Blog Post

News > Etcétera > Viviana Gonzales > Si pudiera me pondría nariz de payaso, otra vez

Si pudiera me pondría nariz de payaso, otra vez

Viviana Gonzales

Miro mis nudillos, a lo mejor, entre éstos, encuentro todavía la imagen de la juventud como en la foto de mi cómoda en Miraflores. Entre las ramas quebradas que deja la muerte he narrado la manera en que pensaba en el mañana. Tomaba la luz de los rayos de sol para simular una llama que iluminaría, ¡qué ingenua! el espacio entre el pensamiento y la toma de poder, es decir, la victoria sostenida por la humanidad. Hablo del lago y en realidad quiero decir mar, igual a ése que no vi hasta bien llegada mi madurez, en Cádiz. Recapitulo las palabras del dragón para saber que aquello en lo que todavía creo no es un error. Uno puede elegir aferrarse, sin vacilación, a la fantasía del pensamiento de la juventud. No importa si pasan los años.

En el transcurso del viaje, mi frágil memoria, impaciente por crear algo, reinventa imágenes de islas sombrías, a lo mejor montañas sumergidas en catástrofes naturales. Una cuchara a contraluz en domingo habla de los rincones de la casa que ya no está. Falsamente puedo recorrer sus pasillos y acomodarme complaciente entre sus piernas. Después, junto a la opaca visión de una madera, mido el largo de su brazo alrededor de mi cintura. Ahora la rabia que nos distancia ya no deja rememorar la maceta de la cocina. El agua que emanaba de nuestra risa. El alimento que se vestía de lluvia. El amor recae agraviado a medida que la palabra y el pensamiento hacen de él una especie de compañía silenciosa. Es decir, al amor lo callan los años.

Lanzar un discurso reivindicativo como en aquellos años de juventud. Establecer límites en mis insultos frente al espejo. Rememorar que la revolución también significaba risas y esperanza. Hallarme fresca al bajarme de un minibús con el uniforme escolar. Peinarme las mareas del viento. No las arrugas. Liberarme de las cadenas. Amanecer completa, no a media monta, como ahora. Proteger desde entonces el útero que albergará la luz de un amor que si fue.

Esperando alzar con drástico eje la memoria. Vuelvo a ella en la distancia. No me es permitido claudicar ahora mismo. Los pocos pobladores de la tierra harán desfilar entre sus guerreros, hombres cabizbajos atentos a defender libertades a cambio de monedas. Luego, esos mismos hombres se sentarán en la mesa con los militares. Sí, lo que quiero decir es que no estoy de acuerdo. He tenido durante siglos que enmudecer la hoguera de mis labios. Agruparme en consonantes/ en sílabas/ en vocales, después, borrar mi pensamiento, no vaya a resultar ofensivo. Aprender a responder sí y no. No poder decir más. Encubrirme, como otros, en compras de temporada. Llenar el caparazón de amistades de fin de semana. Acallar el lamento de haber perdido, como casi todos, durante el camino, el color de sus ojos, también el sostén del amor.

El atisbo de un papel con la palabra porvenir. Prometo no aferrarme a viejos trucos ni a nuevas trampas. Es fácil decir la culpa es de los otros. Tartamudear versos como si doliera. Porque duele. Abrir la llaga donde habita un duende vestido de rojo bermellón y extraer la sangre que supone no poder decir su nombre al lado del amor. Sueño/lucho/existo. Admitir que también soy una cobarde. Que no he sabido levantar la bandera y alzar el fusil por el pueblo. Delimitar a mi memoria saltando de los catorce a los veinticinco, ambas, épocas felices.

Desmontar la idea de que un apóstol, a lo mejor en uagadugú o mogadiscio, aparece para salvarnos de las llamas del infierno. Asegurar que ese espacio existe y que está en sonora. Vestir mis privilegios este lunes que parece jueves porque ya da lo mismo, y decir ¡pobres! los pobres del mundo. Igual de mierda. Igual de absurdo. Testificar ante un dios padre poderoso que siempre fallo de palabra, de obra y de omisión. Golpear mi pecho cuatro veces. Establecer la relación entre judas y barrabás. Pensar en los hombres. Hablar de mi. Saber que jesús no llegará hoy ni acaso mañana. Esperar el atardecer para hacer dormir a los perros. Consolar a nuestro hijo. No entender su llanto desmedido por los animales. Recapitular mi historia y saber, mientras permanezco en silencio, que yo solita la he agarrado a putazos.

Ajustar mi discurso. Callar mi empute porque molesta. Ver que acaso esto, así medio chafa, es la vida. Escuchar estupideces. No repetirlas, por lo menos. Escribir versitos de poca monta. Trastabillar los adioses. Escuchar de virus. De muertos. De hambre. Mirar mis manos sin nada. Hablar a los otros de lo mucho que he hecho, sabiendo lo poco que soy. Colgarme de un columpio por no atreverme a hacerlo de otra forma. Desubicarme todavía, cuando despierto, quince años después de haber dejado mi país. Sacudir los temores que siempre y a toda hora son muchos. Saber que he fallado. Llorarle al amor. Pedir permiso para salir. Negármelo antes de mi lapidación nocturna. Llamar a los milicos, a los fachos, a los amigos de mi infancia. Plantarme de frente a ellos en la noche. Hablar en esta soledad con un aguacate y una cebolla. Las noticias se quedan en pausa, ¡pónganme una nariz de payaso, por favor!

error

Te gusta lo que ves?, suscribete a nuestras redes para mantenerte siempre informado

YouTube
Instagram
WhatsApp
Verificado por MonsterInsights