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Vargas Llosa y sus recuerdos de Bolivia

Bajo el título de El pez en el agua, Mario Vargas Llosa, el escritor peruano que fuera galardonado con el premio Nobel 2010, escribió el libro en marzo del año 1993, en cuyo desarrollo evoca su infancia transcurrida en Bolivia; motivo por el que en el presente artículo comentaré algunos aspectos concernientes al tema. 

En la ciudad de Arequipa, situada al sur del Perú y próxima a la frontera con la república de Chile: “En el segundo piso de la casa bulevar Parra, donde vivían los abuelos, nací en la madrugada del 28 de marzo de 1936, después de largo y doloroso alumbramiento”, confiesa con emoción no disimulada.

Su progenitor, de mal carácter y poseedor de la idea de que pertenecía a una condición social inferior a la familia de su esposa Llosa, abandonó a su madre y se divorció varios años después. Este estado de cosas gravitó de modo negativo en la vida de su hijo Mario, quien expresa el distanciamiento paterno que lo obligó a vivir en territorio boliviano con su abuelo y sus tíos que lo acogieron como a hijo propio. Así relata que: “Un año después de nacido yo, el abuelo firmó contrato de diez años con la familia Said para ir a trabajar unas tierras que ésta acababa de adquirir en Bolivia, cerca de Santa Cruz –la hacienda de Saipina—en donde quería introducir el cultivo del algodón, que aquel había sembrado con éxito en Camaná”. De esta manera el destacado escritor, mediante una introspección, da cuenta de los sucesos registrados al interior de su familia.

Continúa expresando que: “La familia Llosa se trasladó a Cochabamba, entonces una ciudad más vivible que el pueblecito minúsculo y aislado que era Santa Cruz, y se instaló en una enorme casa de la calle Ladislao Cabrera, en la que transcurrió toda mi infancia”. En este domicilio todos sus parientes que habitaban lo consintieron en demasía, es decir de modo exagerado; extremo que lo lleva a autocalificarse como un “pequeño monstruo”, explicando que esto aconteció porque él era el primer nieto para los abuelos y el primero de los sobrinos de los tíos “y también ser el hijo de la pobre Dorita, con niño sin papá”.

A pesar de lo dicho, resulta curioso que a renglón seguido Vargas Llosa asegure que su madre siguió enamorada de su padre con total pasión, ocultando sin embargo este sentimiento a todos sus parientes en la casa. Y cuando la familia tuvo que retornar al Perú “el desaparecido Ernesto J. Vargas reapareció para entrar de nuevo, como un torbellino, en su vida y en la mía”. Desde ese instante la tensión en su hogar fue inmensa, al punto que Mario sostiene que tenía el presentimiento de que su padre, en una de sus frecuentes rabias, podría matar a su madre, o a él. En sus propias palabras sintetiza: “Era la casa más anormal del mundo”.

En el orden sentimental, Mario Vargas sufría mucho, sumido en soledad total, hasta cumplir once años en 1947. Aquí menciona que José Miguel Oviedo, compañero de curso, pasado el tiempo sería el primer crítico literario que se ocupó de él en un libro, cuyo título no menciona.

Otro episodio que relata refiere que uno de los profesores de La Salle, el Hermano Leoncio, lo llevó hasta su cuarto y le regaló revistas con mujeres desnudas y lo manoseó en la bragueta; a lo que él empezó a gritar y el profesor asustado abrió la puerta para que saliera. Este ingrato hecho significó que se desinteresara por la religión, y en oportunidad de su ingreso como postulante al Colegio Militar Leoncio Prado solía decir: “yo no creo, soy ateo”.

Entre página y página hace otra clara referencia a Bolivia, a tiempo de afirmar que Santa Cruz tiene fama de ser tierra de las mujeres más lindas del país. Por otra parte, menciona al libro Raza de Bronce, de la autoría de Alcides Arguedas, como una de las pocas obras sudamericanas que se estudiaba en la Universidad San Marcos de Lima. Pensaba, dice él, que sin los títulos universitarios nunca llegaría a Europa, “a Francia, algo que seguía siendo designio central en mi vida. Estaba más decidido que nunca a tratar de ser un escritor y tenía la convicción de que jamás llegaría a serlo si no me marchaba del Perú, si no vivía en París”.

A fines de 1955 llegó a Lima Julia Urquidi, tía de Mario y divorciada de marido boliviano, a quien, según cuenta el escritor, la había conocido durante su infancia cochabambina.   Años después se encontraron, cuando ella tenía 32 años y Mario 19. Sostiene que su matrimonio como menor de edad fue “rocambolesco”. Ella tuvo que irse a Chile para evitar problemas que podría ocasionar su padre. El participó en un concurso de cuentos y ganó un viaje a París. “Dudo que, antes o después, me haya exaltado tanto alguna noticia como aquella. Iba a poner los pies en la ciudad soñada, en el país místico donde habían nacido los escritores que más admiraba”. En enero de 1959 viajó sin Julia. Se hospedó en el Hotel Napoleón, desde donde satisfecho observaba el famoso Arco del Triunfo. Resume su opinión sobre París: “todo me pareció bello, incomparable, deslumbrante (…) Sentía que ésta era mi ciudad: aquí viviría, aquí escribiría, aquí echaría raíces y me quedaría para siempre”. Mario contaba 21 años de edad.  A los dos años siguientes retornó a la Ciudad Luz para instalarse.

Después, a lo largo del libro, nada más acota sobre la ruptura con Julia, ni de su nuevo matrimonio con Patricia. Mario se casó dos veces, la primera con su tía política, sin lazos de consanguinidad, Julia Urquidi. Y la segunda con su prima Patricia Llosa, cochabambina, con quien estuvo cincuenta años, hasta que inició su relación con Isabel Preysler, por quien dejó a su mujer y permaneció con ella cerca a ocho años. Tras la separación, no muy distante en fecha, volvió con Patricia, la boliviana.

Tengo la sensación de haberme inmiscuido, sin proponérmelo, en materia de privacidad personal, pero Mario Vargas Llosa es personaje público y, por tanto, no tiene velos de reserva alguna ante los lectores. Está en una vitrina totalmente desnudo, en reality show. Sus memorias dan pábulo a pensar de tal manera. Seacabó, adiós lectores.

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