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¿Qué nos queda por hacer? ¿Chupar?

Esta semana entramos de lleno al Carnaval como espacio para disfrutar u olvidar la vida cotidiana, en la que los fracasos nos acechan, en la que los éxitos son poco valorados y en la que las hipocresías sin máscara se pasean campantes. Las razones para chupar no faltan. Si pierdo, chupo; si gano chupo, y si no he conseguido nada, también chupo.

Esta semana, saliendo de la cola de “Los Compadres” y del “último convite”,  nos sumergiremos en la profunda noche de “Comadres” que, con su amanecer, y una vez empatados en la juerga, dispara la pasión de la fiesta carnavalera. Música, baile, trago para unos días de olvido y remembranzas.

A pesar de las restricciones (Ley seca en Oruro) para consumir alcohol, la gente se dará modos de violar una norma que privilegia la sanción antes que la educación y concientización  constante. Suena irrisorio que se quiera combatir el exceso de alcohol con una ley que prohíbe el consumo de alcohol por  sólo 16 horas.

En un país donde existen más de 1.800 fiestas patronales al año, la mencionada norma es el hazmerreír porque todos saben que no se cumplirá y que fue aprobada  sólo para satisfacer la hipocresía pública que nos domina.

Tenemos que entender que el problema de los bolivianos, hombres y mujeres, no radica en la cantidad de trago que le echamos, pues, según datos de la OPS de 2016, comparado con otros países que están por encima de los nueve litros por persona, nosotros estamos en  4,8 litros por persona –encima de nosotros están países como Argentina, Chile, Venezuela–; el problema nuestro radica en que esos 4,8 litros los concentramos en un momento festivo y le “echamos hasta morir”.

Le metemos trago a nuestro cuerpo como  camellos, como si se fuera a acabar la vida y viniera el fin del mundo. Nos “conscientizamos” que no alcanzaremos la “felicidad completa” si no hemos tomado “hasta perder la consciencia y quedar echo trapo”. De esta manera, en dos días nos hemos ingerido más del promedio nacional y podríamos acabarnos el Poopó o el Titicaca, si de trago estuvieran contenidos.

Países como Uruguay  consumen nueve litros por persona. Comparado con lo nuestro  es alto, pero la diferencia es que los uruguayos esos nueve litros no lo concentran en una ocasión, sino que lo hacen calmada y pausadamente a lo largo de los días y semanas. Un traguito para la comida u otra para cena y no más de dos copas por reunión.

El tema no está en dejar de beber totalmente (si alguien tiene esa opción es la mejor y no se rinda), el desafío que tenemos los mortales ciudadanos es cambiar nuestros hábitos de bebida. Es decir, no beber desaforadamente y no  hacer del trago el centro de mi atención; en vez que lo sean los amigos y amigas que están a mí alrededor. 

Cuando el trago y el chupar son el centro de mi atención ya no importan los amigos; lo que importa es el trago y su efecto alienante. De esa manera no tomo para compartir, sino tomo para huir, escapar de la realidad  que vivo y me rodea.  El alcohol deja de ser un medio para dialogar, reír, conocer y se convierte en el vehículo de mi enajenación y perdición, que me lleva a decir y hacer cosas que, estando en un nivel de autocontrol, jamás lo haría.

Me desfiguro y me convierto del amigo afable en el amigo que da miedo y que en vez de tenerlo cerca mejor es dejarlo solo. De la admiración que despertaba, el embrutecimiento alcohólico me lleva a que despierte compasión.

¿Les escribe un fraile moralista antialcohol? ¿Un moralista y despreciador de los borrachos? No, por favor. Yo bebo, bailo y me alegro. Pero aprendí que la mesura y el autocontrol es la solución para evitar que se destruya tu reputación, que la gente se aleje de ti y que pierdas muchas cosas que amas y valoras (familia, trabajo, amigos).

Como soy amiguero, aprendí que antes de ir a una fiesta debo tener claro si voy o no con auto, ya que la decisión que tome ayudará a proteger mi vida y la de mi familia. También aprendí a alternar el consumo de agua entre bebidas alcohólicas. Evito las bebidas dulzonas y la combinación de diferentes tragos. La mezcla de trago es lo peor.

Lo que más ayuda al autocontrol es el beber lentamente. Eso de lleno y seco está bien una vez, pero no lo hagas hábito. Finalmente, es bueno acompañar la bebida con la comida porque se disminuye la absorción del alcohol a nivel del torrente sanguíneo. ¡Bebamos con libertad, bebamos con responsabilidad!                                                                                                                                 

Iván Arias Durán es ciudadano de la República de Bolivia.

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