Maurizio Bagatin

Tenía poco más de veinte años y ya era un mito. Do not go gentle into that good night («No entres dócilmente en esa buena noche») recita una poesía de Dylan Thomas, la más famosa del poeta galés. Voces despilfarran teorías sobre la metamorfosis de su nombre, desde el gran puerto de Odesa, con la Anatolia en la sangre y el carácter lituano, aparece como un volcán el “juglar de Minnesota”. Escribió poemas que solo una guitara podían acompañar, poemas envueltos de imágenes violentas que se enfrentaban con un refinado lenguaje, hechos de rara riqueza creativa.
Anoche vimos otro film sobre su vida, otra biografía que se va sumando a las mil ya filmadas y escritas. Bellas imágenes fluyen con buena música, la irreverencia desdeñosa del trovador, sus gestas libres, una época que vimos dejar estropear el sueño de una entera generación.
La genialidad del cantautor fue el prisma que todo absorbe y a través del cual todo se descompone. Woody Guthrie está ahí, con él y la beat generation Bob Dylan se va formando, como un grito de Allen Ginsberg en el desierto cultural que fue forjando el macartismo. En el film no se habla de la única novela que Dylan publicó, Tarántula, Be Bop y el viento adonde queda flotando la tumba de Kerouac que el film merecía.
Pero seamos sinceros, si hubiera un rocker, uno solo al que se le pudiera conceder el Nobel de liteartura, no podía ser otro que él, Mr Tambourine Man.