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Centenario del fascismo en el poder

La historia universal ha demostrado que siempre ha existido ambición de poder, amparada en el descontento de quienes no lo han logrado por vías democráticas. Desde el antiguo Egipto y las disputas ptolemaicas entre Cleopatra y su hermano, el mundo no ha conocido en los grandes imperios —como el romano— otra forma de poder que no sean la traición y los métodos más brutales para alcanzarlo. El fascismo del que todavía en ciertos países —principalmente de Europa— quedan resabios, es la expresión máxima (aún más que el comunismo) de la degradación ideológica inventada por quien no puede llamarse con más propiedad que el carnicero de la humanidad (título compartido por Hitler y Stalin).

Aunque la aparición del movimiento fascista —que bien podría llamarse el hermano mayor del nazismo— se dio en 1919, fue en 1922 que Benito Mussolini, poniendo de pretexto la poca retribución que Italia recibió en la repartija que suelen hacer las potencias luego de las contiendas bélicas, de los territorios vencidos, implantó en Italia un régimen de terror que luego fue replicado, como ya sabemos, en otros países de Europa.

El oscurantismo que representó esa ideología de odio, de terror, irracional, cargada de ira, elitista, fue la antesala de un orden europeo emulado en Alemania, su reciente aliada, en España luego y, un poco antes, en la ex Unión Soviética, donde, gobernada bajo la mano dura de Stalin y en teoría con un régimen bolchevique antitético al del Partido Nacional Fascista, significó un terror que puso en práctica varios de los postulados de la Italia de esas dos décadas y algo más. Es decir: corrupción total, desconocimiento de las libertades individuales, publicidad exagerada, racismo, totalitarismo, partido único, manipulación de masas, excelentes virtudes histriónicas y, hablando del opresor, celoso propagandista de su propia persona y muchos otros rasgos que los tenemos por exclusivos del fascismo; y es que la realidad de los países que todavía están gobernados por dictadores comunistas evidencia que esos métodos de sometimiento al pueblo encajan perfectamente en ambas doctrinas, como el cóncavo con el convexo.

Y entonces no es por nada que la historia considere que los orígenes del fascismo están en el socialismo. Pues desde finales del siglo XIX, cuando se erigieron las primeras organizaciones de ese espantoso sistema de gobierno, en opinión de Íñigo Bolinaga en su Breve historia del fascismo, el socialismo fue un guiño a los primeros movimientos obreros y campesinos y a sus reivindicaciones sociales, sin contar que, y ya como certeza más generalizada, Mussolini comenzó su andadura en la política como militante del Partido Socialista Italiano.

Son cien años desde el primer gobierno fascista en el mundo, y lo cierto es que a pesar de que su vigencia, por lo menos influyente, en la actualidad es felizmente muchísimo menor que la del socialismo, durante su implantación ha sido causa de millones de muertes en la Segunda Guerra Mundial, como las producidas durante la guerra civil posrevolución al mando del sanguinario Stalin, en la ex URSS. La irrupción de ese movimiento politológicamente híbrido, es en todo caso la explicación de muchas de las decenas de dictaduras militares de la segunda mitad del siglo XX. El rasgo represivo y excesivamente violento del fascismo mussoliniano ha sido fielmente retratado particularmente en las tiranías militares de Bolivia, Paraguay, Chile y Argentina.

“Mussolini siempre tenía la razón…”. Entonces no es extraño que el régimen que resume toda su filosofía se redujera a tres palabras: “creer, obedecer, combatir”. Ese fue el método de gobierno fascista, algo parecido a los gobiernos comunistas. Ahí está Corea del Norte o Cuba, en que las masas necesitan temer, pero también necesitan leyendas, además de gestos heroicos, voces estentóreas que penetren hasta el alma de sus sometidos y que sus líderes son pródigos en otorgárselas. Mussolini sentencia: “Solamente un país vil, obsceno e insignificante puede ser democrático”.

Augusto Vera Riveros es jurista y escritor

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