Los dos temas adversos a Bolivia analizados por la Corte Internacional de Justicia (CIJ) de La Haya son los fracasos más contundentes de la política exterior boliviana frente a Chile, respecto a los objetivos de reivindicación y soberanía, que eran:
1. Lograr que la CIJ sentencie a Chile a dar una solución al problema de la mediterraneidad de Bolivia, con soberanía, en base a la jurisprudencia que implicaría sus múltiples declaraciones a favor de esta aspiración boliviana. La CIJ rechazó esa demanda.
2. Sentenciar que las aguas de los bofedales del Silala no eran un flujo natural internacional y que, por tanto, su canalización artificial era una apropiación indebida por parte de Chile.
En el tema del Silala, la CIJ no tendrá que fallar en contra de la posición boliviana ya que en su defensa a la demanda chilena ¡Bolivia coincidió con Chile! Y en vez de dar por zanjado ese diferendo ya en 2018, el gobierno boliviano arrastró el juicio por cuatro años más —a un costo judicial enorme— alterando hasta último momento el objetivo de su defensa que resultó siendo un verdadero mamarracho y un papelón judicial.
Fracasos diplomáticos sí y ¡contundentes! Pero ¿no será aquello una “bendición disfrazada”, como llaman los sajones? ¿No será que tuvimos que recurrir a un tribunal internacional para que nos digan la verdad sobre la inviabilidad de nuestra demanda? ¿Que nos digan que nuestra política exterior de “reivindicación forzosa” no va? ¿Que el texto constitucional de la Asamblea Plurinacional es otro obstáculo –un candado más– hacia la disolución de nuestro problema mediterráneo, por su condicionamiento de “soberanía”?
Los dos fallos fríos son una sentencia al fracaso de nuestra política exterior con Chile basada en el resentimiento y el revanchismo que, aunque pudiera ser entendible, es absolutamente ineficaz en la búsqueda del objetivo diplomático a conseguir, de por lo menos atenuar o disolver los efectos nocivos de nuestra mediterraneidad. En suma, lo que nos ha ocurrido es la conclusión lógica de una política exterior mal concebida, peor diseñada y pésimamente conducida en su etapa final. De ahí, deviene su réquiem.
Esos fallos son el obituario de la política exterior marítima de Bolivia, como fue concebida y ejecutada en los últimos 60 años. Mientras que el gobierno actual, ante su estrepitoso fracaso diplomático, sólo atina a refugiarse en los slogans y posturas “seguras”, ancladas en el pasado. En ello también sí son verdaderamente ¡reaccionarios!
Y habrá un tercer fallo, el de la Historia, que me temo será inclemente con estos propiciadores de llevar a Bolivia al banquillo de la CIJ para que ésta diga, alto y fuerte, para que todo el mundo escuche: “¡Chile tiene la razón!”, con lo cual se ha cumplido el lema de ese país de vencer “Por la razón o la fuerza”. Así, acabamos de darle a Chile la satisfacción de haber completado sus victorias por la fuerza (1879) y por la razón (2022).
Una adecuada política exterior no sólo representa lo que somos y cómo pensamos en el presente. Ante todo, es una política “aspiracional”. Proyecta lo que queremos ser, cómo nos relacionamos y con quiénes en el mundo. Define a qué mundo queremos pertenecer, qué valores compartir y qué ideales perseguir. En esencia, nos debería proyectar como nación. Eso, no tenemos.
Ante lo acontecido en La Haya, una suerte de condena internacional hasta con tiro de gracia, nos queda sólo volver a la mesa de dibujo para soñar, concebir y diseñar una nueva política exterior boliviana frente a Chile y nuestra mediterraneidad.
Un nuevo planteamiento, moderno, basado más en nuestra complementariedad vecinal, en nuestros intereses comunes, en la integración armoniosa de ambos pueblos, en igualdad de condiciones y respeto mutuo. Dejando atrás la arrogancia, el triunfalismo, o la victimización y el revanchismo que, como el odio, más envenena al odiador que al objeto de su hubris.
Este sería el nuevo camino para disolver los efectos adversos de nuestra mediterraneidad y encontrar una solución moderna y creativa, mutuamente aceptable, a esta nuestra condición.
Réquiem a la política de confrontación, y saludo a la de integración, como el camino al futuro común.
Ronald MacLean Abaroa fue Canciller de la República