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¿Qué ser: facho o zurdo? Esa es la cuestión

Gran parte del mundo vive confundido, entre otras cosas, porque le es muy difícil saber qué identidad política adoptar para autoconvencerse de que está en el camino acertado o, como dirían los políticos, en “el lado correcto de la historia”. Y son quizá los políticos los más confundidos. Estos, los medios de comunicación, las oenegés, los organismos internacionales, los analistas y líderes de opinión y hasta los mismos intelectuales y académicos, suelen seguir catalogando y leyendo el mundo en izquierdas y derechas, como si estas dos grandes corrientes, tal como nos las enseñó el glorioso y sanguinario siglo XX, fueran las únicas para lograr entender el decurso de los sapiens en este planeta limitado que, hoy por hoy, tiene problemas que antes eran impensables.

Como dice el escritor español Juan Manuel de Prada, “las ideologías modernas son jaulas para mantener a la gente cautiva”. Las recetas políticas que produjo el siglo XX fueron maneras de entender el mundo y de organizar las sociedades, las cuales, como el lenguaje o el arte, son organismos vivos y, por tanto, cambiantes, impredecibles. Sin embargo, los más notables edificios teóricos que creó el ser humano, como el de Platón, el de Marx, el de Hegel, el de Comte o el de Condorcet, demostraron ser insuficientes y siempre terminaron sobrepasados por la realidad, que es más rica y variada que lo que podría prever la mente más lúcida y premonitoria. Cuando se habla de derecha o izquierda, generalmente se lo hace aludiendo a los paquetes ideológicos que corresponden a la primera mitad del siglo XX, en los que militaron nuestros abuelos o bisabuelos; y es por ello que no tiene sentido continuar viendo el mundo y a las personas en blanco y negro, pues esa manera de verlos tiende a hacernos más intolerantes y obtusos de lo que normalmente somos.

Hoy, lo más razonable parece ser creer y defender causas aisladas o no necesariamente interdependientes las unas de las otras, como la de la paz o la del medioambiente, entre muchas otras. Una causa es, como una ideología, una creencia que presupone ciertos teoremas que no son necesariamente demostrables para la racionalidad y la ciencia; pero, a diferencia de aquella, no constituye un paquete de medidas o pasos que prometen un eventual horizonte feliz o sin imperfecciones. La causa del medioambiente ¿es de izquierda o de derecha? La de la protección a los animales ¿es conservadora (conservacionista) o “progresista”? La de una distribución más equitativa de las riquezas ¿es liberal o antiliberal? La de la defensa de la libertad de credo y religión ¿es liberal o conservadora?

Es posible que si hiciéramos un emplasto de las causas que uno defiende, uno se podría alinear a lo que el sentido común y la tradición tienen por izquierda o derecha, pero si nos descomponemos en partes, seguramente hallaremos en nuestras creencias, identidades y deseos componentes que forman parte del paquete ideológico al que no queríamos o no pensábamos pertenecer. Y es esto lo que pone en jaque a las ideologías simples y cerradas. Porque todos estamos habitados por varios yos; el ser humano es todos los hombres y el hombre es todos los seres humanos.

¿Quiénes podrían hoy creer que es la lucha de clases el motor de la historia y que hay que seguir peleando por la instauración de la dictadura del proletariado? ¿Quiénes podrían hoy pensar que las naciones deben ser comunidades cerradas que trabajen sin cooperación, para preservar la raza y apuntar a las glorias pasadas de la nación? ¿Quiénes podrían pensar que alguien que no crea en un dios determinado debería desaparecer? Muchos, sin duda; de hecho, centenas de millones piensan así. Por eso, porque las sociedades tienden a creer en mitos dañinos y paraísos futuros, es que el mundo siempre está conflictuado y en tensión.

En este mundo en el que las creencias cerradas y las utopías para crear paraísos en la tierra no llevaron sino al desastre, ¿qué se puede hacer? ¿Es mejor ser de izquierda o de derecha? Hay un libro de memorias titulado Ante todo no hagas daño, del neurocirujano Henry Marsh. La obra habla sobre las cosas que el ser humano puede hacer bien para hacer menos infeliz la vida, pero, ante todo, sobre lo malo que puede dejar de hacer. Esa, hacer un bien pequeño pero seguro o sencillamente dejar de hacer daño, sin importar si se es de derecha o de izquierda, es la manera más eficaz de reducir el sufrimiento en este mundo complejo e inentendible.

Ignacio Vera de Rada es politólogo y comunicador social

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