La ciudad es la que miramos. Así lo entendió Santiago Arau, que nos invita a otra manera de ver la Ciudad de México. El Palacio de Bellas Artes acoge la obra del joven fotógrafo mexicano que pasea por el valle de México a través de una crónica visual compuesta por 200 tomas recogidas entre 2015 y 2023. Se trata, nos dice, de “explorar el patrimonio de este territorio –su geografía y su cultura– y reflexionar sobre el estado de dicho patrimonio en el presente”.
En un tránsito que emula intención pedagógica de los muralistas como Diego Rivera, recorre la historia y la geografía, se detiene en los volcanes, en el agua, en los monumentos de la conquista, la independencia, en los rastros indígenas, en lo que hacemos con la ciudad.
Arau se une a la sólida tradición fotográfica de retratar los rostros de la Ciudad de México (como lo hicieron a su modo Álvarez Bravo, Nacho López, Francisco Mata, Pedro Valtierra y otros); la alimenta, pero la reinventa. Su genio está en cambiar el lugar de la mirada, sacando el mayor provecho a la tecnología. La mayoría de sus tomas son aéreas, desde un dron. Pero no recoge el paisaje plano, fácil, simplón –eterna tentación cuando estamos frente a la naturaleza abierta–. Interviene, compone, dialoga con lo que aparece en su lente. Encuentra el equilibrio perfecto entre técnica, composición y creación, y logra miradas nunca vistas.
Con las fotos de Santiago descubrimos una ciudad desconocida. Nos enteramos de que vivimos entre varios volcanes, cuyos cráteres son usados de distinta manera (desde campos de sembradío hasta cancha de fútbol); entendemos la magnitud de la Central de Abasto, donde llegan diariamente decenas de enormes tráileres con productos de todo el país para ser repartidos a los cientos de mercados locales. En una foto vemos el Zócalo completamente vacío en tiempos de pandemia, recordamos la angustia, el desasosiego, el miedo. Por primera vez, vemos los símbolos urbanos –y patrios– frente a frente; los bajamos de su altar, los humanizamos, nos ponemos a su altura. Una toma nos enfrenta al Ángel de la Independencia, en el centro de la Avenida Reforma, frente a frente. ¿Qué mira el ícono más importante de la construcción de la nación? ¿hacia dónde dirige el rostro? ¿qué atraviesa por sus ojos? En otra lo vemos desde arriba, apreciando la geometría perfecta entre monumento, plaza, jardín y avenida.
Me detengo en una magnífica imagen en la Basílica de Guadalupe. Estamos acostumbrados al tránsito en una dirección, llegar de cualquier punto de la ciudad, entrar por la calzada que nos conduce directamente a la mágica imagen de la Virgen de Guadalupe, que está en el centro del templo especialmente construido para recibirla y arrodillarnos frente a su esplendor. Aquí Arau nos invita otra ruta. Se sitúa arriba, a un costado del conjunto. En primer plano a la derecha, aparece un arcángel que mira hacia abajo, y en el costado inferior se encuentran los templos. Las nubes dejan pasar rayos de luz que alumbran algunos lugares de la ciudad. Ese espacio sagrado que condensa parte de la vida religiosa mexicana, es resignificado. Así nos miran los dioses cuando visitamos a la Virgen, nos protegen, nos acogen, parece recordarnos el fotógrafo.
La imagen crea imaginarios. “El punto de vista crea el objeto” repetimos los sociólogos. Santiago Arau construye una ciudad distinta, nos invita a descubrir nuestro entorno, a mirar de otro modo. Inventa una nueva ciudad. Sólo queda disfrutar, agradecer y dejarse llevar.
Hugo José Suárez es investigador de la UNAM. Miembro de la Academia Boliviana de la Lengua.