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Samuel Doria Medina: El eterno candidato sin triunfos

En la plaza principal de Trinidad, bajo la sombra de un almendrillo, dos cambas toman somó y conversan con el desgano propio de quien ya ha escuchado lo mismo una y otra vez.

—¡Che, pariente! ¿Haj visto que otra vej el Samuel quiere ser presidente?

—¡Elay! no aprende, bien acopaibau ej puej. Máj porfiao y yeta ese primo. No tiene ángel el hombre, la gente no lo quiere.

—Dijque ahora se ha iu a copiar al Bukele ese. ¡Aquí necesitamos un líder, no un empresario queriendo jugar a la política!

Samuel Doria Medina, empresario y político boliviano, es una figura que ha transitado por el escenario político nacional durante décadas. Conocido por su persistencia en la arena electoral, ha sido candidato presidencial en múltiples ocasiones, sin lograr nunca el respaldo mayoritario del electorado. Su trayectoria empresarial es notable; sin embargo, en el ámbito político, su insistencia en postularse ha generado más escepticismo que entusiasmo entre la población.

Desde su incursión en la política, Doria Medina ha sido percibido como el «eterno candidato». Fundador del partido Unidad Nacional en 2003, ha buscado la presidencia en varias oportunidades, obteniendo resultados modestos. En 2005, alcanzó el tercer lugar con el 7,8% de los votos; en 2009, su apoyo disminuyó al 5,6%; y en 2014, en alianza con otras fuerzas opositoras, logró el segundo lugar con el 24,2%, aunque lejos de una victoria. Su reciente anuncio de precandidatura para las elecciones de 2025 ha sido recibido con indiferencia por muchos, quienes lo ven como una repetición de intentos fallidos.

A pesar de su experiencia empresarial y su capacidad para generar propuestas económicas, Doria Medina carece del carisma y la conexión emocional que muchos bolivianos buscan en un líder. Su estilo, percibido como tecnocrático y distante, no resuena con las masas. Además, su discurso, centrado en la implementación de un «capitalismo con rostro humano», no ha logrado convencer a una población que desconfía de las élites económicas y busca soluciones más inclusivas y cercanas a sus realidades cotidianas.

Uno de los episodios más cuestionables de su carrera política fue su decisión de acompañar como candidato a la vicepresidencia a Jeanine Añez en las elecciones de 2020. En un giro que desconcertó a muchos, Doria Medina se sumó a la candidatura de una presidenta interina cuya gestión se vio marcada por el caos, la falta de legitimidad y escándalos de corrupción. En lugar de distanciarse de aquel gobierno transitorio que terminó en desastre, decidió ser su compañero de fórmula, convirtiéndose en cómplice del absurdo más burdo: intentar legitimar una candidatura que estaba condenada al fracaso desde el inicio. Aquella jugada no solo terminó en una derrota electoral aplastante, sino que también dañó aún más su ya frágil credibilidad política.

La reciente reunión de Doria Medina con el presidente de El Salvador, Nayib Bukele, ha sido vista por algunos como un intento de revitalizar su imagen política, buscando asociarse con líderes exitosos en la región. Sin embargo, este movimiento ha sido interpretado por otros como una estrategia desesperada para ganar relevancia, sin una propuesta clara que se adapte al contexto boliviano. Además, su participación en iniciativas como la reforma de la justicia y su presencia activa en redes sociales, incluyendo TikTok, parecen esfuerzos por conectar con una ciudadanía que, en su mayoría, ya ha formado una opinión sobre él.

La persistencia de Doria Medina en la política es, por un lado, admirable; muestra una dedicación y compromiso inquebrantables. Sin embargo, también refleja una desconexión con las señales del electorado. La falta de autocrítica y la insistencia en fórmulas que no han funcionado en el pasado pueden ser interpretadas como una terquedad que no beneficia al país. En lugar de renovar su liderazgo o ceder espacio a nuevas figuras dentro de su partido, Doria Medina continúa presentándose como la opción principal, limitando la posibilidad de una verdadera renovación política.

En un país que se acerca a su Bicentenario en media de una contienda electoral, la ciudadanía busca líderes que no solo presenten propuestas técnicas, sino que también inspiren y conecten con sus aspiraciones y necesidades. La política requiere de empatía, carisma y la capacidad de movilizar a las masas hacia un proyecto común. Lamentablemente, Doria Medina, a pesar de sus buenas intenciones y su experiencia, no ha logrado encarnar esas cualidades.

En las redes sociales, Samuel Doria Medina se ha ganado un apodo que le pesa más que sus derrotas electorales: «Kencha», el hombre de la mala suerte. No importa cuántas veces se postule, la historia siempre se repite: invierte tiempo, dinero, discursos y hasta alianzas políticas, pero el resultado es el mismo. En memes y comentarios de redes, la gente ya no se pregunta si ganará, sino cuántos votos menos sacará esta vez. Algunos dicen que es su falta de carisma, otros que simplemente nació con estrella apagada en la política. Lo cierto es que, aunque en los negocios pueda ser exitoso, en la arena electoral su «mala racha» parece más una maldición que un revés pasajero.

Mientras tanto, en una banqueta de la plaza 24 de Septiembre, en Santa Cruz, mientras se juega ajedrez y se toma café la charla sigue su curso:

—Aunque platudango bien aopao ej ese Samuel, ¡mié! Tira y tira plata, mientraj loj demaj yejcaj elay.

—Si puej pariente, ahora resulta que había siu peji del Bukele ¡qué tal esa!

Samuel Doria Medina ha demostrado ser un hombre persistente, pero la política no se trata solo de insistencia. Sin carisma, sin conexión con la gente y sin una visión que realmente emocione, su candidatura para 2025 se perfila como otra historia repetida. La pregunta no es si él quiere ser presidente, sino si alguna vez los bolivianos lo querrán como tal. Hasta ahora, la respuesta ha sido un rotundo no. Y es que, no basta con desear la presidencia, hay que tener lo necesario para alcanzarla.

Julio Cesar Salamanca Veizaga

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