, conocida como la Dalia Negra, sería quedarse corto. Hablamos de una joven aspirante a actriz cuyo brutal asesinato en Los Ángeles en 1947 se convirtió en uno de los crímenes sin resolver más famosos de la historia de EE.UU, y ponerse a teorizar es muy goloso. En cambio, tu ¿ensayo? (permíteme una vez más dejar pendiente la explicación del motivo de los interrogantes) es mucho más que eso: es dar un paso atrás para tomar perspectiva y no fijarte tanto en ese misterioso cuerpo mutilado que apareció el 15 de enero de 1947 tirado en la cuneta de un barrio de LA, ni siquiera en cómo llegó hasta allí, sino en todo lo que sucedió a partir de su descubrimiento. En la construcción de su mitología. La curiosidad que se convirtió en morbo que se convirtió en obsesión que se convirtió en circo. Short no era nadie, y eso permitió convertirla en quien hiciera falta. Una Dalia Negra distinta para cada investigador.
Luego hablamos,
J.
Carta a Bea n.º 2
Larry Harnisch, John Gilmore, Steve Hodel, Donald H. Wolfe, Paul de River, James Ellroy, Mary Pacios. Te apoyas en sus teorías para construir este análisis del circo alrededor de la Dalia Negra. Cada cual con su propia versión de la vida y muerte de Elizabeth Short. Versiones que, por distintos motivos, son las que más se han popularizado a través de investigaciones, libros, documentales o películas. Confieso que me cuesta diferenciarlos porque, en el fondo, por muy variopintas que sean sus interpretaciones de lo que le sucedió a su musa, acaban haciendo lo mismo una y otra vez. El brutal asesinato de Short plantea un enigma que no sólo habla de ella sino de toda la sociedad que la rodea, y donde su relativo anonimato es probablemente lo que ha permitido que el espectáculo que han creado estos investigadores con ínfulas de detective de novela negra crezca sin parar. Cuantos menos datos tienen, más inventan. O dicho de otra manera: si toda investigación de un crimen implica acabar de poner las pocas piezas de un puzzle más o menos completado, ellos parecen empeñados en hacerlo al revés, tratando de montar el puzzle a partir de una sola pieza. La parte por el todo. Beth Short como sinécdoque de toda una época. Una pieza que, además, muta, se transforma según quién la observa para cumplir sus obsesiones de darle un sentido único e inamovible donde lo importante no es tanto la Verdad como la coherencia con ideas que muchas veces rozan la conspiranoia, cuando no se meten hasta el fondo en ella. Que la realidad no te estropee una buena historia.
De ahí que cada teoría parezca tratarse de un caso completamente distinto. Harnisch, defendiendo que el asesino fue un cirujano mentalmente inestable que, con la muerte de un hijo a sus espaldas, una situación personal tremendamente inestable y una clínica privada donde se dice que practicaba abortos ilegales, acabó pagándolo con nuestra protagonista; Gilmore usa la carta del matón y asesino a sueldo y convierte a su Dalia Negra en una mezcla entre buscona y ser virginal debido, eso sí, a cierta malformación de su vagina; Hodel es, probablemente, el más creativo a la hora de señalar a su padre, el doctor George Hodel, como el asesino, sumando toda una trama en la que los surrealistas aparecen en escena (confieso que yo tampoco dejo de darle vueltas: el vínculo de Hodel con artistas y bohemios, la idea de que el asesinato fuera una suerte de obra surrealista, la resonancia del cadáver de Short en la pieza Minotaur de Man Ray); Wolfe se va al clásico asunto de policías corruptos y hombres poderosos con demasiados secretos por esconder; de River propone cierta obsesión del asesino por las mutilaciones, algo que, tal como cuenta Bea, fue toda una tendencia durante aquella época; de la teoría de Ellroy poco más podemos contar que no haya hecho él mismo; y qué vamos a decir de Mary Pacios y su ambiciosa propuesta de que fue ni más ni menos que Orson Welles el asesino de Elizabeth Short.
