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Reflexiones

Andrés Canedo / Bolivia

En las noches, cuando la oscuridad iluminaba el horror, mi madre a mi lado, me decía que yo, como todos, tenía un ángel de la guarda. Y así, protegido desde sus palabras que generaban la tranquilidad, yo lograba finalmente dormir. Pero con el correr de los años, fui perdiendo la fe, no sólo en los ángeles, sino también en muchos de los humanos. Aprendí a caminar en la nueva luz del escepticismo que me hizo más perspicaz y también más solitario. Claro que, en los caminos de la vida, encontré también amigos que iban haciendo mi fortaleza, que me iban construyendo frente a la perspectiva infinita del tiempo. Tuve amores que me arrancó la muerte o que partieron hacia nuevos rumbos. Pero en ellos, a pesar de su fugacidad, saboreé los fulgores breves de la felicidad. Las ausencias, en su presencia atroz, en su frío y su resistencia de diamantes obstinados, me enseñaron que el dolor persistente como el lucero del amanecer, era injusto e innecesario, pues sólo construía ruinas. Aunque de esas ruinas fui construyendo el edificio frágil del presente. Y esa reconstrucción, obstinada y feroz, se iba haciendo bajo la luz de esos ojos lejanos de ellas, que me miraban alumbrando, por trechos, la oscuridad. Así, entre resplandores y oscuridades fue transcurriendo mi caminar por la existencia, sin poder ver la cara siempre esquiva de la eternidad.

Hoy, soy viejo, pero rebelde, y todavía sueño. Sueño, por ejemplo, con que la melodía de las palabras, logre hacer cantar las piedras. Es que los sueños, banderas de la esperanza, nunca me abandonaron. Es que me prendí, como las plantas trepadoras, a los acantilados del desaliento y pude superar por tiempos cambiantes, esos muros que parecían condenarme al abismo. En este juego, en que se gana y se pierde, la suma algebraica aún no está resuelta. La obstinación de encontrar el día pleno, todavía persiste en mí. Ella está, en la nostalgia de amores nuevos que podrían esbozar el indicador mágico de un sol transitorio, en las letras que escribo para bucear en las profundidades de mi alma, en la luz de mis hijos. De esta manera, sigo caminando, sin la agilidad de antes, pero todavía intentando vencer el olvido.

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