Carta a Bea n.º 3
Querida B.,
Me encanta que La chica muerta favorita de todos nazca de un sueño frustrado. Creo que si Harnisch no te hubiera dado plantón a pocos días de tu viaje a Los Angeles junto a la fotógrafa Diana Rangel, el libro no hubiera tenido el encanto habitual de tus otras obras. La rareza que respiran. Te hubieras convertido en una investigadora más, quizás pupila de las ideas del ex editor del LA Times, lo que no solo te hubiera lastrado a nivel creativo sino que te hubiera hecho perder el foco que, en este ¿ensayo?, da brillo al conjunto. Tú no quieres resolver un crimen, sino contarnos la locura que se ha montado a su alrededor desde entonces. Una locura llena de extraños giros, territorio en el que te mueves como pez en el agua. Si no es así, dime por qué tus teorías favoritas son las de Hodel, a pesar de (o precisamente por) lo fantástico de su propuesta. Para qué quedarnos en los clásicos cuentos de chica joven que tontea con la prostitución y acaba quedándose embarazada de político influyente que, para quitarse de problemas, contrata al matón de turno, cuando podemos sumar a los surrealistas en la ecuación. Como te decía antes, cuando los espacios de indeterminación de un relato son enormes, ahí dentro cabe de todo. Y si hablamos del LA de los cuarenta, ni te cuento.
Tu recorrido por sus calles es la excusa perfecta para que vayas llevándonos del presente al pasado en este tour por el lugar donde todo empezó, los locales que Beth supuestamente visitó, las casas de los principales sospechosos del asesinato, o incluso los museos del horror que se han ido construyendo a su alrededor. ¿Cómo fueron las últimas semanas en la vida de Beth Short? ¿Cuál fue el motivo de que una chica de 22 años acabara siendo no sólo asesinada, sino mutilada y vejada de tal forma que la primera persona que vio su cadáver pensó que se trataba de un maniquí roto? Si no era lo suficientemente horroroso, la psicogeografía de la ciudad debió hacer el resto: época de postguerra, políticos corruptos, gangsters con carta blanca y la figura de la mujer en el centro de toda mirada, fuera lasciva o de terror por los cambios que se venían produciendo en materia de derechos.
Es ahí donde Beth Short vuelve a desdoblarse en todas sus posibilidades. La joven prostituta. La amante embarazada. La aspirante a actriz dispuesta a todo por su minuto de fama. La farsante. La obsesión de algunos artistas. ¡El sueño de Welles! La que estuvo en el lugar equivocado en el momento equivocado. Cada nueva teoría parece esforzarse en ahondar en aquellas particularidades que fortalezcan la (a veces, débil) intuición inicial y se fortalecen de que, ante la ausencia de hechos, toda conjetura cabe en una época y lugar que se empeña en realimentarse con las ficciones que construye, y que por tanto, la construyen. Tu trabajo a la hora de reunir todas las fabulaciones en torno a la Dalia Negra me parece prodigioso, y la forma en que has sabido presentarlo a lo largo de las páginas, cautivadora. Este híbrido de ensayo dentro de una crónica de viaje que es un conjunto de cartas que a su vez recogen los datos objetivos y los contrasta con las suposiciones de cada cual me parece una apuesta tan arriesgada como efectiva, y hasta te permite irla trufando de un inteligente análisis tanto de la sociedad de entonces como de la actual, trayendo la figura de Beth Short hasta nosotros para que podamos mirarnos con su fantasma al espejo y reflexionar sobre lo que hemos cambiado, si es que ha sido así.
Abrazo,
J.
Carta a Elizabeth Short n.º 1
Querida Elizabeth,
Puedes estar tranquila. Beatriz García Guirado ha escrito una crónica centrada en explorar la sociedad y no, o no sólo, tu leyenda negra. No negará, porque no lo hace, que al empezar a recabar datos de una y otra teoría no se haya engrescado en barruntar la suya propia, pero ha sido fuerte y se ha mantenido fiel a su idea inicial. La chica muerta favorita de todos es un repaso de todo lo que se ha dicho sobre ti, sobre los pocos retazos conocidos de tu vida, sobre tu muerte y todos sus escabrosos detalles, y sobre lo que vino después, que es mucho, lamento decirte. Multitud de personas han usado y usan tu vida como un juguete con el que obsesionarse día y noche con el empeño quijotesco de defender a capa y espada las ficciones que han construido sus mentes. ¿Tal vez se sienten personajes de una novela negra? ¿Buscan acaso la fama de ser quienes logren alcanzar lo que nadie hizo (ni podrá hacer), que es dar con la Verdad? Dice Bea que nadie puede escapar de ser el personaje de otro alguien. Pues si tú lo has sido para todos esos investigadores, dejemos que Bea juegue con ellos durante unas cuantas páginas. A fin de cuentas, desde siempre formaron parte de tu historia.
Descansa en paz,
J.
Jose Valenzuela es neurocientífico, ingeniero y doctor en humanidades. Colaborador habitual de Jot Down Magazine, Revista Mercurio y otros medios culturales, es autor de los ensayos «Todos nacemos locos» (Editorial UOC, 2018) y «Hacia tierras lejanas» (Ediciones Complutense, 2019), y guionista del cómic «Locura. Un elogio de la diferencia» (Norma Editorial, 2023).